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Quinto round - Desde mi
balcon: Doce parrafos de memoria contra la pandemia del olvido
Roberto Zurbano,
19/6/2020
El confinamiento hogareño nos incomunica un poco, pero no anula la memoria
en tiempos donde los contenidos son tratados con tal velocidad y simpleza
que olvidamos de donde llegaron y adónde irán a parar. Cuando se habla de
discriminación racial suele ocultarse la afro-religiosidad, tan cercana
que obviamos su significado social; que va mas allá del universo ritual y
configura maneras de pensar y vivir muy caras a la sobrevivencia y a la
experiencia negras en la Historia y en la vida diaria de la nación. En
pleno siglo XXI sobra explicar que las religiones de matrices africanas
sintetizan avatares históricos, diálogos y transgresiones sin los cuales
no se puede explicar la resistencia y espiritualidad de nuestro pueblo.
Pero antes, fue difícil y solitaria tarea. Si hablar de racismo era
someterse a burlas de amigos o familiares, exclusiones institucionales y
castigos políticos; practicar estas religiones también fue mal visto por
organizaciones políticas, instituciones, medios de difusión y la
mentalidad social. Durante décadas, las iniciaciones religiosas se
realizaban secretamente en casa-templos, patios y otras plazas ocultas,
donde nacían orgullosos de su fé y adquirían conciencia racial, no solo
para los de piel negra, pues también la blanca es una raza que busca y
encuentra su ancestralidad y tareas en este mundo. En ese proceso África
no era sólo noticia de desastres, sino la base del mundo espiritual que
trajeron abuelos ancestros, cuyos nombres aun se moyubban.-25
África en Cuba somos quienes la llevamos en la piel, en la cultura y en
sus religiosidades; sus variantes y renovaciones verifican una identidad
afrocubana, o sea, afrodiaspórica en su versión local. Lo controversial
del término afrocubano tiene larga data y no se agota en las fuerzas que
se le resisten. África es el mundo de crianza y educación comunitaria que
no distingue entre hijos, primos, sobrinos y ahijados, es familia
interracial junto a la extendida familia religiosa, sus códigos
solidarios, sus bailes, comidas, músicas y una amplia tradición ética y
filosófica que se resumen en un patakín, una firma palera o abakuá o un
canto conocido desde andilanga. Vive en medio de celebraciones que mezclan
lo ritual y lo pagano, lo útil con lo bello, lo privado y lo colectivo, el
consejo con el regaño, lo de aquí con lo de allá, lo íntimo y lo político,
el patio, la patria y el universo. Recién llegada la Revolución, en el
momento en que las Sociedades de Color se esfuman de la vida cubana, estas
religiones profundizaron su rol en medio de las transformaciones y
afianzan complicidad y ayuda mutua allí donde las leyes revolucionarias
nunca llegaron.
Es cierto que en 1960 se crea el Departamento de Folklore del Teatro
Nacional de Cuba, con el brillante etnógrafo y musicólogo Argeliers León a
la cabeza y más tarde, en 1962, el
Conjunto Folklórico
Nacional, integrado por mujeres y hombres en su mayoría religiosos
practicantes que, a partir de ese momento, suben al escenario para ofrecer
sus cantos y bailes como Arte, ganando aplausos dentro y fuera de Cuba.
Muchos de ellos alcanzan el estrellato como Nieves Fresneda, Jesús Pérez
(Obbá Illú), Lázaro Ross, Zenaida Armenteros o
El Goyo Hernández. Fue un gran paso, pero si contemplamos sólo las
ganancias escénicas, quedan fuera de foco conflictos y contradicciones
que, en la vida cotidiana, sufrían tales prácticas religiosas, tornándose
en impedimentas para el acceso a universidades y militancias políticas.
Más allá de los éxitos internacionales de bailes y cantos afros, al
correspondiente universo religioso real se le cierran libertades,
devaluándole como expresión de atraso e ignorancia.
En la novela más popular del momento, Cuando la sangre se parece al
fuego, su autor, Manuel Cofiño, uno de los pocos escritores cubanos
identificados con el realismo socialista, refleja el proceso de disolución
de las religiones negras arrastrada por las aguas claras del futuro
socialista. Estas afroreligiones sufrieron el mismo dogma y represión que
aquellas que guardaron armas y conspiraban contra la revolución, aun así,
sus practicantes, inmersos en el cambio revolucionario, por no abandonar
su religiosidad fueron marginados de importantes responsabilidades
políticas y administrativas. Gracias a su horizontalidad, espiritualidad
acreditada por siglos y estrategia cimarrona, conservaron los saberes
transmitidos oralmente, rituales secretos y viejas prácticas de
solidaridad y resistencia. Las afroreligiones fueron espacio crece un
conflicto ideológico sustancial que aun marca la subjetividad de un amplio
sector social dentro de Cuba: conciencia religiosa versus conciencia
política, expresado en libros y discursos como una pelea dicotómica que
suele resolverse a favor de lo político, ocultando la complejidad del
universo religioso. Aunque este no fuera el debate esencial entre quienes
practican afroreligiones, donde hay sujetos de todas las razas, dicho
conflicto no ha dejado de estar latente en el campo religioso cubano de
las últimas seis décadas.
Las religiones negras en Cuba siempre han vivido el peligro de
fragmentación y cooptación. Su jerarquía, autoridad, popularidad, exitosas
practicas rituales y comerciales, cohesión grupal, diversidad de su
membresía, más el alcance de sus valores intra y extraordinarios,
constituyen un modelo social, cuya relativa autonomía debe ser objeto de
políticas más comprensivas. Por eso me resultó curioso que en el libro de
entrevistas que en 1985 hizo el dominico brasileño Frei Beto a Fidel
Castro, no aparecen las afroreligiones, siendo ambos interlocutores de
países marcados por la esclavitud, el colonialismo y el cimarronaje. Esta
curiosidad la comenté a Frei Beto hace unos años y su evasiva me dejó más
curioso aun. Lo cierto es que ese mismo año, aunque no con el cuidado que
son tratadas las religiones antes colonizadoras, las afroreligiones
también comienzan a ser reconocidas políticamente al crearse la Oficina de
Asuntos Religiosos del PCC en 1985. Escuché a Filiberto O’Farrill, en su
casita de Poey, hablar de una soñada Asociación de Babalawos, a cuyos
organizadores que ofrecieron palomas y un tambor en los jardines del
Movimiento Cubano por la Paz, no se las aprobaron. Supe de la preparación
del I Encuentro de Estudios Afrocubanos, preparado por la Sociedad
homónima que intentaron restaurar Fernández Robaina,
Tato Quiñones y Lázaro Buría, con apoyo de
Natalia de Bolívar y grandes figuras religiosas,
abortado por la UNEAC. Conversé con nigerianos residentes en Nueva York
que durante años soñaron abrir una Academia de Lengua Yoruba en Cuba que
también fuera negada.
Estos y otros empeños son parte de una historia no escrita ¿Cuántos fuimos
testigos o cómplices de sucesos subterráneos que fueron el magma de la
explosión de los temas raciales en la próxima década? ¿Cómo fue que los
temas de la religiosidad fueron dando mayor margen a la problemática
socio-racial? Y por qué ambos temas tomaron tanta distancia el uno del
otro, al punto que las religiones afro apenas se involucran en el debate
racial y, por otro lado, la mayoría de los analistas y análisis sobre las
problemáticas raciales en la nación, suelen desentenderse de los temas
religiosos, de los creyentes y de las viejas estrategias de solidaridad y
resiliencia de estas afroreligiones? Ambas miradas adolecen de la
necesaria articulación e intercambios sistemáticos, donde enriquezcan y
renueven prácticas propias. Aunque vale mencionar el valor que alcanzan
las obras y espacios donde ambas visiones convergen como lo han hecho
Tato Quiñones, Jesús Fuentes, Lázara
Menéndez, Víctor Betancourt, Jesús Hernández El Goyo,
Gloria Rolando,
Tomas Fernández Robaina,
Manuel Mendive y otros pocos que
intentan sostener tan difícil diálogo en Cuba.
Luego, los noventa irrumpen con varios sucesos editoriales. Justo en 1990
aparece la primera reedición de El Monte de Lidia
Cabrera después de 1959, cinco mil ejemplares agotados durante la
primera semana en la Feria del Libro, celebrada en PABEXPO, Los orishas en
Cuba de Natalia de Bolívar, se convierte
velozmente en un best-seller, El negro en Cuba, de
Tomas Fernández Robaina, aparece tras un forzado sueño editorial de
diez años y los tres tomos de Estudios afrocubanos, de Lázara Menéndez,
extraordinario libro de texto para la Facultad de Artes y Letras de la
Universidad de la Habana, removió los anaqueles del elitismo eurocéntrico
de tan rancioso –para no decir racista y blanqueado- lugar. Así comienza
el boom de temas afroreligiosos en Cuba, a las puertas del Periodo
Especial. El Congreso del Partido se pospone para 1991 y entre los temas
centrales está la promoción de negros, jóvenes y mujeres, junto a la
noticia de que los religiosos podrán ser miembros de Partido Comunista. Es
fácil pensarlo hoy; pero entonces fue una noticia escandalosa que generó
grandes discusiones, resistencias e incomprensiones dentro y fuera del
partido; tanto pesaban los dogmas y prejuicios.
El discurso de los estudiosos es una cosa y el discurso de autoridades
religiosas, reconocidas por su jerarquía y sabiduría es otro. Estos
últimos no tienen presencia en la esfera pública, no poseen revistas o
boletines que sean órganos difusores de doctrinas, reflexiones y modos de
conocer su alcance social. Nunca he podido leer aquella queja porque no
fueron invitados a saludar al primer Papa de visita en Cuba, ni la poca
presencia de los jerarcas de otras religiones durante la recepción
ofrecida al Oní de Ifé de visita en Cuba. No hay entrevistas sobre figuras
ni artículos sobre eventos importantes o sobre el trabajo que hacen en
comunidades y cárceles, ni convocatorias a cursos y conferencias. Ni
siquiera promueven los encuentros entre médicos, científicos y Babalawos,
muy provechosos para las tres partes según estas confiesan a los pocos
curiosos que llega la noticia. Difícil saber cómo estas religiones
establecen alianzas con musulmanes o iglesias cristianas donde la
presencia negra crece. Ni sabemos cómo se dirimen sus debates
epistemológicos, de género, de asimilación de nuevas prácticas o de sus
propias ortodoxias. Ergo, difícil es saber su opinión en el debate
antirracista cubano y las causas del repliegue de su potencial fuerza
emancipatoria en esta lucha.
También hay batallas exitosas y logros sociales a lo largo de seis
décadas, que no por menos publicadas han dejado de celebrarse. Es un
resultado de esas batallas que un babalawo de 34 años en Ifá como Lázaro
F. Cuesta (Iwori Bofun) haya sido el Gran Soberano del Supremo Consejo del
grado 33 para la República de Cuba, Gran Maestro de la Gran logia de Cuba
y Presidente del Patronato del Asilo Nacional Masónico Llanso entre 2011 y
2018, que Ramón (Mongui) Torres Zayas, haya alcanzado su doctorado con una
tesis sobre los Abakuá, sociedad a la cual
pertenece y estudia su renovado campo; que los libros de Lázara Menéndez,
Jesús Fuentes y Natalia de Bolívar sean cada vez
más aclamados y leídos por masas lectoras, que lideresas de varias
casa-templos hayan logrado reivindicar sus prácticas de género dentro de
la religión, que se legitimen en laboratorios farmacéuticos y repertorios
clínicos las formulas de brebajes, emplastos y cocimientos con que
nuestras ancestros hicieron de la naturaleza la mejor medicina a los males
del cuerpo y el alma, que una pastora cristiana como Isset Samá haya hecho
tan hermosa declaración antirracista ante su iglesia en días recientes…
Aunque sean lamentables las recientes declaraciones sexistas de la
Sociedad Cultural Yoruba sobre las
Iyanifá, un conflicto que parecía resuelto a finales de siglo pasado y
ahora resucita en un contexto poco saludable para el feminismo en la
región. Insulta saber que grandes marcas de la moda internacional se
apropian del diseño de las sayas multicolores de nuestras santeras, en una
otra forma de extorsión de nuestras identidades. Y que siguen las
acusaciones reales e infundadas sobre el comercialismo dentro de estas
religiones: no debe resultar raro que en este rincón de la sociedad
también proliferen conductas mercantilistas, corruptas y criminales; otra
cosa es la acusación de comercialistas a las religiones negras de la
región (santería, candomblé, vudú), lo cual parece una trampa nacida de la
competencia con otras religiones, justo en un proceso de
internacionalización de estas religiones negras, que les permite instaurar
legalmente sus instituciones, profesionalizar sus figuras jerárquicas y
aumentar el reconocimiento de sus valores de solidaridad, resistencia
cultural y saberes, no solo para afrodescendientes. No olvidemos que todo
ello era, hasta hace poco, marginalizado, a pesar de ser practicadas por
todas las clases sociales. Dichas acusaciones, curiosamente, no suelen
compararlas con otras religiones financieramente poderosas, de jerarquía
mundial, dueñas de diversas propiedades e instituciones bancarias,
mediáticas, educativas, etc.
¿Cómo, entre las miles de fotografías de Fidel Castro, se olvida aquella,
en medio de una larga gira que hizo por varios países africanos en los
años setenta, donde aparece vestido de blanco, con ciertos atributos
rituales? Jamás la he vuelto a ver, ni siquiera en asociaciones
afroreligiosas que constantemente renuevan su compromiso revolucionario.
Se han promovido poco excelentes biografías y testimonios de
personalidades como Nisia Agüero, Freddy Ilanga (traductor de swahili del
Che en el Congo) y Natalia de Bolívar por solo mencionar tres, que
incluyen reveladores pasajes del universo religioso negro en sus vidas o
las conversiones religiosas y en la conciencia racial de altos oficiales y
diplomáticos cubanos en África como Omar Izquierdo,
Heriberto Feraudy o Juan F. Benemelis,
entre otros, cuya capacidad más o menos crítica articula puentes entre las
visiones africanas y cubanas de conciencia racial, religiosa o
afrodiaspórica, revelando políticas africanistas, diásporicas y raciales
apenas abordadas con profundidad por estudiosos cubanos de la
religiosidad, la afrodiáspora y la geopolítica.
Lamento mi poquita fe, mi modo intermitente y, a veces irrespetuoso de
acercarme a estas religiones, pues tendría algunas respuestas, desde sus
códigos, a preguntas que no necesitaría escribir. Lo cierto es que apenas
se conocen sus figuras jerárquicas, algunas legendarias, otras de más
reconocimiento fuera que dentro de la isla, otros dejando su impronta en
el mundo de la internet, otros recuperando sus contactos con tierras y
autoridades religiosas de África, otras más vinculadas a la farándula,
otras al boyante mercado afroreligioso, algunos veteranos reconocidos por
su sabiduría ancestral, otros por su memoria descarnada de cuando hacían
religión en el underground socialista. Ni siquiera son mencionados los
encuentros entre médicos, científicos y Babalawos que suelen ser muy
provechosos para las tres partes, según confiesan a los pocos curiosos que
nos llega noticia. Apenas se conoce el espacio de ritualidad, pedagogía,
goce y hermandad comunitaria que signa los encuentros del Cabildo Ifá
Iranlówo, liderados por Víctor Betancourt Omolóafaoró Estrada, uno de los
sacerdotes y autores más osados y controversiales del campo afroreligioso
cubano. Tampoco son públicos los debates epistemológicos, de género, de
asimilación de nuevas prácticas o de sus propias ortodoxias que están
teniendo lugar y que la transmisión oral a veces distorsiona o confunde.
Así, parece ser un mundo que no se mira al espejo, ni a la televisión ni
al futuro, sino que se repliega o calla sus propuestas ante los seguidores
que, dentro y fuera de Cuba, siguen apostando por el camino de los
orishas.
Viernes 19 de Junio del 2020, en Cayo Hueso, Centro Habana.
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