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Danny Glover & ZurbanoDesde mi balcon: diez parrafos de memoria contra la pandemia del olvido
(Septimo round, ¿Final?) Roberto Zurbano

La pandemia transformó el mundo: contagio, confinamiento y distanciamiento limitaron el activismo tal y como lo ejercíamos antes, obligándonos a replantear las funciones del activismo tras la actual situación sanitaria, para llegar a quienes requieren más apoyo y comprensión social; personas que no pudieron acatar el “Quédate en tu casa”, por el estado de sus viviendas (insalubridad, hacinamiento), bajos salarios, dependencia del mercado informal y falta de condiciones básicas. Su cotidianidad le obliga a estrategias de sobrevida. No clasifico sus conductas como indisciplina o marginalidad, ni justifico sus excesos, que nunca llegan a ser noticias, sino descalificaciones y chistes sobre una población, casi siempre negra, que reincide en colas, calles y barrios difíciles. No hay fotos o testimonios que describan su realidad, sólo rumores y trampas de cierta comodidad clasista que rechaza a esas personas y también a la complejidad que significan. El análisis complejo termina oculto bajo la urgencia sanitaria y se aplaza la respuesta equitativa, como una Aspirina acallando un viejo dolor.

Uno de los errores estratégicos de la Revolución fue no convertir el antirracismo en parte de su agenda política, combinar sus proyecciones hacia adentro y hacia fuera de la nación, en un discurso crítico que revisara la herencia colonial cubana y expusiera las mejores demandas de una tradición antirracista que sigue siendo desconocida. Si desde el principio el tema afloró en discursos, nunca llegó a convertirse en la “cuarta tarea” tal y como la nombró el propio Fidel Castro, sino que fue decretado su final cual si de una tarea administrativa se tratara y no un esfuerzo emancipatorio que requería nuevas herramientas ideológicas, políticas públicas similares a las que se aplicaron a mujeres, campesinos e iletrados, junto a debates culturales propicios en aquella era de descolonización, panafricanismo y derechos civiles que fueron los años sesenta. Lo cierto es que el tema fue cubierto por un manto de silencio, temor y devaluación política que no le permite emerger al discurso político cubano sino cuarenta años después. Ningún otro tema de la sociedad cubana estuvo tanto tiempo apagado ni fuera tan impunemente marginado por la política como el tema racial.

Mas, los temas discriminatorios domésticos siguen sin ser noticias en nuestra prensa. Hace apenas unos lustros ni eran aprobados por la Academia, la Política y sus mercados. Hoy se explayan sin misericordia en las calles y los medios alternativos. Saltan preguntas urgentes a un tema que se escapa de cualquier solución o respuesta emergente. Se escuchan las peores explicaciones y justificaciones sobre el racismo en voz de personas que nunca antes habían escuchado o leído sobre el tema y hoy desarrollan las tesis más indolentes e irresponsables. Ni siquiera preguntan a quienes lo sufren o buscan información sobre los modos en que el discrimen racial puede reproducirse. Mucho menos les asalta la posibilidad de que ellos mismos puedan ser racistas. Ser poco solidario, superficial y políticamente incorrecto frente al racismo es la nueva moda, multiplicada exponencialmente en las redes sociales, donde se inserta en plataformas de mayor calado, dentro y fuera de Cuba.
La actual situación pandémica no puede eclipsar otras cuestiones como la salud socio-política de la nación. El racismo es, sin dudas, un tumor silente de cuarenta años, convertido en enfermedad psico-social crónica, hueco negro del pensamiento nacional donde se pierde todo esfuerzo de memoria, crítica y reparación. A veces creo que aramos en el mar, pero cada día crece el número de personas negras, mestizas y blancas que adquieren su conciencia racial, junto a un respeto por la historia no contada en las escuelas. Son seres con gran vocación de justicia, arqueólogos de una verdad que fue enterrada bajo innumerables capas de violencia social, dominación económica y oportunismo político. Estas personas crearon los fundamentos para un activismo antirracista, cuando todo era más difícil. Generalmente sufrieron burlas, castigos y marginaciones, pero nunca abandonaron su misión.

Me honra nombrarles y ofrezco disculpas si olvido alguien: Tomás Fernández Robaina en la Biblioteca Nacional, Leyda Oquendo con su aula “José Luciano Franco” en la Casa de África y su mirada crítica en el Archivo Nacional, Lidia Turner desentrañando sofisticados prejuicios en la Asociación de Pedagogos de Cuba, Sergio Giral, Gloria Rolando y Rigoberto López en el ICAIC, Julia Mirabal en la televisión cubana, Gisela Arandia en el proyecto Concha Mocoyú del Solar de La California, Tomas Gonzales en la búsqueda de un teatro negro y su poética del trance, Inés María Martiatu (Lalita) iluminando a los dramaturgos de El Puente, Alberto Pedro asesorando la Sociedad Cultural Yoruba, la peña de Gerardo Alfonso en La Madriguera, el trabajo homérico (y también de Sísifo) de la Fundación Pablo Milanés, Lázara Menéndez en la Facultad de Artes y Letras y Regla Diago en el ISA, los guiones de radio de Georgina Herrera y los de televisión de Maité Vera, figuras como la actriz Elvira Cervera, los actores Tito Junco y Alden Night, los escritores Tato Quiñones, Eliseo Altunaga y Eloy Machado (El Ambia) con su peña rumbera en los jardines de la UNEAC, que simultaneaba con las creadas por Rogelio Martínez Furé en el Conjunto Folklórico Nacional todos los sábados y por Salvador Gonzales en el callejón de Hammell, cada domingo. Pedro Pérez Sarduy, entre Londres y La Habana, entrevistaba a quienes se atrevieron a colaborar en su Afrocuba y Afrocuban voices, libros que fueron leídos en la secreta complicidad del underground habanero.

Párrafo aparte merece la figura fantasmagórica, todavía incómoda, de Walterio Carbonell, regando anécdotas y manuscritos por los pasillos de la Biblioteca Nacional ante un grupo de escritores jóvenes, fascinados por sus años parisinos, colgando una bandera cubana en la Torre Eiffel, sus triunfos eróticos, su amistad con Fidel Castro en la Universidad, su corta carrera diplomática, su castigo político y su único libro publicado, convertido en objeto de culto. Walterio Carbonell, a punto de celebrar su centenario, es el gran desconocido de la cultura cubana: este singular pensador marxista rompe los modos de abordar el tema racial y propone un diálogo sobre el lugar de los negros en nuestra sociedad, desmontando la tradición racista colonial y republicana que hereda la revolución. Eso bastaría para homenajearle, pero queda su labor pedagógica fuera de las aulas: su famoso curso délfico antirracista dictado a jóvenes seguidores que disfrutamos su sabiduría, su carcajada socrática y el desparpajo impropio de un marxista. Mi generación tuvo la fortuna de encontrar en Walter, al verdadero maestro no sólo en ideas, sino en acciones críticas y tareas intelectuales que estimuló en nosotros. Muchos le debemos algo más que un texto a su legado, aun escamoteado por la agudeza y actualidad de su crítica, su temprana propuesta antirracista y la consecuente biografía política de la cual nunca renegó.

El tema racial no atraía mercados académicos ni agendas de oposición política, hasta que Carlos Moore en 1964 describe la Revolución Cubana como un proceso racista; nadie crea que es un descubrimiento de los actuales opositores. El interlocutor natural de Moore pudo ser Walterio Carbonell, cuya crítica a la herencia racista de la Revolución y otras osadías, le costó ostracismo hasta su muerte en el 2008. El debate racial que viene de los sesenta del siglo XX hasta hoy, debe sus claves fundamentales a las obras desconocidas en Cuba de Walterio Carbonell y Carlos Moore, ambos internacionalmente reconocidos. Uno, murió en Cuba, lleno de respeto y propuestas para su viejo amigo Fidel. El otro, brillante analista, pierde los estribos cuando recuerda a su enemigo Fidel. La única persona que cita a Moore en Cuba es Fernández Robaina en su curso Historia Social del Negro que dicta hace treinta años en la Biblioteca Nacional. Me pareció injusto que Moore difamara a Tomasito y se lo dije personalmente cuando le conocí en San Salvador de Bahía, noviembre del 2011.

Así, no solo dentro de Cuba se genera crítica al racismo en el periodo revolucionario, varias figuras y plataformas insertan este debate en el contexto internacional; este se articula en tres territorios de disputa. El primero ubica esta lucha en el diferendo político entre Cuba y Estados Unidos. El segundo, en el contexto latinoamericano, en el cual algunos cubanos de la isla han logrado se han insertado como parte de los movimientos sociales de los últimas tres décadas. Y el tercero, es la geopolítica, donde el antirracismo se erige como necesidad política que recorre el rol de Cuba en África, desde la presencia del Che en el Congo hasta el discurso de Fidel Castro en la primera Cumbre contra el Racismo ( Durban, Sudáfrica, septiembre del 2001), sin obviar los recientes conflictos en Bolivia, Venezuela y Colombia. Son territorios políticos en disputa permanente, que articulo en otro texto, destacando su dimensión estratégica global. Solo las menciono para mostrar que el silencio y vaciamiento ideológico que sufrió hasta ayer el debate racial dentro de Cuba fue una falla estratégica que hoy impide diseñar una crítica orgánica al racismo como opresión local y global, abandonando una herramienta política, más útil al discurso hegemónico capitalista que a los proyectos de izquierda en Latinoamérica.

Explicaré cómo se expresa este conflicto en Cuba ahora mismo: El asesinato de George Floyd, causó gran repulsa y numerosas protestas en el mundo; pero estas son ilegales en Cuba y solo emitimos algunas declaraciones personas y grupos antirracistas, pero los medios oficiales fueron quienes monopolizaron las respuestas cubanas ante el crimen. En la mayoría de los casos la crítica al racismo en Estados Unidos se desvinculó de la crítica al racismo en otros países. Se desató en América Latina una ceguera ante el racismo local y Cuba no fue la excepción. La crítica al crimen racista en Estados Unidos no se hizo desde una conciencia política suficientemente crítica y autocrítica que, al aprovechar políticamente la noticia, ofreciera algunas razones del antirracismo cubano o anunciara los esfuerzos que se proyectan contra dicho flagelo en la isla. Fue un mal uso político del crimen afroamericano que, al final, desarticula los esfuerzos por combatir el racismo dentro y fuera de Cuba.
Aquel crimen desató una fiebre racista en Estados Unidos que se replicó en Miami cuestionando los derechos del afroamericano, criminalizando las protestas y justificando la brutalidad policial. Semanas después, un policía mata a un joven negro en Cuba y la respuesta racista de Miami, junto a crecientes voces racistas dentro de Cuba, se revierte; es decir, ellos mismos defienden los derechos del joven negro y culpan la policía y gobierno cubanos de racista y violador de los derechos humanos. Ante dicho giro político, la mayoría de los grupos antirracistas cubanos les cuesta posicionarse ante el crimen; pues estando del lado del joven muerto, no comparten que los racistas ahora se aprovechen políticamente del nuevo crimen para arreciar sus acusaciones contra el gobierno cubano, a quien permanentemente hemos demandado desmontar el racismo local. Fue una desagradable experiencia coincidir en un punto con las mismas personas que semanas antes minimizaron el crimen racista, criminalizaron protestas y defendieron la policía de Estados Unidos. Luego, la policía cubana esperó 72 horas para pronunciarse, en un sitio digital de la capital, no en la prensa nacional. La declaración enfatiza el expediente criminal del joven asesinado, informa que el policía actuó en legítima defensa y no refiere ningún proceso legal. Lamentablemente, no existe en Cuba un Observatorio contra el Racismo, ni otra institución efectiva donde dilucidar tales fenómenos.

A los pocos días, la oposición política convoca una marcha para el 30 de junio, contra la brutalidad policial, esgrimiendo al joven asesinado como bandera de la movilización. Esto sobrepasó las pequeñas acciones que algunos grupos antirracistas propusieron y lanzó a muchas personas al abismo ilegal que son las protestas, huelgas y marchas en Cuba. Las tensiones previas a la manifestación revelaron las contradicciones, diferencias y rupturas entre los grupos antirracistas cubanos. Aunque la marcha no se dio, las discusiones y propuestas antirracistas de la última semana quedaron impactadas por la posición que cada una asumió ante el joven cadáver de Guanabacoa y la indignación colectiva fue sepultada bajo el temor a ser considerados opositores, unos porque no lo son y otros porque no les interesa ser vistos como tales. El hecho de considerar las protestas socialmente irresponsables y parte de campañas anticubanas exacerbadas en los últimos meses subordinó su papel crítico y apagó la posibilidad de una demanda civil colectiva ante el hecho. Perplejidad y descontento que pueden generar desconfianza y peligrosos desenfoques en los propósitos de una lucha antirracista en Cuba, dispersando fuerzas críticas que venían configurando una dinámica antirracista, en la cual viejos y nuevos actores se reconocían en espacios y tareas comunes. Ahora reaccionan cada cual por su cuenta: las que eligieron el silencio y no vieron la causalidad racial del crimen, los que se callaron y pensaron en la posibilidad de un crimen racial, aunque indemostrable; los que quisieron exigir una respuesta de la policía y el gobierno, los que nunca dudaron que fue un crimen racial y hablaron de racismo estructural, los que se sumaron a otras agendas no racializadas… En fin, la cantidad de reacciones y tendencias dentro del antirracismo cubano parece dividirse cada día en nuevos fragmentos ideológicos.

¿Qué hizo posible que varios grupos antirracistas no se declararan en contra de la agresividad policial en colas, calles y barrios, ni pronunciarse ante la muerte de un joven negro? Un argumento es que las mismas razones de estos grupos fueron esgrimidas por grupos de oposición y otros indignados por el crimen; situación que ofrece un sencillo análisis: hay una movida antigubernamental que no es apoyada por estos grupos antirracistas que tienen una mirada crítica sobre el hecho y no encuentran espacio social ni político donde expresar sus críticas, encabronamiento o apoyo, si es el caso. Otro argumento es la falta de entrenamiento cívico y practicas autónomas que les permita decidir asertiva y velozmente desde su responsabilidad pública. El tercer argumento es la falta de instituciones propias que ya he explicado en otra parte. Es difícil imaginar entre las instituciones cubanas cuál podría cumplir esta función desde sus estructuras verticalizadas y visiones conservadoras sobre un tema de difícil consenso social y político. Ninguna habría resistido tales demandas, al carecer de las herramientas y el entrenamiento que requiere un espacio legal y emancipatorio donde personas y grupos sociales oprimidos puedan ser escuchados, defendidos o simplemente, aliviar sus conflictos.

En los años noventa el activismo antirracista buscando compartir sus propuestas en medio de la crisis económica, se acercó a instituciones culturales y académicas que ya trabajaban indicadores raciales. Nombro solo aquellas que tenían la cuestión racial como objeto social, entre otros temas, aunque no priorizaran estrategias para alcanzar suficientes herramientas para abordar un tema que requiere conocimientos, practicas transdisciplinarias, debate social y políticas públicas. Y, también, las experiencias de un activismo práctico, consciente de la complejidad del tema que, durante largo tiempo, ha producido alertas, conocimientos, análisis, prácticas y propuestas desestimadas una y otra vez. Las visiones institucionales están abandonando aquella visión tranquila con que, durante los noventa, recibían visitas de Trans-África, Pastores por la Paz, senadores del Black Caucus o del parlamento brasileño, donde explicaban a visitantes como Harry Belafonte, Danny Glover, Alice Walker, Lucius Walker o Abdías Do Nascimento las diferencias entre los negros de USA y de Cuba. Los visitantes esgrimían sonrisas cuando escuchaban tales historias, casi nunca contada por los propios negros cubanos. Con paciencia, años después encontrarían un modo de escucharnos y saber de nuestra tradición antirracista, figuras, instituciones y sucesos claves. Vale nombrar tales instituciones para recordar cuándo y cómo se emplazan frente al racismo: las fundaciones Fernando Ortiz y Nicolás Guillen, el antes Centro y hoy Instituto de Antropología, la Casa de África, el Centro de Estudios de África y Medio Oriente, la Casa del Caribe (su festival y su revista), la Casa Fernando Ortiz en Santiago de Cuba, en Centro Memorial Martin Luther King, Archivo Nacional de Cuba, la Sociedad Cultural Yoruba y otras que quizás tuvieran tal encargo social, asumido con discreción, siempre esperando señales del Olimpo y neutralizando los focos de resistencia creado por activistas que lograban llegar a sus predios e insertar las discusiones sobre racismo en Cuba. Todo fue apareciendo después, en Temas, Del Caribe, Caminos, Catauro y La Gaceta de la UNEAC, entre otras revistas.

La UNEAC, entonces en plena efervescencia crítica fue espacio de encuentros con Fidel Castro sobre el tema racial entre 1998 y 2001, sus análisis, hoy inencontrables, hacían esperanzadoras las madrugadas en el Palacio de Convenciones. Era usual la discusión antirracista en el Festival Caracol de la Asociación de Radio, Cine y Televisión, capitaneada por Lizette Vila, cuyo activismo abrió muchos closets de la sociedad cubana. El proyecto antirracista por excelencia fue Color Cubano, que cada mes removía prejuicios, al impertinente y rotundo estilo de Gisela Arandia. Color Cubano fue abortado como proyecto social antirracista de la UNEAC por la propia institución tras su Congreso celebrado en el 2007, con un vil algoritmo de la Fundación Nicolás Guillen y en su lugar apareció la actual Comisión Aponte. Apunto que gracias a la presión de Color Cubano se creó la Comisión contra la Discriminación Racial que, bajo la egida del entonces vicepresidente Esteban Lazo, sesionó dos años en el Palacio de la Revolución. Su última sesión dedicada a la educación fue la única en la que Tomasito y yo participamos. Poco después, Torres Cuevas la acogió en la Biblioteca Nacional. Allí la vimos congelarse entre acuerdos, desacuerdos e ilusiones perdidas. Si alguno de estos u otros espacios institucionales se activaran en función de las urgencias que el activismo ha listado en las últimas tres décadas, no sintiéramos ese silencio abismal que impide una crítica responsable a los últimos eventos racistas. Dicho silencio anuncia tempestades y nuevos actos racistas. Habrá que replantearse las funciones del activismo antirracista y filtrar las actas de cada comisión creada al efecto en los últimos veinte años que acumulan miles de horas, páginas y demandas de varias generaciones cubanas. Es un fardo que crece como el propio racismo, atravesando vertical y horizontalmente, como una cruz, la espalda de la nación.

En Cayo Hueso, Centro Habana, Viernes 3 de julio y 2020. (La foto es de Amilcar Ortiz)

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