Mala Lengua  
 
AfroCubaWeb
  Home - Portal | Music - Musica | Authors - Autores | Arts - Artes 
  Site Map - Mapa del Sitio | News - Noticias | Search ACW - Buscar en ACW 
 
  Mala Lengua
 

¡No vamos a parar!
Roberto Zurbano, 1/5/2020

Las organizaciones antirracistas, en contextos de pandemia, limitan su alcance público, pero siguen generando conciencia, activando saberes antirracistas y aguzando, en un contexto más hostil, la capacidad de identificar y denunciar cualquier discrimen. Si normalmente trabajamos en contextos y con recursos precarios, ahora no queda otra opción que reducir la movilidad, sin desmovilizar la agenda crítica, olvidar la base social ni a quienes despliegan las acciones concretas que definen nuestra misión social. Es paradójico que un núcleo de activismo evite incidir en espacios comunitarios; allí donde esa labor no tiene un impacto mediático, pero sí una incidencia en la vida de tres o diez personas o familias necesitadas.

Si alguna de esta gente se enferma en Cuba, serán tratados sin menoscabo de su condición racial, quizás por hábiles profesionales de su mismo color de piel, merecedores de aplausos y honores. Antes y después del hospital está la vida difícil en solares, barrios insalubres y albergues temporales donde se hacina la esperanza, quinquenio tras quinquenio. Y allí se debe ofrecer alivio, respuestas y políticas públicas que completen la ingente labor de la medicina preventiva o el empeño intensivista. En Brasil, Estados Unidos y Colombia habrían muerto y llenado estadísticas menos descuidadas, pero inmerecidas. Es aquí y ahora donde el activismo antirracista debe sumarse: la post-pandemia no augura mejoras materiales y hay que trabajar por una equidad social más puntual que la igualdad conocida y conquistada. Algunas organizaciones nuestras tienen ese camino adelantado, solo bastaría unir esfuerzos y conocimientos, asumir nuevas y buenas prácticas en labores comunitarias donde es insuficiente el trabajo de una sola institución. Las pocas excepciones que lo hacen, indican su factibilidad y éxito comunitario.

Activismo es también responsabilidad asumida a tiempo, solidaridad compartida y ejercicio de preocupación consciente por gente que conocemos o debemos conocer mejor. Es momento de mirar hacia adentro y hacia otros colectivos antidiscriminatorios que quizás, comparten la misma preocupación dentro de la isla. Es romper los límites impuestos a nuestra labor e insertar nuestro trabajo donde más se necesite. Ahora solo pensamos en aquello que depende de nosotros y en lo poco que podemos ayudar, evitando desgastarnos inútilmente, siendo discretos en un contexto de emergencia, identificando cualquier ruido que lleve a confrontarnos, confundir o desmovilizar por algún tiempo nuestra agenda social.

Sobre otros colegas activistas, preguntarnos: ¿Dónde están, cuáles son sus condiciones, cómo ayudarles, cuáles son nuestros recursos, y estos, cuánto pueden durar? Preocuparnos por las condiciones de salud de nuestros colaboradores y su familia: niños, ancianos y discapacitados ¿Cuán distantes vivimos unos de otros? ¿Por cuáles razones nos moveríamos ahora, sin transporte público? ¿Somos capaces de cuidarnos entre nosotros mismos? ¿Quiénes son los más frágiles, temerarios o descuidados que debemos proteger? ¿Cómo nos comunicamos, qué tipo de mensajes y acciones priorizamos? ¿Cuales iniciativas de autocuidado diseñamos ante la pandemia? Ignorar estas preguntas es un modo de abandonar nuestros sueños y a nuestra gente.

Hoy es clave saber adónde pertenecemos y con quien podemos contar. Las organizaciones antirracistas surgen de una urgencia, crecen en la insurgencia y reivindican necesidades legítimas. Su cohesión nace del ejercicio colectivo, de propuestas transformadoras que se prueban en el camino, de prácticas exitosas o sonados fracasos, y del respeto común entre compañeros de viaje. No somos, ni pensamos como institución caritativa, empresa o partido político, sino desde un potencial justiciero que nos junta y empina sin cuotas obligatorias de fe, moneda o consigna. Sin idealizar nuestro itinerario y asumiendo la necesaria autocrítica, este activismo genera reflexiones profundas y produce un conocimiento que luego compartimos y convertimos en acciones puntuales. Nuestra libre pertenencia es orgánica en la medida que movemos un ideal emancipatorio, desde la historia de opresión común que, una vez reconocida, decidimos deconstruir juntos. Así convertimos experiencia e historias de vida en herramientas de trabajo, superación y sanación, para alcanzar una condición humana consciente y digna, gestionada por nosotros mismos.

La gestión más urgente del activismo hoy es la equidad en todas sus emergencias posibles, ante la creciente desigualdad social. Ya sabemos por qué el "Quédate en tu casa" no sirve a tanta gente impactada, otra vez, en su difícil cotidianidad y vemos cómo pierden paciencia, modales y esperanzas en la cola para comprar alimentos. Ese proceso de devaluación es anterior a la pandemia y la trascenderá, si perdemos la perspectiva crítica y ponemos nuestra misión en cuarentena. El mejor activismo nace en el diálogo cotidiano y responsable con la gente de a pie y enseña que no se deben aplazar las necesidades ni se puede bajar la guardia nunca, ni siquiera ante la pandemia. Y que las formas de lucha cambian según el contexto, pero no desaparecen porque las opresiones funcionan en permanente lógica de reproducción y no se detienen. Los sexistas, neo-racistas, elitistas, censores, depredadores y otros discriminadores son peores que los virus, mutan y reciclan viejas tácticas. Urge replantear la batalla, unir fuerzas, crear espacios, alianzas y estrategias sin perder el horizonte; sin parar nuestras luchas. No vamos a parar. Mañana será tarde.

Roberto Zurbano Torres, el Primero de mayo y 2020, en Cayo Hueso, Centro Habana, Cuba

 

We Will Not Stop!

Antiracist organizations, in pandemic contexts, are limiting their public reach, but continue generating awareness, activating antiracist knowledge, and sharpening, in a more hostile context, the ability to identify and denounce any form of discrimination. If normally we are forced to work in precarious contexts and with precarious resources, we now have no other option than to reduce our mobility, without demobilizing our critical agenda or forgetting its social basis or those who carry out the concrete actions that define our social mission. It is paradoxical that a nucleus of activism does not take place in community spaces, where this work does not have a media impact, but does have an impact on the lives of three or ten people or families in need.

If any of these people fall ill in Cuba, they will be treated without prejudice due to their racial condition, perhaps by skilled professionals of their own skin color, deserving of applause and honors. Life, however, is difficult before and after the hospital in tenements, unhealthy neighborhoods, and temporary shelters where hope is crammed in, 5-year plan after 5-year plan. And it is there where relief, answers, and public policies must be offered to complete the enormous task of preventive medicine or intensive resolve. In Brazil, the United States, and Colombia the same people would have died, becoming less neglected but undeserved statistics. It is here and now where antiracist activism must be joined: the post-pandemic period does not foretell material improvements, and we must work for a social equity that is more immediate than the equality we know and won. Some of our organizations have taken this path; it would only be a matter of uniting efforts and knowledge, assuming new and good practices in community work where the work of a single institution is insufficient. The few exceptions that do so indicate their feasibility and community success.

Activism is also responsibility assumed in time, shared solidarity, and the exercise of conscious concern for people we know or should know better. It is time to look inward and to other antidiscrimination groups that perhaps share the same concern inside the island, to break the limits imposed on our work and to insert our work where it is most needed. We think now only about what depends on us and how little we can help, avoiding tiring ourselves needlessly, being discreet in an emergency context, identifying any noise that may lead to confrontation, confusion, or the demobilization of our social agenda for a while.

Concerning other activist colleagues, we must ask ourselves: where are they, what are their conditions, how can we help them, what are our resources, and how long can these last? We must worry about the health conditions of our collaborators and their families: children, elderly, and the disabled. How far do we live from each other? For what reasons would we move about now, without public transport? Are we able to take care of each other? Who are the most fragile, reckless, or neglected people we should protect? How do we communicate, what kind of messages and actions do we prioritize? What self-care initiatives do we design in the face of the pandemic? To ignore these questions is to abandon our dreams and our people.

Today it is essential that we know where we belong and whom we can count on. Antiracist organizations arise out of urgency; they grow in insurgency and petition legitimate needs. Their cohesion is born from collective exercise, from transformative proposals that are tested along the way, from successful practices or much talked-about failures, and from the common respect among fellow travelers. We are not, nor do we think of ourselves as, a charitable institution, a business, or a political party, but rather as a source of righteous potential that gathers us together and empowers us without obligatory quotas of faith, money, or slogans. Without idealizing our itinerary while assuming the necessary self-criticism, this activism generates deep reflections and produces knowledge that we then share and transform into timely actions. Our free belonging is organic to the extent that we promote an emancipatory ideal, from the history of common oppression that, once recognized, we decide to deconstruct together. In this way, we turn experience and life stories into working tools, overcoming and healing, in order to achieve a conscious and dignified human condition, undertaken by us.

Activism's most urgent undertaking today is equity in all its possible exigencies, in the face of growing social inequality. We already know why "Stay at home" does not work for so many impacted people, again, in their difficult daily lives, and we see how they lose patience, manners, and hope in lines to buy food. That process of debasement predates the pandemic and will transcend it if we lose critical perspective and we put our mission in quarantine. The best activism is born in responsible daily dialogue with everyday people and teaches us that our needs must not be postponed and our guard never lowered, even in the face of a pandemic. The forms of struggle need to change according to the context, but do not disappear because oppression works in a permanent logic of self-reproduction and does not stop. Sexists, neo-racists, elitists, censors, predators, and other discriminators are worse than viruses-they mutate and recycle old tactics. It is imperative that we rethink the battle, join forces, create spaces, alliances, and strategies without losing the horizon; without stopping our struggle.

We will not stop. Tomorrow will be too late.

Roberto Zurbano Torres
May 1, 2020
Cayo Hueso, Central Havana, Cuba

Translated by George Henson
Middlebury Institute of International Studies

 

Links/Enlacestop

El Club del Espendrú

 

 

 

 

 

Contacting AfroCubaWeb

Electronic mail
     acw_AT_afrocubaweb.com [replace _AT_ with @]

[AfroCubaWeb] [Site Map] [Music] [Arts] [Authors] [News] [Search this site]

Copyright © 1997-2013 AfroCubaWeb, S.A.