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MAÑANA SERÁ TARDE: Escucho,
aprendo y sigo en la pelea
Roberto Zurbano
Si una izquierda conservadora dentro y
fuera de Cuba considera que un negro cubano revolucionario no debe hacer
críticas a la Revolución, no ha entendido el papel que han jugado los
negros dentro de esta y tampoco qué es un verdadero proceso
revolucionario. En la base, en el corazón, en el fondo y en las orillas de
este proceso los negros hemos sido buena parte del sostén. Nos asiste
tanto el derecho moral a criticarla como el deber de defenderla, porque es
aún insuficiente lo que hemos logrado frente a lo que hemos hecho y
merecemos. Renunciar a esa crítica es renunciar a mejorar la Revolución y
sentirla más nuestra.
Combatir el racismo es una de las grandes tareas del siglo XXI. Este
flagelo no surgió en un país en particular, sino en un contexto mundial en
el que fueron involucradas varias naciones y culturas marcadas por el afán
colonial de repartirse el mundo y establecer jerarquías económicas y
políticas que hoy sobreviven. El racismo contemporáneo es también un
fenómeno globalizado y la lucha contra este va más allá de cualquier
frontera. Renunciar al debate internacional es reducir su impacto a viejos
conceptos nacionalistas y no tener en cuenta el proceso de intercambio
desigual generado por el turismo, las nuevas tecnologías de la
información, las migraciones y las transnacionales de la cultura. Es un
debate sobre la persistencia del racismo en Cuba, sobre los modos
paternalistas y sofisticados con que ese tipo de humillación se reproduce
o renueva y, especialmente, sobre cómo reconocerlos y enfrentarlos en un
nuevo contexto.
Es bien conocido que The New York Times no es un diario de izquierda,
aunque se declare contra el bloqueo y sea el soporte donde se dio a
conocer a la opinión norteamericana el caso de Los Cinco. Publicar en el
NYT no fue un acto de ingenuidad, sino un riesgo asumido con toda
responsabilidad. Decidí publicar allí, donde escasean las firmas cubanas
de la Isla, y no en el Granma ni en El Nuevo Herald, por razones diversas,
pero conocidas. Acepté la propuesta con la intención de colocar el debate
más allá de los insuficientes espacios académicos y culturales a los que
asisto hace 15 años. Un periódico es otra cosa: puede alcanzar, informar,
desinformar y convocar, en breve tiempo, a decenas de miles de personas.
El original fue aceptado, con propuestas de cambios. Durante el proceso de
negociación editorial se agregaron y rechazaron textos que fueron
discutidos por vía electrónica, durante una semana de trabajo. Dos colegas
compartieron conmigo estas revisiones, ambos con excelente dominio del
inglés. El texto final, enviado en la tarde del viernes 22, nos satisfizo
a todos. El título aprobado por mí “Para los negros en Cuba, la Revolución
no ha terminado”, aunque no fue el original (“El país que viene y mi Cuba
negra”) me resultaba afortunado, pues esta idea se esboza en varios
momentos del texto. Desafortunadamente, el título que apareció, “Para los
negros en Cuba, la Revolución no ha comenzado”, sin mi aprobación, borró
toda posibilidad de identificar a los negros cubanos con la Revolución.
Este cambio constituye una violación ética y legal a mi texto, al tiempo
que prejuicio casi toda la lectura. De inmediato redacté una nota
advirtiendo los cambios, enviada en la mañana del martes 26 de marzo, (el
lunes hubo apagón) a colegas y amigos que se encargaron de circularlo. La
responsabilidad del NYT con sus lectores fue subvertir el titulo, evitando
que leyeran desde mi propio emplazamiento. Esta manipulación es una
lección ejemplarizante para mí, ojalá sirva a otros para que no renuncien
a publicar allí y sepan aprovechar mejor ese espacio. También exijo del
NYT una excusa más profesional y ética que los subterfugios que ha
manejado hasta hoy.
En la primera semana hubo una reacción en mi contra. Luego, Silvio
Rodríguez exclamó sin asomo poético: “le estamos cayendo en pandilla”, y
se preguntaba: “¿cuál puede ser ahora mismo la suerte del propio Zurbano?
¿Dónde está el compañero?”. Lo cito porque me llamó compañero y eso marca
una posición ética ante otros “compañeros de lucha” que, precipitadamente,
me proscribieron en La Jiribilla, órgano digital de donde, en la tarde del
lunes primero de abril, recibí una simple llamada informativa minutos
antes que colgaran los primeros artículos, sin posibilidad de colocar
NINGÚN texto mío. No cuestiono esas ni otras opiniones, solo anoté que
algunos de sus autores son personas con quienes he avanzado un tramo de la
lucha antirracista en Cuba, o sea, me han leído, conocen mis opiniones e
intervenciones públicas sobre el tema y hemos compartido realidades,
eventos, críticas y esperanzas colectivas, presentes también en mi texto
del NYT.
Como otros de mi autoría, este fue escrito para fomentar un debate sobre
el presente y dejar atrás esa retórica sobre el pasado que obliga siempre
a mostrar lo que se ha hecho y no a decir lo que aún falta. Por la
cantidad de palabras requeridas no quise revisar la Historia, sino husmear
en el futuro; aún así, hago un repaso histórico y reconozco ganancias
recientes (imposible enumerarlas todas). De las opiniones provocadas por
el texto, los argumentos más útiles serán aquellos que mejor contribuyan
al debate antirracista y se identifiquen con las personas que sufren este
tipo de discriminación.
He trabajado por esta causa, por convicción, no por vanidad. Mientras
tanto, mis libros se aplazan, pues el activismo social, es difícil de
ejercer; requiere tiempo e infinita energía, pero es la manera en que
nuestras ideas se materializan y se acercan a las personas que uno respeta
y acompaña. Es una elección que obliga a conocer mejor el país, sus cimas
y sus sótanos, su cotidianidad y sus emergencias; e impulsa a recorrer la
isla junto a las razones y necesidades de la gente que, ante el racismo y
otros males, buscan urgente solución.
En la Casa de las Américas, donde trabajo hace más de siete años, intenté
insertar las problemáticas raciales en el programa cultural de esa
institución, en la conciencia de algunos compañeros y en el modo de
posicionar a la Casa ante un fenómeno continental apenas abordado antes:
los movimientos negros en América Latina y el Caribe. Confieso que muchas
veces pude separar mi condición de activista de mi posición institucional,
pero la visión radical que configura a la primera no siempre permitió
superar la crisis de verme como un ente dual; aún así creí posible
reconciliar ambos estatus.
Lamento haber involucrado a la Casa de las Américas con opiniones que,
bien sé, no expresan la posición de la institución. Sin embargo, este tipo
de “inconformidad” es recurrente en otras personas, dentro y fuera de la
isla, con cargos institucionales. ¿Puede la condición intelectual aceptar
esta dualidad entre responsabilidad cívica y responsabilidad
institucional? ¿Podría definirse un pacto o un diálogo entre institución y
activismo? ¿Cuál es el lugar del activismo social en Cuba? ¿Cuáles son los
espacios y límites del debate y del pensamiento crítico?
Por otra parte, fuera de Cuba suele afirmarse que dentro de la isla rige
un solo pensamiento. Lo cierto es que hay varios modos de explicar y
evaluar nuestras realidades, dentro y fuera de las instituciones. Sin
embargo, no voy a negar que hay fuerzas conservadoras cuyo afán es
uniformar el pensamiento y, ante nuevos conflictos, activan los viejos
métodos de los setenta.
Sin embargo, Cuba es un país que va cambiando y abriendo sus respuestas
ante esta y otras problemáticas. No son los años setenta, ni los noventa,
pues muchas ideas se debaten y publican; los problemas se abordan desde
variados enfoques, a veces encontrados. Dogmas, extremismos, oportunismos
y viejos esquemas no han desaparecido, pero hay un espacio –quizás pequeño
aún– para la crítica, el disenso y el diálogo que vale la pena seguir
construyendo. La sociedad civil cubana es menos frágil que hace diez años
atrás; pueden reconocerse sus preocupaciones y debates en un espacio
emergente y heterogéneo de personas, organizaciones y medios alternativos
que abordan el presente y el futuro del país.
Todavía muchos autores, en medio oficiales y alternativos, siguen
centrando sus críticas en mi persona, mas insisto en promover el debate
sobre el futuro de los negros en Cuba y la necesidad de una batalla
frontal contra el racismo; que no debe ser una batalla retórica, ni un
nuevo repaso histórico, sino una avalancha de propuestas y acciones
puntuales.
Esta lucha no se reduce a una guetificación de nuestros derechos, sino que
busca el camino hacia la igualdad y la plenitud ciudadanas, aun
incompletas. Otros tipos de activismos en Cuba tienen su espacio de
legitimación, el de los negros aun está en formación. La política debe
dialogar con las diversas realidades y grupos que configuran la nación.
Nuestro grupo social tiene su propia historia, sus demandas específicas,
sus propios incentivos y modos de participar en la construcción de una
sociedad mejor.
No debe obstruirse el debate, sino trabajar para que esta lucha crezca,
dentro y fuera de Cuba. Aun equivocándome, lo intentaré cada mañana. Sigo
en la pelea sin manifiestos, ni campañas, ni mea culpa, ni golpes de
pecho. Sólo se requieren compañeros de todos los colores, comprometidos y
críticos, prestos a discutir con argumentos y propuestas, listos para
aprender de la gente que sufre cualquier tipo de discriminación y
dispuestos a equivocarse, levantarse y continuar la batalla.
Creo en la crítica y asumo las que me corresponden, por duras que sean,
más allá de las recriminaciones de derecha o de la izquierda conservadora.
Pido a ambas no embullarse demasiado, pues anuncio: NO HAY UN “CASO”
ZURBANO, sino un intelectual negro revolucionario, con la necesaria
conciencia racial, que decidió trabajar en Cuba desde la literatura, la
música, las comunidades, las instituciones culturales, los medios y el
activismo social, dentro de organizaciones antirracistas como
Color Cubano
o la Cofradía de la Negritud, por el respeto y la emancipación de la
población negra cubana que se siente excluida de varios espacios y cuya
identificación con la Revolución es innegable. Me resulta difícil mentir
sobre esta realidad. Muchos de ellos son familiares, vecinos, amigos,
colegas y otros que ni siquiera conozco, a quienes pregunto y escucho. Sé
cómo viven y piensan y, también, merecen un futuro mejor. Ese futuro se
decide hoy, mañana será tarde.
Roberto Zurbano Torres,
Desde el Callejón de Hamell, Centro Habana, 14 de abril del 2013.
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