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LA GUINEA: BARRIO AFROCARIBEÑO DE CORO

JOSE MILLET/ MANUEL RUIZ VILA

III

La Guinea 1      La Guinea 2

Tambor coriano—Tipología

Tambor serrano

¿Por qué  no hay tambor serrano con el ardor y vehemencia del tambor coriano? En gran medida a consecuencia de la represión que sucedió al aplastamiento sangriento del conato insurreccional iniciado por José Leonardo Chirino el 10 de mayo de 1795. Los caminos de la cultura tradicional popular coriana transcurrirían de modo particular a partir de este hecho, que debe ser tomado como un elemento importante al analizarlo en su dimensión histórica. Los contenidos, el ritmo y el significado de las canciones serranas así nos lo evidencian.

El Chino Solís considera que la tamborita serrana tiene un tejido en forma de doble v (W) o doble parche, lo que, según él, es típicamente africano. La tamborita también es usada en Barlovento durante las celebraciones de La Cruz de Mayo.


Tambor cumarebero y veleño

El tambor marinero de Cumarebo es el más parecido al tambor curazoleño. El tambor veleño procede de Puerto Cabello debido, sobre todo, al contacto frecuente que existió desde el período colonial entre ambos puertos; de allí que en la Vela se convirtiera en una tradición la festividad con motivo del día de San Juan. Al tambor coriano se le introduce el cuatro como un añadido de pura creación nacional del pueblo venezolano. Se afirma* que hay diferencias entre los tambores de la costa y el propiamente coriano, que asocian e identifican con la tierra firme o el interior o, en todo caso, lo opuesto al tambor marinero. Ejemplifiquemos con el tambor veleño, que tiene su toque propio y su propio vestuario. En este último, los tocadores visten franelas y blue jeans. El tambor veleño está compuesto de dos tambores: uno que hace la prima, que dirige el quiebre y el otro de segunda, que hace de fondo y marca el ritmo. Aun cuando los dos instrumentos son ejecutados simultáneamente, cada cierto tiempo uno se sobrepone al otro, que termina por acallarse. Este relevo permite darle rienda suelta a la energía y a la vitalidad de cada uno de los tocadores. Los tambores son acompañados por el furro, güiro, charrasca y cuatro.

Muchas personas creen que la presencia exclusiva de mujeres en el baile se debe a que, en La Vela, los hombres no son proclives a la danza, razón poco convincente, pero entendible. Creo que esta afirmación o creencia más bien se corresponde con la versión del grupo Parranda Veleña, que se cita en los artículos de prensa** que estamos reseñando; fundado en 1985 por Lino "Pajarito" Nerey, su repertorio inicial se basaba en la música serrana y venezolana en general, pero con una preponderancia del tambor, el cual ha terminado por ser el más fuerte de todos los instrumentos.

Ana Lucía Pirona

Ana Lucía Pirona es una señora que emite destellos de energía y espiritualidad. Recibimos sus emanaciones tan pronto hablamos con ella a través de los barrotes de la reja que impide el acceso a su hogar,   que pronto se abrió para atendernos con toda la dulzura y amabilidad que la caracterizan. La habíamos visto en el porche ensimismada en la lectura de algún libro que luego supimos eran crónicas de la ciudad de Caracas. Nos llamó la atención el hecho de la lectura, porque raras veces apreciamos a gente leyendo y mucho menos en la entrada de una casa del barrio. Esta dama enjuta y electrizante tiene 88 años de edad, e igual cantidad de tiempo viviendo en su casa, calle Federación, entre las calles Nueva y El Sol, justo en el corazón del barrio La Guinea. Al doblar de su vivienda, habita su comadre, la señora Olga Camacho, con su familia. Su padre, el legendario tamborero Camilo Pirona. Su "mamá era curazoleña, que nació aquí". La tatarabuela y la bisabuela vinieron de Curazao. Parrandeó mucho con el tambor pero, cuando su padre Camilo falleció, se alejó del baile. Ha estado con Olga Camacho ayudando siempre. Su padre tenía el tambor en su casa y era muy parrandero: con mucha frecuencia visitaba las familias para darles serenatas. Del primero de diciembre hasta el dos de enero siguiente participaba en las fiestas, sin interrupción. El salía con Victoriano Veroes, esposo de María Chiquitín.

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·        * Tambor veleño "El Nacional" julio 1993. [p-11]

·        **La Vela estuvo en su corazón.

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"En el barrio había puros corianos, pocos curazoleños". Los padres de Lucía entraron por San Antonio, donde nació y al casarse, se mudó ahí mismo en La Guinea.

"En el pasado la comida era muy sana, la gente criaba en sus casa muchas gallinas y pollos con maíz; ahora son pollos muertos (que venden en el supermercado) ¿Qué alimento tienen? Cada quien molía el maíz para hacer su arepa pelá".

La señora Ana Lucía Pirona considera que la actual juventud "no es como la nuestra: todo se lo llevan a la nada; hay una ausencia de algo esencial: el respeto". "Quienes lograron vivir con aquellas normas, ya perdidas, se murieron".

En el barrio circuló un periódico que reflejaba algunas cosas de la comunidad. En una ocasión apareció en él una referencia a una familia de La Guinea, que se disgustó y produjo una tensión y protesta tan elevada que el periodista se vio obligado a mudarse del barrio porque corría peligro. El era muy amigo de la casa de Ana Lucía Pirona, quien entonces contaría con 13 años de edad, aproximadamente.

Ana Lucía Pirona disfrutaba mucho de las fiestas, igual que lo hacía su familia. Recuerda, no sin cierta nostalgia, los carruajes y los coches de carnaval que circulaban por las calles; la gente de La Guinea tenía que ir a la calle Ampíes para ver el desfile, porque los coches no podían pasar a causa del barro acumulado en las calles de tierra de La Guinea.

La fiesta se concentraba, pues, en el casco histórico donde vivían los ricos. Los pobres tenían que desplazarse de sus barrios hasta el centro, para ver los carruajes y la gente con disfraces. Desde los carruajes arrojaban golosinas, jabones, pinturas, etc., que la gente humilde agarraba alegremente.

Las comparsas salían muy bien vestidas y muchos de sus integrantes iban disfrazados. Ana Lucía deja escapar una expresión nostálgica: "muchas de aquellas cosas eran buenas, que el tiempo se llevó..."

"El Coronel Lago y el General Jordán adquirieron acequias equivalentes a cañadas. En la calle Progreso hay una quebrada, que era de donde brotaba el agua. Detrás de la calle El Sol había otra acequia o quebrada muy grande".

La afición de Ana Lucía Pirona es la lectura. Disfruta leyendo, lo cual considera una herencia familiar: su padre leía mucho, a pesar de ser muy pobre. Siente orgullo de haber salido como él.   "Me gusta mucho la lectura; el que lee mucho, algo aprende". Está consciente de que se comporta como montuna en muchos sitios adonde acude. Le gusta oír y observar, más que hablar.

Siente que ella está perdiendo control, que las cosas "se les están mudando".

Menciona el doctor Iturbe, de Maracaibo, asociado al texto de la gaita "¿De dónde vienes Iturbe?" Lo conoció en el Zulia,   la primera vez que ella se hacía una radiografía; le pareció "fantochito." Confiesa que ha vivido durante mucho tiempo en ese otro estado, "iendo y viniendo". Sus dos hijos mayores, de los cuatro, nacieron en el Zulia.

Gastronomía

Refiere la señora Pirona que la caraota y el sancocho de chivo nunca le faltaron al coriano. La tradición dejaba margen también a las costumbres de las familias; "la mía tenía las propias, proveniente de por ahí, de Curazao: su escabeche, el azúcar blanca, el funche, los cueritos hechos de allá". "Al funche yo no le entraba", nos dice jocosamente. En el barrio las viejas hablaban papiamento, eran entendidas por los vecinos que no lo podían hablar. "así pasaba en la misma familia mía", nos dice Lucía.

"Arepa pelá ha existido toda la vida en Coro. Entonces la comida era muy barata. Las mujeres no compraban en las bodegas, sino que lo hacían solamente los varones". Sus padres tuvieron dos hijos, ella, la mayor,   y  Camilito quien nació 15 años después, es fotógrafo. "Tengo ocho biznietos que me están matando". "Ahora no se pueden tener tantos muchachos", concluye.

Bajada del Niño Jesús

Muchas de las actuales tradiciones culturales del coriano hunden sus raíces en la etapa precolombina o en tiempos en que la vida se extendía a lo largo y ancho del campo. Si queremos comprender mejor su psicología y peculiar modo de ser, este acercamiento debe enfocarse hacia su relación con el entorno físico inmediato que ha rodeado y envuelve a Coro: la sierra coriana. Algunos ejemplos de tradiciones muy arraigadas en la ciudad tal vez ilustren más fehacientemente lo que queremos explicar. Veamos qué sucedió con la tradición del Nacimiento o pesebre del Niño Jesús, cómo era entonces y su vinculación con el presente.

El santo patrono del asentamiento serrano Macuquita es el niño Jesús. Hay quienes afirman que este sitio sirvió de "centro de invasión" desde donde partió la tradición de la bajada del niño que fue introducida en Coro. Debemos responder la pregunta de por qué allí se formó esta tradición y su extensión a una ciudad marcada presuntamente por el signo femenino de María. De hecho se afirma que la Virgen de La Guadalupe es la advocación de Coro. Lo cierto es que tanto en Macuquita como en La Chapa se mantiene esta tradición.

Ha sido una suerte identificar algunas familias del barrio La Guinea a través de cuyos hilos es posible escudriñar los senderos o canales que sirvieron de entrada a la ciudad de algunos procesos y fenómenos de la cultura tradicional popular a menudo muy poco estudiados. Es el caso de la familia Cazorla, a la cual le vamos a dedicar aquí un espacio considerable en razón de que es una de las más emblemáticas de lo que tenemos la intención de exponer.

Marcos Cazorla, de 52 años de edad, (Cazorla es apellido español), nació en la casa de la calle El Sol número cuarenta y cinco. Es hijo de Víctor Cazorla y María Jiménez, quien tiene 78 (79?) años. Esta familia es una referencia importante del barrio La Guinea por haber mantenido algunas de las costumbres culturales más emblemáticas del barrio, como el del pesebre o nacimiento del niño Jesús y la del tambor serrano. El 30 de noviembre se produce el repique de tambor en señal de que se inicia el período de Fiestas en Navidad que se extendía y extiende durante todo el mes diciembre y parte del siguiente mes de enero. En los preparativos de la celebración del nacimiento del Niño Jesús, se movilizan los miembros de la familia para obtener o comprar los materiales con que se construye el Belén.

En efecto, se iba a la sierra a buscar algunos de estos materiales con que se construiría el pesebre, hecho todo artesanalmente, no como se prepara actualmente en que muchas familias lo arman con figuras y cosas adquiridas en las tiendas con materiales prefabricados industrialmente. Se traía incluso la hierba de la serranía.

El día 15 de diciembre se colocaba en la casa el pesebre, iluminado con lamparillas y velas; en las últimas décadas la luz se coloca con bombillos de colores y música. Pero lo tradicional era el adorno de papel pintado por la gente y la hierba traída de la serranía coriana.

Apolinar Cazorla Brito, nacido, criado y muerto en Coro, tenía una agrupación o conjunto de tambor serrano. Se le atribuye haber creado la tradición de la Cruz de Mayo en el barrio coriano de San Nicolás. Se adornaban tres cruces grandes que eran colocadas en la sala de la casa para tocarle con cuatro tamboritas serranas, instrumentos musicales con que se acompañan los cantos.  

La imagen en bulto del niño Jesús era traída en andas desde la sierra el 24 de diciembre. El toque de la tamborita serrana   acompañaba la marcha hasta la entrada del barrio, algunas de cuyas calles eran recorridas siempre. La peregrinación se repetía el seis de enero, o sea, durante la epifanía o Día de Reyes, como se le conoce popularmente.

Los peregrinos se acercaban a las casas para pedir aguinaldos: "¿No hay un cobrito?". "Pues entonces, pues, ¡déme la arepita!", decían con su gracia y desenfado, gesto que casi siempre era correspondido con algún agasajo porque cada familia, por más pobre que fuese, se esforzaba durante el año por ahorrar y conseguir algunas cosas que se consumirían en estas celebraciones pautadas en el calendario festivo anual. En el peor de los casos, el agua ofrecida por los vecinos, o tal vez un refresquito casero, mitigaba la sed de los peregrinos que agradecían cualquier paradita que hicieran luego de tan prolongado recorrido.      

Promesas hechas al santotop

Las promesas a un santo, digamos al niño Jesús, duraban entre siete a nueve años. El devoto renovaba la promesa si lo creía pertinente; si, por el contrario, era olvidada, se rompía la promesa y el devoto le achacaba a tal incumplimiento, la responsabilidad por cualquier suceso o circunstancia adversa que se le presentara en su vida.

La mayoría de las casas objeto de parada de la peregrinación del niño Jesús eran aquellas cuyos miembros habían hecho algunas promesas al santo. La salida a la calle y su donativo era parte del compromiso que entrañaba la promesa,   y de la continuidad de la propia tradición sostenida en los hombros de la cofradía.

Esta tradición de la bajada del Niño Jesús se fue debilitando hasta el punto de acercarse a su desaparición. Actualmente son escasas las personas que la conservan, como Darío Polanco, quien hizo un esfuerzo supremo por protegerla con un grado de fidelidad aproximada a como lo hacía su difunto padre. Hoy la bajada se produce en cualquier día del año, no tiene fecha fija.

Cofradías                 

Algunas tradiciones culturales del barrio tenían una profunda motivación religiosa. Ese elemento espiritual llevaba a los vecinos a organizarse para cumplir con algunas obligaciones compartidas. Llegaron a organizarse incluso a nivel de cofradías. Es el caso de la tradición del Niño Jesús en la que los vecinos hacían una promesa al Niño; colocaban su imagen en una nueva medallita que sostenían y guindaban en el cuello con una cadenita que al final de la festividad se la colocaban a la imagen de bulto del santo.

En su recorrido por las calles y cuando llegaban al frente de una casa del barrio, los cofrades tocaban una campana en señal de que se requería la salida o presencia de los dueños del inmueble. Algunos miembros de las familias salían a verlos y les entregaban o regalaban algún donativo. Algunos vecinos nos confirman que en la procesión o en sus paradas en las casas, algunos cofrades peregrinos bebían cocuy.

San Benito.

Francisco Rojas reconoce a la Trina Curiel como la introductora en Coro, del culto a San Benito, lo cual nos indica que en ocasiones una tradición es introducida y arropada a ese nivel básico de organización social que es la familia, del cual pasa a otro nivel más amplio de socialización.

En efecto, en su recorrido o procesión del año pasado 2005, pudimos comprobar y registrar que esa devoción ha llegado a calar en amplios sectores del barrio La Guinea hasta instalarse en ella como uno de sus íconos más representativos. Esto sucedió, felizmente con la tradición al San Benito y… ¿sucedió lo mismo con otras tradiciones al desaparecer la familia que los cobijó? ¿El barrio las dejó morir? ¿Por qué?    El estudio y la reflexión deberán aportarnos nuevos datos para darles a éstas  y otras incógnitas respuestas plausibles.

El pintor Henry Curiel le tomó fotos a las celebraciones a San Benito realizadas por la familia Samarripa, que vivía en la calle Colón, donde confluían muchas personas del barrio para participar en el baile, que se hacía como hoy mediante una marcha colectiva que recorría las calles. Se le atribuye a los Samarripa el rescate de esta tradición, en un período en que las familias que la sostuvieron decayeron.

Francisco Rojas también señala a la familia Rojas Reyes como la continuadora de la tradición del San Benito introducida por Trina Curiel, luego del fallecimiento de esta querida cultora popular. Hubo mucha gente que se asoció a este culto, pero un lugar distinguido debe ocuparlo León Chirino, mejor conocido por León "Piña", por su labor como fabricante artesanal de las piñatas para los niños y "llave" inseparable de Trina Curiel. Era un hombre dispuesto y versátil: tocaba música en la banda del cuartel, el órgano en la iglesia de San Antonio y era rezandero cuando alguien en la comunidad guineana moría. Pero en el devocionario popular inscribió su nombre con tintas especiales al convertirse en uno de los organizadores de lo que llaman la "Novena de San Benito", devoción en forma de expresión creativa en rezos y oraciones improvisadas sobre la base de un fondo cultural antiguo.

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Trina Curiel la Reina del San Benito. A la izquierda León Piña.

Cédula de identidad de Trina Curiel.

En casi todas las celebraciones se producen libaciones de alcohol, según la familia Solís-Lugo, de Curazaito. Incluso después que se tapa la Santa Cruz de Mayo es cuando comienza la parranda. ¿Por qué bañan a San Benito con bebidas alcohólicas si él era beato? Le colocan aguardiente y cocuy.

En la década de los sesenta el profesor Willi Marín tenía una asociación para construirle una capilla a San Benito en el barrio.

La señora Alicia Hernández, de cincuenta y dos años de edad, nació en la calle Monzón, según ella perteneciente al barrio Las Panelas. Refiere que a San Benito lo tenía Trina Curiel en la otra calle (Brión con Providencia),   y desde niña se sumaba a la caminata  que acompañaba la festividad de este santo en el barrio. Después del fallecimiento de Trina, pasó a manos de su hijo Goyo Curiel y de éstas a las de los Guarecuco,   borrándosele  a esta informante el resto de los nombres de los continuadores previos a los del actual Comité presidido por Miriam Acosta. Jorge Martínez, cuñado de Trina, junto con León Piña y Goyo Curiel, preservaron la tradición del culto a este santo.

"Goyo" Curiel, hijo de Trina, con nieta, biznietos y tataranieta .

Algunos vecinos afirman que esta tradición fue traída de Curazao, por el hecho de que la abuela de Trina era curazoleña. En el pueblito Bolívar,   de la sierra coriana, también le hacen su fiesta a San Benito.

En la calle Providencia con Brión se conserva la casa que perteneció a una hermana de Trina y donde ésta vivió. Trina Curiel introdujo la tradición de San Benito en el barrio La Guinea y por ende en Coro. La había tomado de Cabimas, ciudad del Zulia, donde más viva y fuerte se ha mantenido el culto al Santo Negro. Gregorio Curiel, hijo de Trina, vivió también en esa casa donde se mantiene vivo el recuerdo de su madre y que tal vez sería el sitio más indicado para construirle un museo.

Josefina Curiel, sobrina de Trina Curiel, con la imagen de bulto original del San Benito traído de Cabimas.

Miriam Acosta Gómez, de cuarenta y nueve años de edad, vive en la calle Monzón número ciento trece, entre las calles León Faría y Providencia. Nos refiere que de la mano de Trina Curiel pasó la tradición a la de Ángel Chirino. Desde niña, ella era bailadora de esa fiesta; también recuerda que hubo un festival folklórico con el grupo de Trina Curiel, y que ella, además, pertenecía a otro grupo artístico.

Cuando era niña, le explicaban a Miriam que al barrio lo llamaban La Guinea; desde hace diez   o quince años lo llaman inexplicablemente Las Panelas. Existe, pues, una confusión en la gente de la comunidad en lo referente a este delicado asunto, de modo que la Asociación de Vecinos usa Las Panelas para referirse al barrio.

La casa de vivienda de Miriam está asentada cerca de un consultorio médico. En casi todos los sitios de esta vivienda observamos imágenes de San Benito y, entre ellos, la cocina es un espacio privilegiado. La razón de su vinculación con tan importante sala del hogar, es que al santo se le asocia con los beneficios de la comida que le llega a la familia devota a él y a quienes le piden prosperidad cada año.

San Antonio

El trece de junio del año 2005 participamos en la fiesta dedicada a San Antonio en la casa de la abuela de nuestro colega Luís Cazorla. Se recordará que esta es una familia que ilustra cabalmente los profundos vínculos existentes entre el barrio La Guinea y las serranías corianas. Se conserva allí la tradición de trasladarse desde la Sierra para cantarle cada año salves a la Santa Cruz en el mes de mayo; ahora lo hacen en la celebración que nos ocupa para rezar y cantarle el rosario a San Antonio en el día pautado por el calendario litúrgico católico.

Para la celebración se hacía un pequeño recorrido o procesión integrada por quienes estaban allá y los que se incorporaban en Coro. Cada quien llevaba una vela en la mano. En Caujarao se hacían determinadas operaciones para que se diera la cosecha. Se cuenta que un día de San José, se le cantó a San Isidro, y al final de la salve, llovió.

Nos refieren la existencia de un señor que curaba, quien rechazaba que se tomaran notas acerca de lo que hacía y mucho menos aceptaba que se le hiciesen fotos. Pero su hijo copió en un cuaderno lo que el viejo sabía de memoria.

Nos dice que su padre se trasladaba a otros pueblos e incluso a otros estados venezolanos para sumarse a las fiestas. Llevaba consigo todos los santos, para el pago de las promesas. Era de Mapararí. La persona que solicitaba el pago de la promesa, cubría todos los gastos.

En Paraguaná también le cantaban al santo. Salta a la vista un hecho que tenía lugar en el Zulia: sacaban a San Antonio en procesión. Entre los poblados que la comitiva visitaba recuerdan a Borojó y Dabajuro.

Antes se les rendía culto también a San Pedro y a San Pablo.

Refiere un integrante de la familia Cazorla, que es costumbre en su casa brindarle al santo cocuy, lo cual indica la vinculación de esta tradición local con lo nacional y también con la cultura de los aborígenes u originarios habitantes de Venezuela.

Se destaca en la celebración la foto de su padre fallecido hace 18 años colocada al lado de las imágenes de los santos, con lo cual se significa "como que está presente". En el pasado esa foto se ponía debajo de la mesa. El padre dejaba en el altar el vaso en que bebía de noche.

Afirma que su padre era espiritista; curaba a mucha gente. Utilizaba la orina de la persona enferma y un cristal en un Jesucristo de plata. La persona se colocaba detrás de él y le decía, es decir, le transmitía el mensaje con su situación de salud. Un tío de Churuguara se lo había enseñado.

Utilizaba puros números, "cerraditos", y letras. Al final, le dictaba la receta al consultado para que siguiera el tratamiento que convenía al caso. El Ministerio de Sanidad de entonces terminó por legalizarle su práctica médica afincada en la tradición más añeja y en lo que hoy conocemos como la medicina alternativa, específicamente la denominada, por ellos, verde.

Se nos hace patente el hecho de que, en las entrevistas con familiares de los Cazorla, pronto aparece la personalidad de Valentín Rodríguez, de 86 años de edad. Y los recuerdos y observaciones fluyen como tocados por una varita encantada.

"Antes se rezaban seis rosarios por seis veces al día". "En su altar no estaban, cuando entró en lo celestia l, ni María Lionza, ni el Negro Felipe". Había que tener cierta edad para aprender. "Cuando nos enfermábamos, nos curaban con medicina verde: se utilizaban ochenta y una yerbas". Le decía a los médicos: "la medicina es incolora y está compuesta de 81 yerbas". Curaba las hernias en una mata: le hacía un dibujo en el árbol y desaparecía la hernia.

El altar consiste en una mesa rectangular con una sábana encima y un mantel bordado, ambos de color blanco. Al fondo,   un Jesucristo en la cruz, de madera y, de frente, de izquierda a derecha, el arcángel San Gabriel, San Benito con el niño en los brazos, Santa Ana con el niño; San Juan (delante: la Virgen de Guadalupe), la Virgen del Carmen, la Divina Pastora. Detrás del entramado de estos santos, permanece oculta la foto de Valentín, el fallecido.

Se hace evidente, pues, que antes del, o paralelo al culto a un santo católico, el pueblo abría un espacio para reverenciar a aquellos miembros fallecidos de su familia, es decir, se manifestaba un culto a los muertos que raramente es tomado en cuenta en lo escrito acerca de la cultura, o de las tradiciones populares del Estado Falcón.

Tampoco resulta habitual en una celebración con personas ajenas a la familia,   escuchar en la introducción a un rosario, una oración cuyo nombre es "La Casa Santa", que se hace para alejar el mal y atraer el bienestar hacia la familia, luego de lo cual el oficiante se echa un palo de cocuy. A continuación comienza el rosario cantado, a golpe de cuatro y tamborita serrana.

Se pasa a la invocación al ave María Purísima y a la Santa Cruz, a manera de   preámbulo. El tío salta, cuenta a cuenta, en un pequeño rosario que agarra con uno de sus dedos de la mano izquierda, mientras reza. Luego reinicia el canto acompañado de la música ejecutada por los dos instrumentos antes señalados.

La observación nos revela la estructura o secuencia de la celebración que transcurre del modo siguiente:

1-. Rosario rezado

2-. Salve acompañada de cuatro y tamborita serrana

3-. Pausa con sorbos de cocuy.

La segunda parte nos conduce de la mano al reino de lo real maravilloso: mientras se tocan los instrumentos musicales tan criollos y criollamente tocados, se canta en latín. Veamos un ejemplo:

Ora, ora pro nobis

Estrella matutina

Ora, ora pro nobis

Regina confesorum

Ora, ora pro nobis...

                                                 

María Mater Gratia: invocación hecha a la Divina Pastora. Se les canta a estos santos porque ellos evocan el mundo seráfico, (propio de los ángeles y arcángeles) y el de la Virgen protectora en la figura de cada una de sus diversas advocaciones. El objeto de veneración y recordación -el muerto- se convierte al mismo tiempo en motivo para la necesaria reunión de toda la familia.

No es difícil de señalar la originalidad de la celebración religiosa que estamos presenciando, subrayada por la música y la ingestión de una bebida ancestral como lo es el cocuy.

A las personas recién nacidas existía la costumbre de cantarles las salves, no sabemos si antes o después de colocarles el nombre del santo que aparecía en el calendario litúrgico católico, el día del nacimiento.

Entonces existía la costumbre del bendito y alabado: el niño se arrodillaba ante el padre y le pedía "el bendito y alabado" para que le echara la bendición en esa posición. Luego quedó la de la bendición solicitada a los abuelos, tíos, padres e incluso   a las personas mayores.

Después del último canto a San Antonio se vuelve a libar colectivamente cocuy y se pasa a un espacio menos apropiado a lo que pudiéramos definir como lo sagrado. Me refieren cómo se celebra San Antonio en El Tocuyo, Estado Lara,   donde naturalmente se produce el golpe tocuyano típico que es acompañado de la música de las celebraciones de la Zaragoza de Sanare.

San Antonio también es santo usado para hacer aparecer las cosas perdidas. Se le compra su velón y todo… Sale a colación el suceso del hijo de un político cuya bicicleta se había perdido, se le invocó al santo y apareció. Por último, quizás el pedido más común y popular entre el pueblo, sobre todo entre las damas, sea pedir a   San Antonio, le consiga novio

Zábilatop

En muchas casas de Coro es frecuente encontrar plantas de zábila aparentemente adornando la entrada principal o porche. Nuestra experiencia nos indica que en la tierra del chivo, altivo y rebelde, del viento espinoso y del cardón florido, cada cosa puede tener una significación oculta. Es el caso de la planta antes mencionada que se emplea con usos múltiples, entre los que no se olvida el de tipo religioso. Para muchos vecinos del barrio La Guinea, la zábila recoge las malas influencias. Se coloca en todos los sitios de la casa para recogerlas y evitar que tales maleficios entren al hogar para dañar a la familia, sobre todo a los más débiles y desprotegidos. Existe la creencia de que cuando no hay zábila colocada detrás de la puerta de entrada principal de la casa, ésta está sucia.

Existe una tradición vinculada al empleo de la zábila que se remonta a la existencia de los abuelos de la señora Miriam Acosta Gómez. En la Semana Santa, la zábila es velada el jueves santo y el viernes siguiente se reza y se le coloca agua bendita. Luego esa zábila se conserva en la casa durante todo el año, como medio de protección frente al mal. Miriam nos relató el hecho de que, en cierta ocasión, al arribar a lo que denomina "el día de las brujas", la zábila se marchitó y cayó del sitio donde estaba colocada.

La zábila es atada con una cinta de color rojo, que simboliza la alegría; blanco, que simboliza la paz y verde, que simboliza la esperanza. Pero generalmente a la zábila se le coloca la cinta roja. El uso de la zábila con fines espirituales está presente en casi todas las casas del barrio, según Miriam, hecho que he podido confirmar con nuestras investigaciones de campo. Para otras personas, el uso del color rojo tiene como función la protección personal y familiar, por lo que a los bebés se les prende en la ropita, o atada a la muñeca con una cinta del mismo color, al menos una pepita de la peonía, justamente que es de color rojo y negro.

En muchas casas del barrio no sólo se observa la preferencia en el uso de la zábila con diversos objetivos, sino también como uno de los objetos más expresivos asociados a un conjunto de clara filiación de naturaleza espiritual, en el que se localizan las herraduras con siete   agujeros, que son colocadas y guardadas en el matero, que casi siempre es de barro, tres frascos acompañando la zábila y hay personas que colocan también un imán.

La raíz de la zábila siempre debe colocarse para arriba. Nos refiere Luís Cazorla que a la zábila debe colocársele oro y plata para que surta el efecto deseado; refiere asimismo que los árabes creen en el poder de resurrección de esta planta milagrosa; ellos atan la zábila con una cinta de cuero de caimán, según él.

Religiosidad popular

Escuchamos decir que Juana, así, a secas, es una de las personas más espirituales del barrio, en este caso vinculada al catolicismo. Conviviendo con esta religión oficial, muchas personas tienen creencias de otro tipo. Mario Aular entrevistó a una persona, ya fallecida, que hacía consultas espirituales empleando el agua.

Costumbres funerarias

Existe una zona del comportamiento y la vida del hombre que ilumina como ninguna otra su cosmovisión y modo peculiar de ver la vida. En ella, la idea de la muerte y la manera peculiar con que se la suele tratar ocupa un lugar privilegiado, una rendija por donde podemos mirar al interior, al alma del semejante para sentir el pálpito que generalmente no salta a primera vista. Algunas pinceladas de cómo proceden los vecinos en las ceremonias u honras fúnebres que siguen al fallecimiento de alguien, nos permiten aproximarnos someramente al asunto antes mencionado. Hay acciones que se repiten en lo observado en las culturas de otras sociedades alejadas de la venezolana como la angoleña: la preparación e ingestión de una comida y la música que en el caso de las tradiciones de la sierra de Coro, resultan semejantes. Antes del rezo pintan la casa de vivienda de cualquier color y el día del "último rezo" hacen una comida para los presentes: hervido de gallina o de chivo. A pesar de la seriedad que rodea la costumbre, no falta algún chiste. Las familias de origen serrano cantan salves.

Solicitud de Casa de la Cultura

La comunidad La Guinea, a través de algunos de sus cultores populares y educadores, ha manifestado algunas necesidades culturales insatisfechas. Las actividades artísticas que se organizan anualmente, de atrayente significado social, como las del Día del Niño y el Día de las Madres; no reciben el sostén ni tampoco la atención adecuada de parte de los organismos oficiales responsables del servicio cultural del Estado Falcón. Se trata de hacerles un seguimiento directo y permanente a las actividades y eventos que los vecinos realizan anualmente sin ninguna orientación ni apoyo. También manifiestan que en el barrio existen terrenos, como el sitio conocido por El Llano, ubicado en las calles Progreso y Providencia, donde la Alcaldía podría construir una Casa de la Cultura. INCUDEF podría sumarse a la coordinación de una reunión en la que los vecinos hiciesen estas solicitudes a través de la organización que atiende la comunidad, como el Consejo Comunal, asociación de vecinos, las Unidades de Batalla Electoral (UBE) y el programa Barrio Adentro, por nombrar algunas; podría incluso, junto al I.N.E, elaborar un diagnóstico socio-político e impartir el taller F.I.D.E.S.-L.A.E.E., así como acciones concretas con las que nos hagamos eco de tales pistas o reclamos. Así podríamos ganar tiempo a fin de elaborar estrategias encaminadas a darle respuesta a tales necesidades.

PERSONAJES POPULAREStop

Rafael José Hernández* ha rescatado del olvido a un personaje coriano como extraído de las catacumbas, algo así como el Coco con que se le mete miedo al niño, pero con apariencia espeluznante. La leyenda de Quéquere empezó a tejerse con sus propias manos cuando, sobreponiéndose al estado de desmadejamiento de sus piernas, construyó un carrito rústico con el que, ayudado por un   amigo, en cierta ocasión paseó por la ciudad. Se instaló en el inconsciente colectivo del coriano como una referencia que, al evocarse, era asociada al terror, a lo desconocido, a lo que se teme o al misterio.

Quéquere también pertenece al dominio de los saberes; lo demuestra la expresión local lamentablemente en desuso: "eso no lo sabe ni   Quéquere", que confirma el vasto alcance y dominio del conocimiento de este personaje legendario, al punto que llegó a saber de buena tinta la vida y milagros de todas las familias de la ciudad.

 

*Rafael José Hernández: "Personajes populares corianos" p. 100 – 101, en Luis Alfonso Bueno: De Coro y de corianos. Caracas, 1976.

 

Vivía justamente en la salida de la ciudad; por el frente de su casa, camino a la sierra coriana, transitaban las tropillas de mulas, cuyos arrieros le compraban las lámparas que él fabricaba con potes vacíos. Las bestias campaneras las llevaban colgadas para alumbrar "los oscuros peñascales de las cumbres". El pago se lo hacían en especies; como panelas, papelón o pescado. Con la hojalata de los potes hacía también reliquias para santos.

Así como su llegada a Coro e instalación en el barrio La Guinea estuvieron envueltos en la bruma, así también su muerte, ocurrida allí, selló su paso por este espacio habitado .

Límites Geográficos

La ciudad de Coro se había extendido hacia el Sur a consecuencia del creciente interés de sus habitantes por apropiarse del espacio donde habían sido sembradas las mencionadas huertas. Para el año 1887,   cuando es levantado el inmueble de la iglesia de San Antonio, el barrio La Guinea se había consolidado como un asentamiento urbano poblado por Loangos o "Negros Holandeses", descendientes de los negros africanos esclavizados, traídos a Coro desde la vecina isla de Curazao.

El licenciado Arcadio González,  cronista oficial del Municipio Miranda, ha hecho una tenaz indagación en torno al origen y desarrollo de sus parroquias. Según él, el Estado Falcón fue dividido en virtud de la Ley de División Política Territorial en Distritos y cada uno de éstos, a su vez, en Municipios. Así el Distrito Miranda se dividió en los Municipios Urbanos San Gabriel, Santa Ana y San Antonio; más tarde fueron instituidos los Municipios—que califican de "foráneos"— Guzmán Guillermo, Mitare y Gil. A partir de 1972, la ciudad de Coro comenzó a funcionar como capital de los tres primeros. Posteriormente, "la denominación política de Distrito desapareció, al ser aprobada la Ley de Reforma Parcial de la Ley Orgánica de Régimen Municipal, publicada en Gaceta oficial Nº 4109 del 15 de junio de 1989", quedando entonces el Municipio Miranda dividido en las parroquias San Gabriel, Santa Ana, San Antonio, Guzmán Guillermo, Mitare, Sabaneta y Río Seco; esta última parroquia, según la Ley del 18 de diciembre de 1993.

Arcadio González indica el año de 1574 como la fecha en que posiblemente aparecieron estos primeros negros introducidos aquí por la necesidad de brazos "para la pesca de perlas"; también menciona a Jácome de Castejón como uno de los principales traficantes de negros, quien era hombre cruel y sin escrúpulos. Este autor deriva las comunidades Los Ranchos, Curazaito y Las Panelas de un núcleo poblacional inicial, además de afirmar que Curazaito está muy emparentado con los grupos de pobladores de la Isla de Curazao, indígenas pertenecientes a la etnia denominada caquetía.

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ANEXO

El tambor coriano

Existe un fondo inexplorado en la historia del tambor coriano. De lo que se trata entonces es de develar la trama, los hilos de esta tela   de araña que nos permitan conocer cómo era aquel instrumento cuando surgió y cómo, cuándo y por qué evolucionó hasta llegar a su conformación presente. Tengo la presunción de que en sus inicios el "tambor coriano" era un solo instrumento, que era percutido por una sola persona y luego se fue socializando lentamente, hasta ser ejecutado por varias personas que se relevaban en el toque durante algún evento familiar o de mayor alcance colectivo, como el de una festividad religiosa. En el principio constituyó un vínculo, un canal de comunicación con el África ancestral de la cual había sido desarraigado el negro reducido a la condición de esclavo mediante el engaño y la violencia; luego se convertiría en un factor de unión para enfrentar en tierra extraña las adversidades propias de la situación del destierro.

El propio nombre con que se le bautizó y permanece hasta el presente apunta en esta dirección. "El tambor coriano", y  no "el baile coriano", nos lo indica notoriamente con claridad meridiana. El Maestro coriano Miguel Lugo nos lo confirma con una afirmación categórica: "bailar el tambor coriano no vale nada,   sino el repicarlo". Sin menospreciar cualquier otra expresión artística añadida o resultante de una evolución o circunstancia a la que se ha llegado, no obstante la tradición está señalando con esto su núcleo principal de partida, que es a su vez el foco centrípeto en el que se confluye y en el que subordina al resto de las expresiones artísticas que giran en torno de sí. De ahí que en el habla común, tanto como en ese fondo inescrutado e inexplorado, reviente la palabra " tambor"  como elemento de referencia simbólica, a la vez que remitente a un pasado ancestral y a un núcleo aglutinador de personas sometidas a la aculturación y al despojo violento de todo arsenal   de símbolos connotativos de  un origen.

Asumiendo esta perspectiva, el tambor coriano tal vez deba ser interpretado como el grito desesperado del oprimido que agarra en las manos el medio más eficaz para sobrevivir ante una situación de violenta deculturación. El baile podría ser visto así como algo que se le añade posteriormente, en medio de un proceso de transculturación enmarcada en ese proceso agresivo. Tambor remite a África; África es sinónimo de esclavitud para el colonizador y esclavo significa ser carente de cultura ante sus ojos, y los ojos de los grupos sociales que continuarán ejerciendo el dominio colonial y que lo prolongarán durante las denominadas Repúblicas. Era necesario, pues, desdibujarlo, debilitarlo o hacerlo desaparecer si fuese conveniente, más sobre todo a partir del conato de insurrección liderado por José Leonardo Chirino, en la sierra coriana, a mediados de la década de los noventa del siglo dieciocho.

El tambor tendría que negociar con la cultura dominante su status y ubicación en la sociedad colonial y postcolonial para garantizar su supervivencia. Se adaptaba a las exigencias del colonizador o desaparecería: tal era la dramática disyuntiva a la que se enfrentaba. En el juego con el poder que lo negaba, aparecerían estrategias de resistencia; de una de esas estrategias se derivaría el crecimiento del número de tambores de la agrupación instrumental y la incorporación de otras expresiones artísticas, como la danza de carácter étnico y luego otras formas de representación escénica, que incluían el baile. Como resultante, en lo relativo al contenido   de esas ricas expresiones escénicas, éste se desarrollaría hasta concretarse en  un campo  semántico cada vez más amplio y abarcador. En lo adelante, decir tambor en cualquier sitio del actual Estado Falcón significaría corianidad, que es como actualmente se le percibe y recibe en la gente común, no sólo en los vecinos de los barrios marginados de la ciudad. Es lo que nos manifiesta el joven docente de percusión Gustavo Ricaurte cuando se refiere a que, para el conocedor, tanto el tambor veleño, como el marinero o cumarebero, o aun el serrano, se le califica con ese linaje.

Un cerco racista y contracultural habría sido impuesto por la clase dominante desde la colonia para impedir el reconocimiento de los valores creados por el pueblo en lo relativo a su espiritualidad. La clase social dominante, primero los oligarcas y luego los burgueses, se propondrían como estrategia de dominación en el campo de la   cultura, descalificar al complejo cultural denominado "tambor coriano", para así impedir que se siguiera manifestando como lo había hecho en el pasado. No se trataba de una acción aislada. Todo lo contrario. Esta descalificación formaba, y forma aún parte, de la plataforma de dominio que abarca un conjunto de actos dirigidos a colocar en primer plano a la "cultura oficial", con la que siempre se ha impuesto la imagen de lo que debe entenderse por cultura. Todo lo demás, si no carece de valor desde su punto de vista, cuando más, es subalterno: está en segundo plano  y, como tal, debe tomarse como algo secundario, que en cualquier momento puede ser colocado a un lado.

En el transcurso del siglo XX los curazoleños asentados en Coro desempeñaron un papel muy importante en la reafirmación del tambor como signo emblemático de la expresión artística de la cultura tradicional popular que había sido negada y excluida durante mucho tiempo. Hemos mencionado los nombres de algunos de los personajes más destacados en esta labor. Ellos posibilitaron que en la memoria colectiva del barrio La Guinea de la ciudad de Coro, se mantuvieran presentes algunos elementos que remitían al pasado ancestral, en particular aquellos que siempre quisieron borrar. Volvamos a recordar los bailes del tambor que tenían lugar en La Guinea en el período de la insurrección de José Leonardo Chirino, nunca olvidemos cómo se dejaba traslucir en sus cantos lo que se estaba gestando en la sierra coriana en relación con la insurrección encabezada por aquel hombre mestizo (zambo), pero que contaba con la adhesión de esclavos, negros, mulatos libres y de parte de la población aborigen.

Asimismo los curazoleños abrieron el camino para que se estudiaran y aprendieran nuevamente las claves del tambor, debilitadas o relegadas durante un tiempo. A su lado, compartiendo un espacio cultural entendido peyorativamente como " folclore, se situaron algunos corianos que habrían de adquirir los conocimientos indispensables para que el tambor coriano no muriera. En páginas anteriores hemos proporcionado sus nombres, que deberán ser objeto de investigación por los estudiosos y cronistas de sus localidades. Cuando logremos materializar nuestro proyecto de Museo del Barrio La Guinea, al pie de sus retratos o fotos deberá colocarse la síntesis de sus biografías para que la comunidad conozca sus méritos y, tanto niños como jóvenes, tengan en ellos dignos modelos con que orientar la comprensión de su pasado y su comportamiento actual.

Mucha gente ignora el lugar en que se tenían a aquellas numerosas y ricas expresiones de la cultura tradicional popular. Debe estimularse para que se active la memoria colectiva, en especial en aquellas zonas en que se ha producido una manipulación en el inconsciente para que no afloren los recuerdos. El tambor coriano no sólo fue menospreciado y colocado en espacios marginales de la sociedad neocolonial, sino también fue excluido y perseguido durante mucho tiempo hasta períodos recientes, previos al actual proceso de la revolución bolivariana. Disponemos de testimonios de vecinos del barrio La Guinea-Curazaito, que dan cuenta de cómo las "señoras damas, esposas de la godocracia" local veían con malquerencia a las muchachas pobres que se sumaban a los desfiles del tambor por algunas calles de Coro durante diversas   celebraciones festivas, como las del inicio de las Navidades. Estas damas estaban animadas no de un natural celo por sus parejas masculinas, sino motivadas en su inconsciente por arraigados prejuicios sociales que las predisponían a rechazar y alejar del espacio social en que ellas se desenvolvían (léase el actual mal denominado casco histórico o centro colonial de la ciudad mariana), la música de aquellas personas de barrio que necesariamente había que mantener a "distancia."

Fue así como esas señoras lograron promover un estado de opinión dirigido a movilizar a las autoridades gubernamentales del municipio en contra del tambor coriano. Según obra en el Archivo Histórico de la actual Alcaldía Miranda*, se promulgó entonces un decreto del jefe militar y civil Gabriel A. Reyes, en que se califica " al tambor o mabil de espectáculo que desdice en alto grado de la cultura y civilidad de los pueblos" y   en él se discurre que con semejante espectáculo se ofende la moral pública. En consecuencia, mediante tal instrumento legal se ordena prohibir "semejante baile en las partes céntricas de la población ".

La represión no se quedó en semejante acto de marginación o exclusión, sino que iría más allá; así,   en otra de sus medidas, obligaba a la gente humilde de los suburbios donde ese instrumento era guardado celosamente y se realizaban tales

celebraciones asociadas a él,  obtener previamente el permiso correspondiente de la primera autoridad del Distrito, que era como se llamaba entonces al Municipio.   Comprobamos con ello cómo se determinaba, sin decirlo explícitamente en el texto del mencionado decreto racista, su prohibición: se exigía, como requisito indispensable, que dicha solicitud se hiciera "en papel sellado de la clase sexta y con estampilla de instrucción de 50 céntimos, comprometiéndose   el solicitante a responder del orden", mientras se celebraran las fiestas populares en el barrio al que se le confinaba.

Faltaba dar todavía una última vuelta de tuerca para estrangular al humilde, que era precisamente la más fuerte, la de tipo económico: el solicitante debía pagar previamente diez bolívares, que era un capital en la época ¡"y si contravenía lo dispuesto, diez o veinte bolívares o arresto correspondiente"! La espada de Damocles era colocada en la cabeza de la gente humilde a la que se arrinconaba en sus guetos, en los que podía divertirse y reafirmar su identidad local, sin tener que cumplir con requisitos que no estaban al alcance de los bolsillos de gente pobre, negra, mulata y sin recursos materiales, quienes sólo disponían de lo más elemental para mantenerse en un nivel de sobre vivencia.

 

 

* Libro de resoluciones y decretos de la gobernación del Distrito Miranda Años 1903-1906.Documento II, folio 11-12. Alcaldía Miranda .Archivo Histórico.

¿FRANCISCO DE MIRANDA EN EL BARRIO LA GUINEA?

     Pareciera que hasta el presente se haya querido ocultar la presencia del Generalísimo Francisco de Miranda en Coro, donde permaneció durante varios días y dictó su célebre proclama al mundo. Pocos imaginan que tan ilustre revolucionario estableció su cuartel general muy próximo al barrio La Guinea de esta ciudad, Patrimonio de la Humanidad. El estudioso falconiano Ángel S. Domínguez, en su excelente crónica "Los corianos de 1806", ha recogido la movilización que las autoridades coloniales españolas hicieron en el barrio La Guinea para desacreditar al Generalísimo Francisco de Miranda poco antes de su   desembarco por el Puerto Real de La Vela de Coro, el tres de agosto de 1806.

     Las comisiones creadas   para organizar la protección del territorio coriano recorrían los vecindarios y el capitán al mando alistaba "precipitadamente a todos los peones que estaban al alcance de la mano". Se puso en juego un modelo de animación socio-cultural defensiva para que la gente se aprestara a tomar las armas; a Miranda se le colgó el epíteto de "el jacobino", equivalente al de tránsfuga o a algo más degradante: a un hombre sin moral, sin religión y sin escrúpulos; por tanto, capaz de cometer los crímenes más horrendos. Al pueblo se le explicó que aquel hombre tan desprovisto de principios había llegado al extremo de enarbolar una bandera tricolor a la que adornaba con " signos misteriosos". Aquel que pintaban poco menos que de pirata o filibustero, pues, era un hereje o nigromante.

Resulta de mucho interés estudiar el mecanismo de que se valió el tambaleante imperio español para actuar en la conciencia social del coriano a nivel de las comunidades de base y, especialmente, en la familia coriana, para instalar en ellas el miedo. Se operaba con pleno conocimiento de causa de la mentalidad conservadora del coriano, reforzada por un catolicismo que no existía ni en la propia España. Para reforzar el rechazo al enemigo invasor, se le descalificaba culturalmente, es decir, se le retrataba como un forastero – jacobino era sinónimo de francés -   que violentaba el código de moral que todos compartían; era antirreligioso y, en consecuencia, en disposición de cometer las acciones más atroces. Para alcanzar sus fines, había sustituido al pabellón "patrio" por otro en que había inscrito esos símbolos sospechosos.

Esto fue lo que tanto los españoles como los criollos corianos se encargaron de hacer circular en el barrio. Tengamos presente que La Guinea estuvo vinculada al levantamiento de José Leonardo Chirino, tras cuyo sanguinario aplastamiento se reinstaló el terror. En la conciencia colectiva permanecían muy vivas las escenas dantescas de la decapitación de los "negros loangos" que acompañaron al curazoleño luango Josef de la   Caridad González ante el Presidente Gobernador y

Capitán General, el Teniente Justicia Mayor Don Mariano Ramírez Valderrain, para pedirle armas con que enfrentarse o apoyar –según los colonialistas—al zambo rebelde de la hacienda Macanillas. La insurrección se había apoyado en "la ley francesa", que decretaba la libertad para todos los esclavos. ¿Se comprende mejor por qué a Miranda ahora se le calificaba de "jacobino"?  

    

Este último adjetivo removía en la mente de los    atribulados vecinos de Coro el recuerdo de las ejecuciones sumarias y otras violentas acciones, como el confinamiento, la deportación o la venta de esclavos e indios, hechos prisioneros después que fueron masacrados los "negros de la sierra coriana".

Se puso en juego un mecanismo basado en el buen empleo de la historia y del conocimiento de la cultura para conseguir fines prácticos de inmediato alcance. Con aquel mecanismo se lograba el control de la población más humilde del barrio: los descendientes de los negros esclavos y la población mestiza, quienes se sentirían así encadenados. Al mismo tiempo, se lograba que el reclutamiento forzado fuese más efectivo; de modo que el capitán de pardos podía estar seguro de que los peones de La Guinea que él alistaba habían sido preparados ideológica y culturalmente para que se aprestaran a enfrentar al diablo jacobino. Obviamente, aquí nos estamos asomando a uno de los expedientes a que se apelaba para enfrentarse al cambio revolucionario que a la larga habría de triunfar. El estudio sistemático de fenómenos como el presentado aquí habrá de aportar nuevos datos y luces que iluminan el pasado y que nos permitirá comprender mejor el presente.

Lo cierto es que el mecanismo ideológico y cultural que se puso en práctica logró eficientemente su objetivo: amedrentar a la mayoría de la población y predisponerla negativamente ante el trascendental   hecho histórico que se estaba produciendo ante sus atónitos ojos. El Generalísimo Francisco de Miranda caminó por las aterrillantes  calles corianas, sin encontrar en ellas una ventana que se le abriera para recibirle, ni un alma de entre sus mismos coterráneos que le manifestara, al menos, su adhesión para reconfortar a aquel sabio que había elegido a Coro como escenario ideal donde proclamar al mundo, que una nueva patria había nacido en su natal Venezuela.  

Muchas razones han sido alegadas para explicar la negativa casi absoluta a brindarle abrigo a aquel cuya vida había consagrado a transformar al hombre en un ser libre y a luchar por esa sociedad plenamente independiente. La falta de confianza instalada en el pueblo o la ignorancia que atenazaba a la inteligencia tampoco bastan a la sombra de un avasallante   poder colonial, se habían abierto paso los intereses de un minoritario grupo social devenido luego en godocracia, que ejercía un control y   dominio tiránico en torno a las ideas, valores y pautas culturales que circulaban entonces, impidiendo su ingreso en la conciencia del pueblo. Por el contrario, las matrices de opinión y los estereotipos sociales impuestos terminan por producir algunas expresiones culturales   contrarias al ideal independentista.

Ángel S. Domínguez, cuya crónica glosamos, es concluyente al afirmar que el coriano se había convertido en un "pueblo arisco, desconfiado y siempre presto a tomar las armas para defender sus hogares y hasta su propia existencia".

La mentalidad belicosa del coriano la   interpreta, como un fruto de la formación de la juventud desplegada por los españoles, quienes intencionalmente exaltaban en ella valores como los de la lealtad y la valentía, siempre enfilados a rechazar todo asomo de liberalismo o de alguna idea que pudiere asociarse al separatismo. Defensa a ultranza de lo propio frente a enemigos foráneos, que esporádicamente se asomaban a las costas corianas para el saquear; la lealtad a la corona española como una condición para mantener el estatus social alcanzado y, en consecuencia, rechazo a lo exótico visto como elemento perturbador y finalmente,   conducta conservadora en lo social como soporte del realismo, hicieron del coriano ese ser conservador que explica su conducta ante el paso de Miranda por las calles de la ciudad mariana.

De todos modos hay que seguir buscando en la historia para proporcionar explicaciones más ricas y comprensibles a comportamientos sociales como el apuntado. Sólo así estaríamos   en condiciones de asomarnos a lo que pasó en el interior de los grupos asentados en barrios periféricos como el de La Guinea; de seguir los latidos de su ser expresados en las expresiones de la cultura tradicional popular y de acercarnos al conocimiento de cómo se instaló o no en el inconsciente colectivo o qué   huellas invisibles o tangibles dejó en él.

Santa de Coro, marzo 31 2006.

Ángel S. Domínguez.: "Los Corianos de 1806", p.78 –82,   en Luís Alfonso Bueno: De Coro y de Corianos.  Caracas, 1.976.

Decreto de la Alcaldía Miranda restituyéndole su nombre original al barrio La Guinea y demarcándolo territorialmente.

Ficha sobre los autores:top

Licenciado José Millet, (Cuba, 1949). Filólogo. Profesor universitario. Investigador Auxiliar, categoría científica otorgada por el Ministerio de Ciencias, Tecnología y Medio Ambiente de la República de Cuba. Premio Nacional en Investigación Socio-cultural otorgado por el Ministerio de Cultura de ese mismo país por la obra El vodú en Cuba y Premio Nacional compartido en Investigación Socio-cultural por la obra Barrio, comparsa y carnaval santiaguero. Fundador del Festival del Caribe (1981) y de la Casa del Caribe (1982), instituciones de referencia a nivel mundial en lo que respecta a la promoción y al estudio de la cultura caribeña y de las culturas tradicionales de los pueblos de la región. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y del Grupo de Estudios Regionales del Consejo Europeo de Investigaciones sobre América Latina (CEISAL). Dirige el Centro de Investigaciones Socioculturales del Instituto de Cultura del Estado Falcón, en la República Bolivariana de Venezuela.

Licenciado Manuel Alejandro Ruiz Vila (Cuba, 1947). Sociólogo. Subdirector de la Casa del Caribe, de la cual ha sido uno de los forjadores del principio de la factibilidad de la autogestión económica en las instituciones culturales, voluntad que también ha obtenido una validación rotunda con la realización exitosa de veintiséis ediciones del Festival del Caribe, organizado por esa prestigiosa Casa. Su campo de estudios son la sociología rural y las pequeñas comunidades. Premio Nacional compartido en Investigación Socio-cultural otorgado por el Ministerio de Cultura de la República de Cuba por la obra Barrio, comparsa y carnaval santiaguero, publicada en la República Dominicana en 1997. Numerosos trabajos suyos han visto la luz tanto en su país natal como en el extranjero.

Pedro Eduardo Concepción (1955), Luís Cazorla (1970), Oscar Lázaro (1966), Enzio Provenzano (1976), Zulay Castejón (1964) y Orlando Moreno (1981) son venezolanos   que se desempeñan  como empleados del Instituto de Cultura del Estado Falcón y colaboradores científicos del equipo de estudio de su Centro de Investigaciones Socioculturales.

Fuentes escritas y orales compulsadas:top

Aular, Mario (compilador): La Guinea, documentos . Coro, 2004.

Domínguez, Angel S: "Los Corianos de 1.806", p.78 –82,  en Luís Alfonso Bueno: De Coro y de Corianos.   Caracas, 1.976.

García, Jesús: Aprendamos de la historia y la cultura afrovenezolana. Venezuela, 2003? Fondo de Canadá para iniciativas locales (FICL)

González Acosta, Arcadio: "El barrio La Guinea". Periódico La Prensa, Coro, Falcón.

Instituto Nacional de Estadísticas (Capítulo Falcón): Multimedia.  

Documentos de la insurrección de José Leonardo Chirino . Caracas. Fundación Historia y Comunidad. 1ª. Edición, 1994.

Millet, José; Manuel Ruiz Vila y Rafael Brea: Barrio, comparsa y carnaval santiaguero.  Santo Domingo, República Dominicana, Editora de la UASD, 1997.

James, Joel; José Millet y Alexis Alarcón: El vodú en Cuba . Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 1998.

Libro de resoluciones y decretos de la gobernación del Distrito Miranda Años 1903-1906. Documento II, folio 11-12. Alcaldía Miranda. Archivo Histórico. Coro, Falcón.

Lugo, Juan Ramón: A propósito de Doscientos años de olvido . Caracas, Fondo Editorial IPASME. 2006. Sánchez, Rafael: Curiana / Instituto de Cultura del Estado Falcón/ 1970.

Sánchez, Rafael y José Pero: Coro, aspectos históricos (volumen II.) Coro, Ediciones Corianidad [1991]

Entrevistas:

Miguel Lugo; Olga Camacho; Ana Lucía Pirona; Francisco "Chico" Rojas; Minerva Lugo; José "Chino" Solís; Orlando Maduro, Demetrio Ulacio, Andrés Chirino, Luis Salvador Ruiz, Carmen Acosta de Ruiz, Pedro Maduro, Gregorio Curiel, Josefina Curiel, Judith Rojas, Mirian Gómez, Salomón Tellería, Norma Curiel, Geraldine D. Curiel, Henry Curiel, Cleotilde "Tiota" García, Carmen "Meya" Ugarte, Tulio Ugarte, Lauro Quintero, Juan Quintero  

 

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La Guinea, barrio afrocaribeño de Coro, editado y producido por el Instituto de Cultura del Estado Falcón. Se imprimió en los talleres__________________ de la ciudad de_________________, consta de una tirada de ___________ejemplares, en el mes de__________________ del año 2006, Año Bicentenario del desembarco por La Vela de Coro del Generalísimo Francisco de Miranda.

Autores del libro. De izquierda a derecha, Luis Cazorla, Oscar Lázaro, José Millet, Enzio Provenzano, Orlando Moreno y, detrás, Eduardo Concepción. Foto de Henry Curiel, tomada en el patio del edificio Santa Rosa, sede de INCUDEF, en Coro, Estado Falcón,

La Guinea 1      La Guinea 2