Buena Vista Social Club

Muchas mentiras, algunas piadosas, otras impúdicas, y no pocas interesadas por el comercio, rodean el fenómeno Buenavista Social Club y es buena la ocasión para refutarlas. Aquí va una de menor alcance: se dijo que este del último viernes fue el primer concierto de BSC en Cuba. La del año pasado en la Cinemateca, ¿fue una presentación ficticia acaso?. Hay otras peores como la que pretende acreditar a Ry Cooder el descubrimiento de unos "viejitos olvidados".Lo leí en El País, de España, a propósito del lanzamiento, este verano, de un libro con las fotos del rodaje de la película de Win Wenders. La propia cinta de Wenders, con su Oso berlinés y el Oscar norteamericano, no deja de emanar el tufillo colonial que contaminó al redactor de la nota (que no era de los muy profesionales críticos musicales del diario) sobre el libro: el salto de unos pobres músicos, habitantes en una ciudad de calles ruinosas, perros callejeros y carromatos inclasificables, a la Nueva York de las Torres Gemelas, el Lincoln Center y las marquesinas de Broadway es tan hiriente y grotesco como el viaje de Tarzán a la jungla de asfalto.

Pongamos las cosas en su sitio. Fue Juan de Marcos González, director de Sierra Maestra, quien reclutó el talento de BSC y lo puso en las manos de Ry Cooder, guitarrista y compositor de obra apreciable —recuérdese su paso por la formación Captain Beefheart, su colaboración con The Rolling Stones y la creación de bandas sonoras para el cine—, y experto, eso sí, en buscar en el Tercer Mundo lo que el Primero necesita. Así lo ha estado haciendo desde los 70, cuando sumó al hawaiano Gabby Pahummi y al indio V. M. Bhatta grabaciones suyas, y ya se sabe lo que significó en su carrera la experiencia de Talking Timbuktu, que hizo famoso al guitarrista maliense Alí Farka Touré.

Los "viejitos" más conspicuos de la fórmula inicial no eran músicos ignorados ni venidos a menos en nuestro país. Ya habían registrado sus nombres en la historia musical de la isla: Compay Segundo en Los Compadres (y con nuevos aires a partir de sus temas cantados por Pablo Milanés, Sara González y Moncada y sus presentaciones especiales en la Smithsonian Institution, adonde lo llevó Danilo Orozco, y en el Primer Encuentro del Son y el Flamenco, en Sevilla, por solicitud de Alicia Perea); Rubén González en la Orquesta Jorrín; Ibrahim Ferrer en Chepín-Chovén y Los Bocucos; Eliades Ochoa en el Cuarteto Patria; Omara Portuondo en Las D`Aida y como solista (su versión de La era está pariendo un corazón, de Silvio Rodríguez, fue un himno de los jóvenes de los 60). Les hacía falta mayor resonancia internacional y esa es la que trabajaron muy bien Cooder (al margen de la guitarrita hawaiana exótica y molesta del primer disco y la intromisión de su hijo percusionista), el sello World Circuit y Wenders, aprovechando que BSC había nacido en el momento justo y en el lugar adecuado, cuando la música cubana tenía mucho que decir al mundo.

Buenavista Social Club es hoy una marca de fábrica que no cabe en una camisa de fuerza. Cooder, el productor Nick Gold, un zorro astuto en el mercado, y World Circuit han construido una sólida saga discográfica, que vende millones de copias, con protagonismos sucesivos para Rubén González, Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo. Y es una especie de locomotora por la cual nuestra música, la de todos los tiempos, está aireándose fuera y, por qué no, dentro de Cuba.

El producto de BSC, en cualesquiera de sus versiones, es tan genuino que no puede ser tergiversado, por mucho que, entre otras mentiras, haya quienes traten de presentar este caso como mera postal nostálgica —lo más inocente— o como si en los últimos cuarenta años —y ahora viene la insidia— la música en la Isla se hubiera detenido y por eso hay que mirar a la supuesta Cuba eterna prerrevolucionaria.

BSC ha conquistado al mundo a golpe de novedad, entendida esta tal como Emilio Grenet, a propósito del boom cubano de los 30, dijera: "Lo que se presenta ahora como algo nuevo, capaz de producir nuevas emociones, no es algo que se haya improvisado como una atracción turística, sino el logro espiritual de un pueblo que ha luchado durante cuatro siglos para encontrar un medio de expresión."

Y ese medio de expresión, complejo en su riqueza, emergió, con todo su esplendor, en el concierto del teatro Karl Marx, cuyo escenario se hallaba flanqueado por el mural que Frémez concibió para las Tribunas Abiertas. Música tradicional y contemporánea a la vez, repertorio antológico y figuraciones atrevidas no solo en las improvisaciones de los solistas —cuánto se disfruta con el imaginativo Jesús Aguaje Ramos en el trombón, o con Orlando Cachaíto López arañando y golpeando el contrabajo, más cercano a Yaco Pastorius que a su pariente Cachao, o con el ex Irakere Javier Zalba, que le aporta un nuevo hálito a la flauta charanguera y mantiene su hegemonía en el saxo barítono, o con la trompeta del Guajiro Mirabal, que parece postmoderno de tantas citas incorporadas a su discurso, o con Manuel Galbán, ex Zafiros y ex Batey, en la guitarra—, sino en el diseño tímbrico y la concepción armónica que subvierten los cánones estrechos de la tradición.

Por razones de fatiga física, debido a su avanzada edad, Rubén González se reserva para momentos culminantes —a veces se echa de menos, ante el bajo porcentaje de danzones en el concierto, y la ausencia irreparable del que da título al proyecto— pero ahí entra Adolfo Pichardo, que posee oficio y suficiente solvencia como para sostener la andanada musical. Y entra también Demetrio Muñiz, uno de los más inteligentes orquestadores que haya conocido, para completar una banda que nos recuerda los mayores logros de Bebo Valdés y Armando Roméu.

Y las voces. Ibrahim, todo un príncipe, desliza los boleros con soltura y apela a los recursos de la montería picaresca cuando se trata de pasar revista a Arsenio Rodríguez y a Faustino El Guayabero Oramas. Omara es la de siempre. O mejor dicho, la que siempre está en el futuro. Porque resume la estética de Ella Fitzgerald y Sara Vaughn con la herencia de la trova y la guaracha, y ante esa síntesis es imposible no pensar en que el arte de su voz se dispara hacia mañana.