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Como
nos dice José Martí, “los árboles nos hablan un lenguaje que entendemos”,
y es que el hombre en su constante intercambio con la
naturaleza llega a identificarse con animales y plantas, a personificarlos
y conversar con ellos. En su lenguaje común se auxilia de muchas frases
para comparar a los hombres con los árboles. Confesó ser “de donde crece
la palma” y se quedó maravillado cuando desembarcó
junto a Máximo Gómez y
otros patriotas por Playitas al observar la naturaleza cubana.
Saben que soy una excelente lectora
y les recomiendo el libro de Froilán Arencibia,
Martí a flor de labios, donde
los ancianos que conocieron a Martí cuando eran niños recuerdan su
admiración por los árboles y su interés por conocerlo. Así lo relata el
campesino Salustino Leyva:
A
cada uno lo inclina una clase de árbol. A mí lo que me inclinan son los
cedros, pero en el cauce del Tacre no hay cedros. El río se pierde antes
de llegar abajo, y por el cauce lo que corre es un pedregal más seco que
el camino por donde anda el diablo. Ahí lo que crece es el espinero de
cardón, tuna y melón, que son todas matas de espinas. Se ve mucho sabicú y
mucho dormilón. Hay granadillo, carbonero,
guayacán y jatía,
que también tiene espinas, aunque
hay lugares que no. Todos esos son los árboles que abundan en el bosque de
aquí, en estos terrenos que solo sirven para criar chivos, pues lo que
asoma es el hueso pelao, sin tierra casi. A veces lo único que se atreve a
nacer, que se agarra a las piedras, es la uvilla y la cuava negra, el
charrasco ese que tú ves ahí. Lidiar con las espinas no es fácil. Martí lo
conoció bien. Siempre alguna se te clava; las más molestas son en los pies
porque son las más perras de desencarnar. Las espinas, para que no se te
enconen, se coge otra espina y se sacan. De remedio se echa resina de
copal o de manajú, que es un
palo prieto, escaso, pero que para las lomas no hay. Martí se la pasaba
averiguando por los árboles. Yo le conté de la majagua, que se da larga,
con poco copo. La majagua de Cuba es la que tiene la hoja grande y el copo
ancho. La guanaca también se la menté, que esa se da derechita y
sirve a las casas para horcones. El guayacán que es de madera muy
dura. La madera más dura que hay. Hay guayacán blanco y negro, negro, pero
negrito. Este guayacán negro es un yerro que agravia hasta los clavos. Se
da la mano con el jigue. Le hablé del dagame, que es un palo muy largo,
liso, de cáscara amarilla, que florece vistosito. Del moruno, que engruesa
mucho, copioso, y de hojita pequeñita. Del sangre de toro, que es cosa
bonita, porque por dentro es rojo como sangre. De la jocuma, que es un
palo blanco, duro, y que crece gigantemente. Del roble, que le dije que tiene una hebra muy bonita. De
la yaba, que es de color colorauzco y de cáscara medio arrugada, que la
cogen las mujeres para hacerse aborto. Del tengue, que engorda mucho y por
fuera es liso, con la hoja chiquita igual que el moruro, de la ayúa que
echa un cañón largo y
echa espinitas, y abajo echa unas tetas así. Del guamá, que es un palo
que el corazón es igual que un yerro, y el corazón es amarillo. De la
sigua, que la gente dice que apesta, pero que es muy linda porque es medio
azul por dentro. Del futeste, que da una madera color yema de huevo y echa
espinas y que es de hoja muy copiosa desde chiquitico. Bueno, le hice una
lista muy larga, porque yo me sé todos los palos. A mí de cualquiera me
pueden preguntar. Lo mío siempre han sido los árboles. Yo hasta le
expliqué que en la montaña deben sembrarse arriba, en los firmes, para
cuando empiezan a semillar, esa semilla ruede y vaya poblando todo para
abajo. Oséase, que casi lo dejé aperrillado con mi canturía de los
árboles. Pero él me dejó.
Una
palma y una estrella
José
Martí en su diario De Cabo Haitiano
a Dos Ríos muestra toda esa admiración de la que habla este campesino
que tuvo la suerte de conocerlo, y aunque realmente Playita es una pequeña
herradura de arena entre dos amontonamientos rocosos, y desde que
desembarcó la vegetación allí existente, le dificultaba el camino a los
expedicionarios, él no deja de escribir sin queja alguna sobre su lecho de
hojas secas, casi siempre a la sombra de un árbol amigo.
Así el día 14 menciona en su diario
a la yaya de hoja fina, majagua de Cuaba, y al cupey, de piña estrellada.
Luego escribe: Vemos,
acurrucada en un lechero… Llama la atención como es capaz de
identificar cada uno de estos árboles y como lo hace con los adjetivos que
utiliza. Es maravilloso como halaga la naranja agria y exclama ¡Qué
dulce! Y es que Martí estaba ávido de conocer y disfrutar la
naturaleza cubana. Mas adelante escribe…
claro en el monte, de palmas viejas,
mangos y naranjas….. y Marcos
viene con un pañuelo lleno de cocos.
¿
Qué
hubiese sido de nuestros mambises sin nuestras frutas?. No solo los
árboles con su fruto alimentaron al Maestro, sino también le sirvieron de
lecho y para cocinar los alimentos y como ropa:
Gómez con el machete, corta y
trae hojas, pa él y pa mí.
Guerra hace su rancho;
cuatro horquetas: ramas en
colgadizo: yaguas encima…y ya está la
jutía…sobre el fuego de leña…
Vestidos desiguales… yareyes de pico…
cuece la jutía y asa
plátanos.
No hay
mayor goce para Martí que el espiritual que le permite sentirse feliz en
su tierra: Y en todo el día, ¡qué
luz, qué aire, qué lleno el pecho, qué ligero cuerpo angustiado! Miro del
rancho afuera, y veo, en lo alto de la cresta atrás,
una palma y una estrella…
Observé como pájaro curioso que soy
que la palma comenzaba a hincharse, pero esta vez fue la ceiba la que
dijo: “De verdad que tienes que ser tú y solo tú, el árbol
nacional”, y me pidió: continúa, ¿qué más sobre los árboles escribió en su
diario?:
Por
cierto, mas adelante, menciona el aceite de coco y escribe:
ligero bosque de pomarosas,
naranjas, caimitos… Era tanta su alegría que comenzó a lo que yo llamo
poetizar: llegamos a un rincón de
palmas, en lo hondo de un cesto
de montes risueños. “Y
como eres tú”, le dije a la palma, “su novia que esperaba”, escribe:
alrededor los montes, redondos y verdes: el cielo azul arriba, con sus
nubes blancas, y una palma,
mitad en la nube, --mitad en lo azul. —Otra imagen preciosa es cuando
dice: El pájaro, bizambo y
desorejado, juega al machete; pié
formidable, le luce el ojo como
marfil donde da el sol en la mancha de ojo.
Y
continúa su descripción de los montes:
A lo alto de mata á mata colgaba,
como cortinaje, tupido, una enredadera fina, de hoja menuda y lanceolada.
Por las lomas, el café cimarrón. La pomarosa bosque. En torno, la hoya, y
más allá los montes azulados, y el penacho de las
nubes… Continúa el Maestro admirando la naturaleza, hasta en la
noche: De tronco a tronco. Tendemos
las hamacas… La noche bella no deja dormir. Silba el grillo; el lagartijo
quiquiquea, y su coro le
responde; aún se ve entre la
sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la
palma corta y espinuda…
El
Héroe, que tan lejos ha estado de su tierra durante tantos años, apenas le
alcanza el tiempo para disfrutarlo todo. El ruido del monte es:
música de la selva, compuesta y
suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata,
abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima: es la
mirada del son fluido: qué alas rozan las hojas,
qué violín diminuto, y qué danza de
almas de hojas.
“El
monte estaba orgulloso” continué diciendo, nunca antes había escuchado
elogios como aquellos, entonces las hojas de los árboles se esmeraron más
y cantaron y bailaron para el
Maestro.
Y sigue
su peregrinar por esos montes:
después del chubasco por lomas y
el río Guayabo, al mangal… monte
pedregoso, palos amargos y nar.
Agria: alrededor, casi es
grandioso el paisaje: vamos cercados de montes, serrados,
tetados, picudos: monte plegado á todo
el rededor: el mar al Sur. A lo alto, paramos bajo unas palmas.
A
medida que avanza por el monte va aprendiendo también, para qué se
utilizan las plantas como medicina, escribe:
En un grupo hablan de los remedios
de la nube en los ojos: agua de sal, --leche del ítamo, “que le volvió la
vista á un gallo”, --la hoja espinuda de la rosetilla bien majada… la miel
de limón…la sabina, olorosa como el cedro, da sabor, y eficacia medicinal,
al aguardiente,--Que el té de yagruma, --de las hojas grandes de la y,
--es bueno pa el asma…
Va
explicando como un profesor la geografía:
salimos, monte abajo, luego. De una
loma al claro donde se divisa, por el sur, el Palmar de San Antonio,
rodeado de jatiales y charrascos en la hoya fértil de los cañadones, y á
un lado y otro montes, y entre ellos el mar. Ese monte a la derecha, con
un tajo como de sangre, por cerca de la copa es de Doña Mariana, ese al
Sur, alto entre tantos, es el Pan
de Azúcar. De 8 á 2 caminamos por el jatial espinudo, con el pasto
bueno, y la flor roja y baja del guisaso de tres puyas: tunas, bestias
sueltas…
Y
continúa alegre:
De pronto bajamos á un bosque alto y
alegre, los árboles caídos sirven de puente á la 1 poza, por sobre hojas
mullidas y frescas pedreras, vamos, á grata sombra, al lugar de descanso:
el agua corre, las hojas de la yagruma blanquean el suelo, traen de la
cañada á rastras, pa el chubasco, pencas enormes…
Menciona la utilidad de los árboles hasta para hacer calzado:
Comer, lo da la tierra: calzado, la
yagua y la majagua.
No todo
era felicidad, como había dicho, el guajiro, casi no podían andar:
Jornada de guerra. –A monte puro
vamos acercándonos, ya en las garras de Guantánamo, hostil en la 1 guerra,
hacia Arroyo hondo. Perdíamos el rumbo. Las espinas nos tajaban y
azotaban. Pasamos por un bosque de jigueras, verdes pegadas al tronco
desnudo, ó al ramo ralo…. Bóvedas de púa
Sorprende como Martí nombra a
árboles que nunca había visto , ya que son oriundos de los montes de Cuba
y destaca sus flores: al lado con su flor morada,
el árbol de caracolillo y continúa,
el sol brilla sobre
la lluvia fresca; las naranjas
cuelgan de sus árboles ligeros: yerba alta cubre el suelo húmedo: delgados
troncos blancos cortan, salteados, de la raíz al cielo azul, la selva
verde: se trenza á los arbustos delicados el bejuco, á espiral de aros
iguales, como de mano de hombre, caen á tierra de lo alto, meciéndose al
aire, los cupeyes: de un curujey,
prendido a un jobo, bebo el agua
clara…
“De
verdad que nos podemos sentir orgullosos”, dice la ceiba, “porque de lo
que más habló Martí en su diario fue de nosotros los árboles”. “Sí, es
como si el Maestro entendiera su lengua y cada uno de sus antepasados le
dijera su nombre y utilidad”, dijo la lechuza.
Escribió: de los cedros hacen tapas pa galones. A César le dan agua de hojas de
guanábana, que es pectoral bueno y cocimiento grato. Un espino solo, que
da buena madera…
Les
cuento que Martí tuvo la oportunidad de ver los Mangos de Baraguá y
entonces escribió: es
Baraguá: son los mangos, aquellos dos troncos con una sola copa, donde M.
Campos conferenció con Maceo…
“Martí
sin dudas, fue su amigo y admirador, ni uno solo de ustedes escapa de su
curiosa mirada”, les dice la lechuza a los dos árboles…
Arriba el curujeyal da al cielo
azul, ó la palma nueva, ó el dagame, que da la flor mas fina, amada de la
abeja, o la guásima, ó la jatía. Todo es
feston y hojeo, y por entre los
claros, á la derecha, se ve el verde del limpio, á la otra margen,
abrigado espeso. Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y
curujeyes; el cajueiran, el palo más fuerte de Cuba, el grueso júcaro, el
almácigo , de piel de seda, la jagua de hoja
ancha, la preñada guira, el jigue
duro, de negro corazón pa bastones, y cáscara de curtir, el jubaban, de
fronda leve, cuyas hojas de capa á capa, “vuelven “ raso al tabaco, la
caoba, de corteza brusca, la quiebrahacha de tronco estriado, y abierto en
ramos recios, cerca de las raíces; (el caimitillo, y el cupey, y la pica
pica y la yamagua, que estanca la sangre…
“Como
ven la idea de hacer un bosque con todos lo árboles que menciona Martí en
su diario de campaña, es bella”, dije.” Sí allí debemos estar casi todos
los árboles que formamos la flora cubana, por ejemplo tú y yo”, le señaló
la ceiba a la palma.
La
palma se sintió avergonzada de su actitud arrogante e inclinó un poco su
tronco. La ceiba la levantó y le dijo: No eso nunca, cuando se dice palma,
se dice Cuba.
El
tiempo ha pasado y todavía continúan juntas las dos amigas. Yo de vez
cuando vuelo al bosque martiano les traigo la flor morada del
caracolillo y la promesa de
contar la historia donde un hombre fue comparado con un caguairán.
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