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¿UN FANTASMA EN EL CARIBE?:
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Frantz Fanon |
(1) Nancy Morejón y Carmen Gonce: Lengua de
pájaro. Comentarios reales, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1971, p.
21
El cuarto modelo de recepción de la obra de Fanon fue menos ortodoxa y
consistió en una entusiasta lectura habanera de sus libros, en especial
Piel negra, máscaras blancas por un círculo nada despreciable de
jóvenes artistas y escritores negros que se reconocen, después de dicha
lectura, como sujetos coloniales entrampados en las mismas situaciones
mentales, eróticas e ideológicas allí descritas y reconocieron a Fanon
como parte de su herencia crítica. Así, estos jóvenes mezclaban la lectura
fanoniana con las de un best seller de la época, Now, una
compilación de textos sobre el Black Power, hecha por Edmundo
Desnoes, la cual para Víctor Fowler es
quizás la mayor contribución de Desnoes a la cultura cubana; el libro fue
como una Biblia para estos jóvenes, amén de otros sucesos literarios,
musicales y teatrales caribeñistas y panafricanistas que alternaban con
las charlas de Walterio Carbonell, los intercambios de intelectuales
extranjeros que entonces residían en Cuba como el haitiano René Depestre,
las norteamericanas Selma y Margaret Randall, o los jóvenes congoleños que
vinieron tras el regreso de la tropa del Che, Charlesson, Kasulé y otros.
Súmese las fiestas que preparaban con frecuencia los Panteras Negras que
entonces visitaban o residían en La Habana. Si bien toda aquella mezcla
cultural apenas toca a la creación literaria, ni eran habituales en la
televisión, al menos contribuyó a la fundamentación cultural e ideológica
de la presencia y conciencia africanas que comenzaban a desplazar y
compartir el lugar central que la cultura eurocéntrica ocupó en el campo
cultural cubano hasta aquel momento.
La excelente novelística africana profusamente traducida y publicada por
el Instituto Cubano del Libro, alimentaba la dimensión crítica y
alternativa de un proyecto cultural donde las raíces y la actualidad de
las culturas africanas, caribeñas y afroestadounidenses, sumado al
reconocimiento público de la vasta tradición afrocubana encontraron un
espacio de legitimación cultural, no sin resistencia, prejuicios ni
contradicciones que muchos de aquellos jóvenes me han contado décadas
después.
Mas, sin este contexto es imposible entender las obras literarias,
dramatúrgicas, plásticas y cinematográficas de Sara Gómez,
Tomás González,
Rogelio Martínez Furé, Ana Justina Cabrera,
Nicolás Guillén Landrian,
Iván
César Martínez, Nancy Morejón, Eugenio Hernández Espinosa, Juan Francisco
Benemelis, Maite Vera, Wychi el Negro, Ovidio Cabeza ‘e Mango,
Guillermina
Ramos, Tato Quiñones, Gerardo Fulleda, Gladys Egües, Manolo Granados,
Eloy
Machado, Ines María Martiatu,
Sergio Giral, Paula Pedroso, Alberto Pedro,
Carmen Gonce, Pedro Pérez Sarduy, Germinal Hernández, Leyda Oquendo,
Abraham Rodríguez, Esteban Luis Cárdenas, Lázara Castellanos, Jorge
Fuentes, Eduardo Rivero, Lázara Herrera, Eliseo Altunaga, Julia Mirabal,
Erik Romay, Gisela Arandia, Alberto Eugenio Gonzales, los artistas del
grupo Antillano ( Mendive, Cobas, Quenedit, Haití, Larrinaga, Lescay, et.
al.) y otros muchos estudiantes, profesores, trabajadores y gente
orgullosamente negra que inundaban La Habana con sus espendrun y que
alcanzaron a aplaudir el discurso de Stokely Carmichael en la Conferencia
de OLAS en La Habana , 1966, y cantar aquellas canciones con que Tania
Castellanos y Pablo Milanés ayudaron a la liberación de Ángela Davis.
Hasta allí llegó el entusiasmo, pues los setenta fueron duros también con
la mayoría de estos jóvenes. Quizás sería llover sobre mojado, pero
debemos saber que un grupo de ellos escribió una ponencia para el Congreso
de Educación y Cultura de 1971 que nunca fue leída. Luego, con pocas
excepciones, sobre ellos cayó un manto de silencio, marginación y culpas.
Treinta años después, muchos de ellos comienzan a ser reconocidos con premios nacionales y otros importantes reconocimientos oficiales del país; tiempo suficiente para que el pensamiento de Fanon se haya esfumado, convirtiéndose, junto a otros, en un incómodo fantasma familiar del cual no se habla sin un poco de horror. De este modo, aquel importante legado de orgulloso auto-reconocimiento ellos nunca pudieron transmitirlo a las generaciones siguientes; particularmente los miembros de El Puente, quienes aun se empeñan en negar la fuerza identitaria, diversa y libertaria de su proyecto literario; solo queda un puente roto, un silencio en las entrevistas cuando se menciona a los años setenta y un extraño vacío en la memoria cultural cubana que debemos empezar a llenar antes que las maquinarias del miedo, el dinero y el olvido terminen de devorarlo todo.
El quinto modelo de recepción es la
anti-recepción de Fanon y tiene que ver con la cerrazón de los años
setenta, la sovietización de la cultura cubana y el abismo que
cíclicamente se abre entre el mundo cubano y el mundo caribeño, donde Cuba
se presenta mejor insertada en los diálogos latinoamericanos, socialistas,
no-alineados o tercermundistas antes que en su propio contexto caribeño.
Es la etapa clave en la que se decide la sobrevivencia de la Revolución y
su proyecto socialista, acosada por agresiones militares y económicas de
los Estados Unidos, y es el momento en que nace el Bloqueo o Embargo
económico norteamericano a la isla que llega hasta hoy. Muchas razones y
sinrazones justifican las sospechas y desconfianzas políticas sobre varios
sectores de la sociedad cubana y el empobrecimiento del discurso crítico
que duraría varias décadas en recuperarse...
Fue la etapa del dogmatismo feroz durante la cual se homogenizó tanto la
sociedad cubana que la respiración cultural se hizo difícil; allí nació un
nuevo tipo de homofobia, ganando el machismo un terreno antes perdido
frente al discurso femenino. Surgió una educación que olvidó la tradición
cubana, un periodismo evasivo y triunfalista, un desdén contra la cultura
popular, un terror oficial contra las religiones, en especial las
afrocubanas y populares que sufrieron hasta el decomiso de sus piedras y
altares; se desarrollaron la censura y autocensura especialmente en el
teatro, pero también en otros géneros y manifestaciones artísticas. Es la
muerte de la utopía guevariana, del disenso y las polémicas públicas.
Hasta la enseñanza del marxismo se llenó de manuales y prescripciones
metodológicas que limitaron la amplia mirada alcanzada por la izquierda
cubana y su aceptación de los aportes caribeños, latinoamericanos,
africanos y asiáticos que hicieron valiosas figuras y procesos de
independencia y liberación nacional al marxismo creador que se publicaban
en revistas como Pensamiento crítico, Tricontinental y
Referencias.
Todo esto marca el fin de una etapa y el comienzo de lo que algunos llaman
el Quinquenio Gris o la Década Negra, aunque estos fenómenos de
congelamiento o retroceso ideológico valdría no medirlo cronológicamente,
pues tal periodización parece cerrar virtualmente tal proceso regresivo
sin ahondar en las causas que lo generan y le permitirían reproducirse.
También porque no se puede medir solo cronológicamente el daño que sufren
el tejido cultural, la mentalidad social y las fuerzas creadoras de la
nación. Si para el marxismo soviético los textos y actos del Che eran
considerados irreverentes, la dinámica africana de la vida y pensamiento
de Fanon debió resultarles un sacrilegio. Sobre todo porque los dos sabían
demostrar sus ideas con la vida. Todo ello sirvió para que Fanon se
convirtiera en un fantasma, en una persona non grata en las lecturas
cubanas de esa década; su obra comienza a desaparecer y sus abordajes
sobre raza, violencia y el colonialismo cultural terminaron perdiendo su
anterior crédito.-17
Desde entonces y hasta bien entrado el siglo XXI cubano el nombre del
intelectual caribeño más debatido en los continentes de África, América y
Europa no circuló entre las editoriales, las universidades ni los centros
de investigaciones sociales en Cuba. Ni siquiera los académicos negros
usaban el nombre de Fanon como referencias bibliográficas, pues no se
escuchaba en las clases de Lidia Turner, Enrique Patterson, Ana Cairo y
Salvador Redonet, ni siquiera entre los caribeñistas como Digna Castañeda,
Graciela Chailloux y Samuel Furé Davis. Sin embargo, Fanon aparece en la
obra y el diálogo con los santiagueros Jesús Coss Cauce,
Fátima Patterson y Electo Silva,
aunque no en las obras de Rodulfo Vaillant, Martha Cordies y Marino Wilson
Jay, más cercanos y complacientes con la prejuiciosa mirada habanera hacia
el Caribe. Tampoco aparece entre las páginas de estudiosos martianos como
Pedro Pablo Rodríguez, Josefina Toledo, Dionisio Poey y Caridad Atencio,
ni en autores antirracistas como Esteban Morales, Zuleika Romay y Fernando
Martínez Heredia ni en historiadores más jóvenes como Pedro Cubas, Oilda
Hevia, Alejandro Fernández, Marta Lesmes o Maykel Colon.
Tampoco Fanon respira en los textos sociológicos de Sandra Morales, María
del Carmen Cañete, Theo Ignacio Granados, María Ileana Faguagua o Yesenia
Sellier. Ni fue revisado por feministas como Daisy Rubiera, Norma Guillard
o Yasmín Portales. Desconozco si destacados líderes afroreligiosos como
Hermes, Enriquito Hernández, Filiberto O Farrill, Arcadio, Víctor
Betancourt, Frank O’Beché o Lázaro Cuesta incluyen a Fanon en sus
moyubbas. No estaría mal, recomendar su lectura a la diáspora afrocubana,
para estimular ideas más trascendentes que la pacotilla y el éxodo
familiar y puedan crear empresas en el sector económico, cultural o
tecnológico tal y como lo intentan
Alberto N. Jones, Julio Cesar Moracén,
Sandra Álvarez y Ulises la Rumba. No sé cómo desde la oposición política
interpretan a Fanon líderes como Carlos Moore, Manuel Cuesta Morúa,
Guillermo Ponce, Berta Soler y Leonardo Calvo. Nunca he preguntado a altos
oficiales negros como Dreke, Moracén, Teté Puebla o Harry Villegas, que
estuvieron en África, si antes de llegar conocían la saga africana de
Fanon como médico, intelectual y guerrillero…, ni he preguntado a los
diplomáticos negros como Oscar Oramas, Ulises Estrada o Heriberto Feraudy
si Fanon no les parece aun muy poco protocolar…Aspiro a escuchar, algún
día futuro, a dirigentes políticos como Esteban Lazo, Mercedes López Acea
o Salvador Valdés dedicar elogiosos discursos a la memoria de hombres como
Fanon y otro día disfrutar en la prensa la atención que le dedica Martha
Rojas, Pedro de la Hoz, Julia Mirabal, Roxana Thompson o José Luis
Estrada.
Mi reparo no consiste en que todos tengan que leer, obligatoriamente, a
Fanon, convirtiéndose en fanáticos, sino en que puedan entender mejor los
tres grandes encargos que nos dejó este pensador: La necesidad de una
teoría, la urgencia de una práctica y la conciencia de pertenecer a un
grupo marginado y defender su emancipación a toda costa. Podemos asumir o
rechazar las teorías de Fanon, eso no es lo más importante, él mismo fue
un crítico visceral de su propia obra. Mas, sería imperdonable desconocer
su ejemplar dedicación al ser humano, al grupo social, al conflicto racial
o situación económica donde alguien oprime o es oprimido, discrimina o es
discriminado: es abandonado o es acompañado. Todas estas campanas,
Fanon, doblan por ti y por nosotros mismos. Buena parte de la
conciencia racial, la solidaridad con los de abajo y el uso político de la
violencia la aprendimos en tus páginas de una sola vez. El mundo que te
necesita es mucho más diverso que todos los que pude convocar aquí: vengan
también científicos, deportistas, rastafaris, musulmanes, obreros,
homosexuales, pacifistas, emigrantes y desclasados. Y sepan que Fanon no
es la única ausencia entre nosotros del rico pensamiento caribeño del
siglo XX, pero nos enseña a identificarnos con los más olvidados o
desconocidos.
El campo cultural cubano se ha convertido en una casa de fantasmas cuando
de debate racial hablamos, decenas de espectros que no renuncian a su
condición de ancestros fundacionales del tema y exigen su lugar entre
nosotros. Tomás Fernández Robaina es quien mejor
nos aproxima a todos ellos en su excelente, aunque inédita, Antología
del pensamiento antirracista cubano; allí nos recuerda beber en
nuestras fuentes más cercanas cuando pensemos en raza, racismo y
descolonización, pues son casi vírgenes, entre nosotros, la obra de
Juan Gualberto Gómez,
Rafael Serra,
Cristina Ayala, Evaristo Estenoz,
Juan René Betancourt, Alberto
Arredondo, Roda Brioso, Ramón Vasconcelos, Sixto Gastón Agüero, Ángel
Cesar Pinto, África Céspedes, Lino Dou,
Gustavo Urrutia y Walterio Carbonell
para solo mencionar algunos, sin hablar de la actualización que este
discurso crítico ha tenido en el último medio siglo.
La necesidad de pensar y buscar nuestra propia senda no desapareció del
todo durante aquellos años silenciosos, como los espectros de Marx, por
otros caminos, pudimos reencontrar a Frantz Fanon, entre otras ausencias
tan significativas como necesarias. Así descubrimos un Fanon más enorme e
insurgente, más universal y múltiple. El médico negro, el ideólogo
guerrillero, el marxista antirracista, el pensador universal que,
simultáneamente, es, no permite clasificaciones fáciles. Aun nos pide
conocer un poco más al Fanon que desde el norte de África escribía sobre
el Caribe, en sus artículos para El Moudjahid y abordar su obra
desde el mundo árabe, tal como ha comenzado a hacer Ronal Judy. También
desde la teoría queer nos sorprenden los reclamos y provechos que
logra José Muñoz, pensador cubano-americano, que lo interpela, lo crítica
y lo agradece desde una cosmovisión cultural caribeña de sus afirmaciones
y negaciones. Agradecerle sus contribuciones a la psiquiatría cuando la
colocó de frente a los enajenados más pobres y de piel más oscura,
víctimas de la guerra, el racismo y la pobreza. Habrá que interrogarlo
también desde su movilidad entre las fronteras políticas y culturales que
tanto atravesó en sus años finales, su condición de intelectual fronterizo
(Mignolo, de estratega transcultural cuyos ejercicios de descolonización
y auto-descolonización no siempre hallamos en su obra escrita. Y otros
abordajes nuevos o aun inexistentes…
Si releemos a Fanon desde la necesidad de un sujeto marginado,
insertaremos orgánicamente su obra en el pensamiento crítico cubano, sin
que sea interrumpida, otra vez, la apropiación de una obra imprescindible
para entender las problemáticas coloniales, que no son un viejo tema en
Cuba, sino que serán un tema difícil de los próximos años. La obra de
Fanon hay que entregársela a los jóvenes como un instrumento filoso,
recomendársela como un pensamiento incómodo y demasiado radical para la
corrección política y las profilactadas ideas con que hoy se debate el
futuro de la isla. Necesitamos a Fanon porque manejó ideas frontales que
describen, se oponen y proponen alternativas, a veces violentas, a un
poder tan complejo como el de la ideología y la dominación coloniales.
Es cierto que el contexto mundial ha cambiado y que mientras no supimos o
no pudimos saberlo, la obra de Frantz Fanon se fue convirtiendo en el
fundamento genésico de nuevos diálogos y corrientes de pensamiento crítico
como el postcolonialismo, los estudios subalternos, afrodiaspóricos y
decoloniales. Las últimas décadas revelan nuevas apropiaciones
epistemológicas y agudas críticas ideológicas y políticas que revelan
muchos puntos frágiles en el pensamiento fanoniano, pero lejos de
disolverlo lo recuperan para las nuevas tareas intelectuales y políticas
del siglo XXI.
Valiosos textos de Hannah Arendt, Pierre Bordieu, Homi Bhaba, Judith
Buttler, Henry Louis Gates, Edward Said, Stuart Hall y otros pensadores de
moda interpelaron a Fanon desde lo más alto de la academia europea y
norteamericana. En Latinoamérica y el Caribe Aníbal Quijano, Grínor Rojo,
Walter Mignolo, Norman Girvan, Nelson Maldonado Torres, Ramón Gosfroguel y
Alejandro de Oto abordan al intelectual caribeño desde emplazamientos muy
diversos, pero igualmente provechosos que lo ponen a circular, otra vez,
en español e inglés, desde México, Chile, Colombia, Argentina y Jamaica,
incluyendo aquellas contribuciones con que la obra fanoniana ha estado
iluminando los debates sobre el zapatismo en México, el indigenismo en
Bolivia y Ecuador, así como entre los mapuches chilenos… Se han publicado
varias biografías entre las cuales sobresalen las de su hermano Joby
Fanon, Frantz Fanon. De la Martinique a l’ Algérie et a l’ Afrique
(2004) y la del documentado libro de Davis Macey Frantz Fanon. A
biography, cuya última edición es del 2012. Nuevas ediciones, tesis,
congresos y antologías sobre su legado se realizan hoy en América Latina,
África, Europa, Asia y Estados Unidos.
Ante dicha recuperación y renovación críticas que internacionalmente
recibe hoy la obra de Frantz Fanon, la contribución cubana ha sido,
ciertamente, discreta. El Centro Martin Luther King Jr publicó en el 2010
una edición popular de Piel negra, mascaras blancas, que tuve el
honor de prologar y en la Casa de las Américas, cuando fui su director
editorial, preparamos en el 2011 una edición conmemorativa del cuarenta
aniversario de Los condenados de la Tierra, prologada por Agustín
Lao Montes y presentada por Mirielle Fanon, hija del pensador
martiniqueño. Sin embargo, esto no ha sido suficiente, pues Fanon tiene en
la isla una existencia fantasmal, aun hoy es un espectro del pasado a
quien nadie invoca y muy pocos recuerdan; en conclusiones: su obra apenas
circula entre los cubanos.
Tampoco circula mucho en el Caribe francés, ni siquiera en Martinica, con
el frustrado intento de independencia lingüística que es el Elogio de
la creolité (2), en cuyas páginas hay un absurdo salto de las ideas de
Aimee Cesaire a Edouard Glissant, olvidando la importancia clave que Fanon
otorgaba al lenguaje en el proceso de descolonización cultural; la
presencia ausencia de Fanon en esa especie de manifiesto trasnochado es
una simple mención que lo reduce –creen los autores- a “una perspectiva
catártica” , lo cual explica mejor la posición de dichos autores como
intelectuales franceses de ultramar que la poca atención que Fanon prestó
al creole en particular. Tampoco Fanon circula hoy en Francia, como bien
denunció su hija en La Habana, alegando la desaparición de sus textos en
el currículo de los liceos franceses.
(2) Elogio
de la creolidad de Jean Bernabé, Patrick Chamoiseau y Raphael Confiant.
Fondo Editorial Casa de las Américas, 2013.
Pero aunque Fanon no circule entre cubanos, franceses y caribeños sigue
siendo un modelo de ejercicio político y de guía conceptual para la
insubordinación ante cualquier opresión. Es una voz crítica y autocrítica,
que juzga igualmente a víctimas y victimarios, reconociendo los valores y
defectos de cada uno, pero identificado con el dolor del oprimido,
revelando sus causas históricas y reafirmando sus estrategias de
resistencia. Dejar de leer a Fanon ha significado desconocer sus tesis
sobre la cultura nacional y el contexto internacional, hoy diríamos
global, en que tienen lugar las operaciones de dominación colonial. Ha
significado llegar tarde a ese esfuerzo epistemológico que hacen, desde
varios países latinoamericanos, algunos investigadores sociales, que en la
últimos lustros han retomado el pensamiento de importantes autores
caribeños como Aimee Cesaire, C.L.R James, Eric Williams, Walter Rodney y
Edouard Glissant, entre los cuales la obra fanoniana ha ganado nuevas
críticas, enfoques y aplicaciones que lo actualizan e insertan entre los
pensadores tempranos de la colonialidad en la región (3).
(3) Frantz Fanon desde América Latina. Lecturas
contemporáneas de un pensador del siglo XX, (editoras Elena Oliva, Lucía
Stecher y Claudia Zapata), Ediciones Corregidor, 2013, Argentina. Frantz
Fanon. Política y poética del sujeto poscolonial (México, 2005) de
Alejandro de Oto.
El desconocimiento de la obra de Fanon ha enfrentado a los jóvenes negros
entre ellos mismos, sin entender que la violencia es un instrumento
político para descolonizar, no para reproducir la enajenación. Bastará un
solo ejemplo: el gansta rap, esa parte de la cultura hip hop que asumió la
violencia como poética de sus textos y de sus vidas, es un modelo básico
de automarginalidad y exterminio propio de las fuerzas culturales de una
juventud mal orientada, víctima del colonialismo y el imperialismo
culturales. Miles de jóvenes negros perdieron la vida en este juego feroz
contra ellos mismos. Figuras tan geniales como el joven rapero y poeta
Tupac Shakur es quizás su víctima más escandalosa. Al movimiento cubano de
hip hop también le habría venido bien conocer a Fanon antes de asistir a
su propia disolución como movimiento, mucho antes que la marginación
mediática, junto a la diasporizacion, la mercantilización y las luchas
intestinas abortaron su fuerza crítica y sus contribuciones éticas y
emancipatorias en el campo cultural cubano entre los siglos XX y XXI.
El pensamiento de Frantz Fanon no oculta su desprecio por el colonialismo
y mucho menos por el colonialista. Desde esa subjetividad crítica
construyó un pensamiento original, argumentado racionalmente desde las
herramientas de la psiquiatría y la filosofía y razonado sobre la base de
prácticas (clínicas, militares e intelectuales) revolucionarias. En su
concepto de transformación social la subjetividad y autoestima del sujeto
que lucha contra la dominación se construye en la propia lucha, es parte
de su auto-reconocimiento o transformación. El pensamiento fanoniano nace
en el análisis de la experiencia subalterna, esa condición que comparten
todos los condenados de la tierra más allá de color de la piel, etnia,
género, sexualidad, religiosidad, cultura y otros pretextos viejos y
nuevos de la colonialidad.
Actualmente, algunas instituciones cubanas no asumen conscientemente los
aportes que una mirada identitaria o diversa puede y debe ofrecer a sus
dinámicas institucionales y terminan minimizando el papel que juega el
sujeto negro al interior de ellas. Lo mismo podría decirse de mujeres,
jóvenes, homosexuales, discapacitados, etc., pero desde una perspectiva
racial advierto, sin tremendismo, una operación específica que urge, más
que denunciar, debatir: se trata del surgimiento de instancias o
maquinarias blanqueadoras que rechazan, subordinan, invisibilizan,
distorsionan o reducen el protagonismo negro en la sociedad cubana.
Estas maquinarias silenciosas trabajan en cualquier espacio, estatal o privado, sobre todo en aquellos donde la mayoría –más del 70 por ciento- de su directiva lo integran personas blancas, entre las cuales prevalecen prejuicios, complejos o desconocimiento sobre las personas o culturas negras, destacando su preferencia por cuestiones eurocéntricas, manifiesta en programas culturales, incomunicación y tratamiento inferiorizado a ciertas culturas y sus protagonistas. Si uno o varios ejecutivos comparten alguna idea racista que puedan enmascarar ya sea mediante preferencias o privilegios, por una parte, y con sutiles rechazos o silenciamientos por la otra, la sofisticada maquinaria racista echará a andar desde el poder de decisión –e impunidad- de estos ejecutivos, sin cuestionarse la violación de los principios antidiscriminatorios de dicha institución. (No descartar que algunos de estos ejecutivos puedan ser negros o mestizos y, también, racistas).
Es lo que sucede a menudo en el sector del turismo, pero es más sutil en sectores de la cultura y la nueva economía, donde crecen estas máquinas depredadoras, manejadas por personas e instituciones cuyo pensamiento recicla viejas formas culturales de opresión. Su labor es invisible y, quizás, irreversible, por el daño que causa a la autoestima, la conciencia social y las formas de vida (o de sobrevida) de aquellos a quienes saquea e inferioriza. Son operaciones ideológicas de gran sutileza, manipulaciones psicosociales difíciles de identificar y desmontar, caracterizadas por un trato paternalista a los sujetos que oprime. También ofrece premios, castigos o silencios en la medida que las acciones y argumentos racistas son aceptados o rechazados por los propios sujetos entrampados en las escasas opciones de realización, su falta de conciencia racial y sus escasas posibilidades emancipatorias o críticas. Es un tema donde se mezclan ciencias sociales y salud pública, pues la autoestima política de los conservadores y de quienes manejan esas máquinas de blanqueamiento padece una enfermiza arrogancia.
Lo que Aníbal Quijano llama la
colonialidad del poder tiene en Cuba tres grandes cómplices: el
neoconservadurismo, el colonialismo interno y el neo-racismo, sobre los
cuales no hay suficiente cuestionamiento público, en medio de una crisis
económica donde las leyes (incluyo reglas laborales), la redistribución de
los recursos y la inserción de fórmulas capitalistas están redefiniendo el
contexto socialista cubano. La carencia de espacios críticos, estructuras
legales y organizaciones ciudadanas que puedan cuestionar con efectividad,
significa un vacío ético y jurídico ante el creciente racismo y otros
peligros. Sobre estas carencias cívicas vendrá a legitimarse –ojalá me
equivoque- una Nueva Economía Racista, cuya estructura abiertamente
discriminatoria hará el conteo regresivo de los ideales emancipatorios de
la Revolución.
Si los emergentes movimientos sociales en la isla, la frágil sociedad
civil y el pensamiento crítico de la sociedad cubana encontraran en Fanon
uno de sus aliados teóricos y políticos, quizás no estuviéramos tan
impactado y fragmentados, quizás habríamos construido las necesarias
alianzas estratégicas que urgen en Cuba para luchar contra el colonialismo
interno, las discriminaciones, confusiones y peligros actuales y por
venir. Hoy existen decenas de organizaciones de la sociedad civil cubana
nacidas alrededor de una plataforma antidiscriminatoria y afirmativa de
nuevos valores, subjetividades y preocupaciones sociales que configuran
una dinámica ciudadana incipientemente organizada, con múltiples agendas y
proyectos; entre ellas las más visibles están las agrupaciones feministas,
antihomofóbicas, antirracistas, ecologistas y aquellas relativas a las
nuevas tecnologías, religiosidades, prácticas culturales y discusiones
políticas. Fanon nos ayudaría a pensar desde un proceso en el cual nos
apropiamos de sus mejores argumentos para insertarlos en la compleja
contextualidad caribeña, socialista y en busca de una sociedad más
abierta, participativa y plural. En ese sentido sus tesis sobre la
dominación cultural colonial, aun podría servirnos.
Es difícil hablar en Cuba de un poder colonial en el último medio siglo.
Se trata de todo lo contrario: un poder revolucionario que destruyó la
estructura neocolonial de la vida material cubana antes de 1959. Sin
embargo, este mismo poder revolucionario no se cuestionó los profundos
lazos ideológicos y culturales neocoloniales que siguieron atando la
mentalidad del sujeto revolucionario e impidieron alcanzar su plenitud
ideológica; dicha plenitud solo se realiza en el debate entre sujetos que
construyen su conciencia crítica y descolonizadora en la misma medida que
puede nombrar, rechazar y transformar las practicas colonizadoras que se
suceden en la vida cotidiana. La construcción de esa nueva conciencia no
siempre estuvo acompañada de tales debates, unas veces por las urgencias
del proceso social, otras por falta de conocimientos y la peor por el
temor de algunos a perder sus privilegios, es decir, los capitales
simbólicos heredados de la etapa anterior que nunca fueron cuestionados.
Hablo del machismo, del privilegio blanco o ventaja racial, de la
homofobia y los prejuicios contra religiosos, intelectuales y diferentes…
También se trataba de discutir y rechazar los dogmas marxistas y el
colonialismo interno que permitió la adopción de lamentables políticas
autoritarias y anticulturales que negaron importantes tradiciones y
legítimas aspiraciones de un sujeto diverso, participante de una
Revolución que intentó alcanzar toda la justicia.
Cuando hablo de una situación colonial en Cuba me refiero exclusivamente
al colonialismo interno de izquierda padecido desde mediados de lo década
del sesenta, que cambia sus signos según los intereses de la época que se
trate. Y me sirvo del concepto de colonialismo cultural desarrollado por
Pablo Gonzales Casanova, donde se puede leer:
“En una definición concreta de la categoría de colonialismo interno, tan significativa para las nuevas luchas de los pueblos, se requiere precisar: primero, que el colonialismo interno se da en el terreno económico, político, social y cultural; segundo, cómo evoluciona a lo largo de la historia del Estado-nación y el capitalismo; tercero, cómo se relaciona con las alternativas emergentes, sistémicas y antisistémicas, en particular las que conciernen a “la resistencia” y “la construcción de autonomías” dentro del Estado-nación, así como a la creación de vínculos (o a la ausencia de estos) con los movimientos y fuerzas nacionales e internacionales de la democracia, la liberación y el socialismo”. (4)
(4) Pablo González Casanova: “Colonialismo interno (una redefinición)”, en A. Borón, J. Amadeo y S. González (Comps.) La teoría marxista hoy. CLACSO, Buenos Aires, 2006, pp. 409-434.-2.
En esta redefinición del término elaborada por el intelectual marxista mexicano que aplico in extenso en mi ensayo Racismo versus Socialismo: Un conflicto fuera de lugar (5) me adscribo a la tercera precisión, pues es la más cercana a la obra de Fanon y a la urgencia de la sociedad cubana actual y hay un tácito reconocimiento al socialismo como contexto posible desde el cual combatir al colonialismo interno. Urge desidealizar las prácticas hegemónicas del socialismo como sistema político e introducir la posibilidad de que, desde adentro y a pesar de sus esfuerzos emancipatorios, el socialismo también genera su propio colonialismo interno, propiciando un espacio colonial al interior de sus estructuras, desde el cual se oprime o excluye (conscientemente o no) a grupos específicos. Este fenómeno, en la vida ideológica de nuestro socialismo periférico produce un sujeto y una mentalidad colonial socialistas, que se manifiesta en directivas y normas institucionales que marcan importantes decisiones. Dicho colonialismo interno ha venido produciendo una ceguera política frente a las demandas antidiscriminatorias y emancipatorias de diversos sectores sociales preocupados por las desigualdades económicas, discriminaciones y formulas de exclusión social crecientes.
(5) Roberto
Zurbano:
Racismo versus Socialismo: Un conflicto fuera de lugar en Meridional.
Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos Número 4, abril 2015, 11-40,
Santiago de Chile.
Actualmente, entre las variantes colonizadoras del turismo que se manejan
en Cuba, los nuevos circuitos de exclusión creados por los nuevos
capitales, la creciente desigualdad social, la pobre participación en las
decisiones colectivas, la falta de espacio crítico y el desamparo legal
que sufren personas y organizaciones que luchan contra las
discriminaciones, se viene configurando una nueva situación colonial que
afecta a la mayoría de la gente y a sus territorios de residencia y
sobrevida, alejados de aquellos lugares donde circulan y trafican los
viejos nuevos capitales que ya están produciendo los nuevos condenados de
la tierra en nuestro contexto socialista.
Estas realidades ya golpearon nuestras puertas, entraron sin permiso y se
instalaron en nuestra habitación. Ante ellas el pensamiento crítico y
social cubanos podrían ser menos conciliatorios de lo que a veces parecen
y otras veces resultan ser. Cuando menos, nuestro pensamiento crítico
podría marcar el territorio y los grados de complicidad, aceptación,
sumisión o rechazo al colonialismo interno, la desigualdad y las nuevas
formas de opresión que caracterizan este momento, a pesar de las buenas
intenciones, las resistencias y los remanentes utópicos del proyecto
socialista. Si hay un pensamiento en condiciones de identificar y
diagnosticar los nuevos problemas, habrá una crítica y una propuesta para
debatir, compartir, comprender...
Acaba de llegar un mundo que hay que incorporar, insertando nuestras
expectativas y posibilidades en él. Sin solidaridad y alianzas, sin
memoria y sin crítica, sin propuesta que permita reconocernos como sujetos
libres, subalternos o condenados, será difícil avanzar y construir, en
clave descolonizadora, los nuevos caminos emancipatorios. Por estos
caminos regresará Frantz Fanon, pero no cual fantasma incómodo, ni como
fugaz moda académica o política, sino porque su obra es nuestra herencia
crítica; a todos los condenados nos toca seguir renovando sus principales
argumentos críticos y compartiendo la fuerza de su pensamiento como una
bandera de lucha para los nuevos tiempos. Mañana será tarde…
(Leído, el viernes 17 de julio en el Centro de Investigaciones Culturales
Juan Marinello y terminado en la madrugada del 20 de julio del 2015, día
en que se cumplen los 90 años del nacimiento de Frantz Fanon en Fort de
France, Martinica).
Roberto Zurbano Torres
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