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JOSE MILLET/ MANUEL RUIZ VILA
II
Mario Aular, investigador y cronista del barrio La Guinea.
Nos parece importante visitar a pie, esta porción de la ciudad; generalmente excluida de los planos y, aún más, de la actual cartografía oficial de la ciudad, donde parecería borrarse de la historia un hecho tan importante como es que por aquí nació el asentamiento humano del período colonial más antiguo, y a la larga también más importante desde el punto de vista histórico y de las tradiciones culturales, que dibujó su nacimiento y ulterior desarrollo que arranca desde el período colonial y se prolonga hasta el presente. Como intentaremos explicar más adelante, diversas circunstancias e intereses se concitaron para que hechos como el de la mencionada sustracción de la identidad del barrio, se produjeran en el pasado, por lo que, eliminadas aquéllas, es lógico e inapelable que las cosas vuelvan a su lugar, y acto de justicia la restitución del nombre solicitada por sus vecinos.
Desde el punto de vista de la sociología y de la recuperación de la historia, resulta de interés el señalar los sitios y edificaciones marcados como de trascendencia para la identificación de los objetos en que se concentran significados para los vecinos de una colectividad, como la de La Guinea. Adicionalmente, nos parece un excelente modo de restablecer la importancia que para cualquier ser humano aquéllos tienen, como referentes del pasado y, asimismo, como evidencia palpable del papel de la memoria colectiva en la defensa de una identificación de los colindantes de una localidad, no importa incluso cuán pequeña pueda ser ésta. Para un interesado en seguir los rumbos de la historia de las pequeñas comunidades, y hasta para un simple turista que desee conocer o experimentar una ruta inusual, excluida de las guías turísticas en uso, la historia presente del barrio en cuestión desfila por las "menudas" historias de los excluidos de siempre. Permítasenos seguir las voces a quienes raramente se les ha permitido hablar, ni siquiera de su entorno.
Nuestra caminata comenzó en la Plaza El Tenis, situada al sur de la ciudad de Coro, en el extremo de la calle Comercio que converge en la Avenida Manaure. Desde esa plaza se encamina uno rumbo a la sierra coriana y a Barquisimeto y nos señala un sitio asociado a la familia de apellido Veroes, espacio donde antiguamente estacionaban y pastoreaban los burros que bajaban de la serranía coriana.
Puede ser calculada la sorpresa y aun los laberintos por los que a menudo transitan los estudios, que a veces nos hacen salir al encuentro de realidades que no habíamos tomado en cuenta, al formular los postulados que muestra la metodología, entre los que están las hipótesis. Monteverde, en su relación con La Guinea, podría ilustrar este fenómeno. El sector conocido por Estanque antiguamente era un barrio obrero, al que luego se le dio el nombre de Monteverde. El caso de la señora Clotilde "Tiota" García, de 82 años de edad y de igual cantidad viviendo en Monteverde, nos puede servir de ejemplo elocuente de esto que estamos tratando de explicar: declaró en la entrevista no haber escuchado jamás el nombre de La Guinea. Su madre le manifestó que Los Ranchos fue el nombre original de lo que es hoy Monteverde. Así mismo, Meya Ugarte, de 86 años y del mismo sector nos informa que eso nunca se conoció como Los Ranchos.
Las actuales entrevistas que estamos realizando ponen al rojo vivo una evidente rivalidad o tensión entre los habitantes de este sector y el de La Guinea, cuyos testimoniantes raramente lo mencionan en ellas, salvo cuando se les pregunta y se les alude explícitamente; entonces es que en la respuesta se nos manifiesta que, en efecto, hacia allí fueron llevados los tambores, pero con la aclaración de que su origen y espacio de avance es Monteverde, donde vivieron los más grandes tamboreros. Tubalcaín Sánchez, "El Seretón", de 48 años de edad y quien se crió y ha dedicado toda su vida al desarrollo del deporte en Monteverde, nos aporta los nombres de algunos de sus más famosos tamboreros: "Genaro "El Burro (autor del vals La Macota), Antonio "Manco Renco" y Goyo Pimentel "El Macaco". Este músico, quien se ha ofrecido como valioso testigo, nos habló de la existencia de un tambor "monteverdero".
Licorería de Pedro Gutiérrez
"El Tenis" es una plaza que se nos ofrece como emblemática en nuestro recorrido. Su nombre se debe a que en estos terrenos fue construida la primera cancha de tenis de la ciudad, la que se atribuye a la familia sefardita de los Senior. En este espacio existió un parque temático dedicado a la fauna prehistórica, la que se aviene muy bien con los hallazgos paleontológicos de Taima-Taima, donde se encontraron restos de ejemplares de la familia de los mamuts siberianos.
Enfrente existió la licorería de Pedro Gutiérrez, a quien el ingeniero Ismael Medina identifica como dirigente del Partido Comunista de Venezuela; esa licorería nos aseguran que fue la primera de Coro. Durante 14 años su inmueble permaneció en pie, pero "rapidito se tumbó", expresión esta última con que el pueblo nos indica que poderosos intereses o la desidia mal intencionada se conjuraron para que algo de valor se destruyera sin que nadie se percatara. Es de hacer notar, que la Alcaldía del municipio Miranda, a noviembre de 2006, adelanta las diligencias correspondientes, a fin de rebautizar la plaza El Tenis, con el nombre de Plaza Los Mártires, en honor a los caídos en la lucha armada llevada a cabo en los años 60 y 70, y en la cual vecinos de Monteverde tuvieron destacada participación.
Aquí estuvo la licorería de Pedro Gutiérrez. Calle Comercio con Manaure, a la altura de la actual plaza El Tenis, futura plaza de Los Mártires.
Primera escuela para mujeres
La sociedad coriana ha sido vista casi siempre por los historiadores como de corte tradicional y, hasta cierto punto, tal afirmación podría hallar argumentos para probarse. Pero lo cierto es lo que nos enseña la historia, que muchas de sus hijas se han distinguido a la par de los hombres, en muchas esferas de la vida social; en la literatura, las artes creativas. Ha existido una lucha por los derechos de la mujer para colocarse a la par del hombre y sobran los ejemplos que la atestiguan, sólo que han sido omitidos o silenciados. Tómese el ejemplo de la heroína Josefa Camejo, llevada al Panteón Nacional en fecha reciente, habiendo sido quien encabezó uno de los movimientos por la independencia más descollantes de cuantos han tenido lugar en tierras falconianas. Habría que seguir el curso de tales luchas para entender mejor cuánto se avanzó en logros y quiénes fueron los o las protagonistas. Así se entendería el significado que nos intentó transmitir el señor Mario Aular cuando nos refirió que en 1904 se firmó un decreto municipal que instituyó la fundación de la primera escuela para mujeres, en un local que está en la ruta que estamos siguiendo.
El Chupulún
Hay espacios que nos abren avenidas insospechables para adentrarnos en episodios y circunstancias que al parecer los historiadores e investigadores tradicionales no transitan porque les obsesionan los hechos, que se colocan como piedras unas encima o al lado de las otras de modo de edificar los muros sólidos de los edificios o estructuras cómodas de las historias, que resultan así verosímiles y digeribles con mayor facilidad. Es lo que ocurrió con el sitio ubicado en la calle Monzón entre la Avenida Manaure, la calle Bolívar y sus alrededores. Antiguamente El Chupulún era el sitio de llegada de los negros y mestizos acompañados con sus tropillas de burros procedentes de la sierra coriana. En ello influía fundamentalmente las condiciones físicas de que se disponían entonces: en particular la existencia de un manto freático con abundante agua subterránea que favorecía la existencia de hierbas que ingerían los animales de carga. Así fue como paulatinamente se convertiría en una especie de centro de acopio de los productos que se acarreaban hasta allí con fines comerciales. A su alrededor se empezaron a mover intereses de gente que preferían comprarles las mercaderías a esos proveedores rurales antes que hacerlo a los revendedores citadinos. Con el tiempo aquel espacio de encuentro derivaría en comercio o centro comercial, donde algunos compradores adquirían los bienes al por mayor o mediante el trueque, que luego serían distribuidos en Coro o en sus alrededores.
Espacio donde existió El Chupulún. Calle Monzón, entre calle Comercio y Av. Manaure y alrededores.
Actuales calles Monzón con Bolívar, donde se ubicó El Chupulún.
El Buco
La toponimia nos ayuda en ocasiones a desentrañar el significado de territorios, parajes, lugares y acontecimientos que la gente no puede explicarse, por haberse perdido el referente o debilitada la memoria colectiva. Mario Aular afirma que
buco es una voz aborigen que se refiere a una presa o embalse en donde almacenaban las aguas acarreadas por gravedad, a través de cañerías, desde algunas fuentes hídricas ubicadas en alturas superiores al nivel del asentamiento que sirve de destino. Parece lógico que se refiera al río Coro ubicado en Caujarao y al cerro Buena Vista.
Se discute mucho ahora en torno al sentido de pertenencia y aprecio del coriano por su ciudad. Especial objeto de discusión lo constituye el tratamiento civil que le da la gente a las casas construidas a base de barro y empleando técnicas constructivas ancladas en la artesanía y las técnicas más tradicionales. Se han constituido varios partidos en cuanto al tema de si deben conservarse dichas casas, a las que el tiempo, las condiciones climáticas y meteorológicas adversas, arremeten con fuerza, hasta el punto de debilitarlas y en muchos casos derribarlas. La desidia pone su granito: se han denunciado casos en que gente de dinero y sin escrúpulos, o simplemente que operan con clara conciencia comercial, las compran para dejarlas caer y luego levantar en el terreno que ocupaban, instalaciones horribles que alojen negocios. Y eso ha sucedido a la sombra de la ignorancia, la falta de seguimiento por parte de la gente encargada del asunto y la desidia de los comarcanos. Lo cierto es que muchas casas están en pésimas condiciones materiales, en peligro de derrumbarse y, por tanto, de perderse definitivamente, y muy pocas veces éste es tema de debate público. Salvo por la oposición que desde las páginas de diarios que les sirven de plataforma denuncian la situación para achacársela a la gestión de los gobiernos municipales y regionales.
En muchos de esos análisis y ataques abiertos se advierte, se denuncia y en ocasiones se dice parte de la verdad. Pero estoy por leer uno que denuncie con nombres y apellidos la gente que se ha prestado a tales actos de lesa corianidad, al propiciar que parte de uno de los patrimonios edificados más importantes del Caribe se haya lesionado irreparablemente. La historia, y también la memoria de las personas con ética, acude al relato para refrescarnos los actos de barbarie que alguna gente realizó en gobiernos pasados, en particular algunas autoridades gubernamentales, o políticas, que pusieron el dogal en edificaciones para sentar un precedente horrible que amparó la actitud de otros inescrupulosos. Mario Aular refiere que el alcalde Rodolfo "Popo" Barráez le entró a martillazos a la casa donde hoy funciona el comercio La Económica, frente a la calle Comercio número setenta.
Establecimiento comercial La Económica, hasta donde llegaba El Chupulún.
Escuela de Artesanía
Ligda Chirinos, de 39 años de edad, presidenta de la Fundación Regional de Artesanos del Estado Falcón, nació en la calle Proyecto, entre Sol y Porvenir, zona que ella identifica como el barrio Curazaito. Ella nos comenta que la información que le dieron apunta a que la casa situada en la calle Bolívar número cincuenta y seis, que perteneció, según Carmen de Ruiz, al Sr. Ulises Sirit y fue comprada por la señora Alicia Briceño, presidenta de la Agencia Venezolana de Artesanía, a fin de fomentar la misma en la región y que, por diversos motivos, la Alcaldía de Miranda y el CONAC paralizaron su construcción, hace tres años. Quedan los restos de lo que fue una casa, ahora destruida, en una de cuyas paredes colocaron un cartel donde se afirma que el CONAC apoya la construcción de una Escuela de Artesanía. En nuestro recorrido, Mario Aular mencionó a un profesor de artes plásticas de apellido Primera, de Paraguaná, como asociado a este proyecto cultural inexplicablemente inconcluso.
Casa destruida donde debería haberse levantado la tan necesaria Escuela del Barro.
Técnicas constructivas
Las construcciones civiles, en particular aquellas que sirven de habitación a los seres humanos, resultan objetos importantes para seguir el curso del asentamiento del hombre en un territorio y del desarrollo que sigue en él, atenazado por circunstancias, fenómenos y hechos que provocan reacciones en correspondencia con los mismos. En el caso de la arquitectura urbana de Coro, debemos seguir muy de cerca la tipología de las casas de habitación y su ubicación en los diversos sectores en que convencionalmente se las ha ido trazando. Este estudio minucioso, todavía a la espera de especialistas y estudiantes dispuestos a enlodarse los zapatos, debe transitar por la identificación de los materiales empleados en la construcción de las viviendas. Aquí damos también un pálido y leve asomo a uno de los aspectos que deberán asimismo tomarse en cuenta: el de las técnicas constructivas. Es lógico que si estamos rodeados del más importante conjunto de casas de viviendas hechas de barro que existe en el Caribe, deberemos hablar del cómo se preparan los materiales con que ese Patrimonio de la Humanidad fue edificado.
En cuanto a la técnica del barro embutido , se amarraba al cañizo con bejuco de hipopo o enea (la misma con que se tejen las sillas). Mario Aular dice que esta técnica fue introducida en el barrio por los negros de la sierra coriana, lo cual nos estaría colocando una evidencia inestimable del vínculo o conexión que siempre existió entre este vasto territorio, una parte del cual---la ciudad—se urbanizó y la otra permanece afincada en los patrones habitacionales y la estructura vial y de servicios propios del campo.
En la casa de la calle Comercio número cincuenta y ocho con calle Mapararí encontramos ejemplos donde pueden estudiarse combinaciones de algunas de esas artes constructivas tradicionales y otros donde la modernidad ha irrumpido para introducir una disrupción. Así, en una de ellas en el friso… se observa la mezcla de cagajón de ganado caballar con cal, la cual se dejaba fermentar durante tres días. Ahora es frecuente que se frise con cemento. Nos refieren que enfrente se ubicaba la ferretería "La Casa Amarilla", de una familia judía de apellido Thompson.
En las calles Colón con Brión encontramos la casa donde funcionó el primer ambulatorio de Coro y, actualmente, funciona el ambulatorio del oeste, consultorio de la gíneco-obstetra Doctora María Coromoto Cárdenas.
En las calles Monzón con Providencia encontramos casas de barro embutido hecho con bejuco enea, también de portal muy bajo. La de la señora Matea, ya fallecida, es un ejemplo digno de destacar por haber sido edificada con cujíes de maguey ( cocuy) y techos en cardón o pencas de la cocuiza.
Artes tradicionales de construcción. Calle Comercio, sector San Antonio.
Artes tradicionales de construcción. Calle Comercio, sector San Antonio.
La Guinea - Curazaito
En la esquina de las calles Colón con Sol encontramos una casa cuyas columnas nos parecen típicas de Curazao. Mario Aular nos señala que allí comienza el barrio Curazaíto, desprendimiento del barrio La Guinea. También pudiera interpretarse la existencia (del barrio Curazaíto) como otro de los productos de las operaciones o manejos de los gobernantes y políticos de turno, para controlar el territorio y ganar mayor cantidad de votos en el proceso del período electoral, en detrimento de la identidad local.
En Curazaíto, muchas casas tienen un puntal más bajo, de modo que para entrar en algunas de ellas hay que inclinar la cabeza para evitar golpearse. Pudimos apreciar cobertizos y otras áreas techadas de algunas de estas casas que nos parecen propias para liliputienses. Así, parecería una paradoja que en el barrio Curazaíto, donde se asentaron personas provenientes de las Islas de los Gigantes, fuesen construidas casas de habitación para enanos. Pero más recientemente, en nuestras incursiones a la sierra coriana, hemos podido apreciar la existencia de una cantidad muy significativa de casas de viviendas con tales tipologías, lo que nos induce a plantear el impacto o enorme influencia del campo sobre Coro, en lo que a patrimonio civil edificado se refiere.
Columnas donde se percibe la influencia de las Antillas Neerlandesas en Coro.
Los Zagaletones de la Plaza Monzón.
En la calle Ampíes número sesenta y dos, frente a la plaza Juan de Dios Monzón, está una bella casa conocida como el Palacete del General Gabriel Laclé y que luego de éste, perteneció a una familia de Caracas, de apellidos Rivero Unde. Eran ellos de los pocos que poseían caballos de "paso fino" y a quienes el padre de Mario Aular vendía vegetales producto de su huerta. En tiempos tan cercano como los años 60, Mario Aular confiesa haberlos visto pasear por las calles de Coro, en sus vistosos caballos. Esta casa o antigua palacete, posee una hermosa cornisa que algunos clasifican de influencia foránea, incluso se preguntan: ¿árabe o judía? Contiguamente está la casa que hoy ocupa la Posada Los Pájaros. Justamente en esa plaza y sus alrededores, se reúnen cada noviembre algunos antiguos residentes del barrio, para rememorar aquellos tiempos de la infancia cuando hacían travesuras y vagabunderías tales, que los hizo merecedores del epíteto de "zagaletones", cuyo significado principal combina el calificativo de zángano – quien no hace nada, vago--, pero que a su vez lo hace persiguiendo una diversión sana. Una de esas aventuras los llevó a lanzar una pelota a modo de contundente proyectil que quebró el vidrio de una de las ventanas de esa enorme casa de vivienda que hace esquina, a la que hemos hecho referencia.
Casa o Palacete del General Laclé.
El hecho, por su violencia y ser desacostumbrado, provocó cierta reacción en el vecindario y se esperaba la reprimenda o regaño de su dueño, cosa que al parecer no se produjo. Pero hubo protesta de los vecinos, quienes le hicieron llegar al periodista Gonzalo Márquez Yánez, una nota para que la comentara en su programa "Los cumpleañeros", transmitido por Radio Coro. Pero... ¡sorpresa para el escuchado comunicador social!: en la lista que le pasaron para denunciar a los vagabundos, se consiguió el nombre de su hijo. Brotó la expresión jocosa de sus labios, con la que el ingenio criollo vence el mal momento: "Señores radioescuchas, esta es otra broma de "los cumpleañeros" del día de hoy, quienes quisieron echarle una al Comandante de la Policía, precisamente en ocasión memorable como la de hoy, cercana al día de los inocentes", se apresuró a comentar en el micrófono el atribulado locutor para salir airoso de tan complicado lance.
En el encuentro de los "zagaletones " del pasado año, pudimos verificar la capacidad de movilización y de organización que tiene una comunidad cuando se dispone a mantener a toda costa algún valor o experiencia colectiva que le sirva para lograr su cohesión interna, más allá de limitaciones de diversa índole, como las monetarias y materiales. Esta costumbre de reunir anualmente, siempre para una fecha fija, a los que nacieron, se criaron o vivieron durante mucho tiempo en La Guinea, llevó a quienes creen y mantienen esta costumbre a constituirse casi en una cofradía en torno al recuerdo de los hechos antes enumerados. Desde hace varias décadas se reúnen alrededor de la mencionada plaza, donde levantan un improvisado escenario, y evocan el pasado, con manifestaciones de alegría y hermandad. La fiesta es amenizada por agrupaciones musicales e intérpretes que actúan para los invitados desde horas tempranas en la mañana hasta casi el anochecer. Existe una comisión encargada de la obtención de los recursos económicos y materiales; de cursar las invitaciones y de organizar el encuentro que transcurre con un tono familiar, divertido y lleno de paz. Cada cual hace su aporte monetario durante el año y parte de los gastos se sufragan con la venta de bebidas, convenidas previamente con las empresas licoreras.
Es evidencia de que una actividad social puede derivar en una tradición cultural capaz de lograr el autofinanciamiento, cuando los miembros de una comunidad tienen la voluntad de preservarla.
Mural "Los Zagaletones de la Plaza Monzón"
Plaza Monzón, corazón de la tradicional fiesta de Los Zagaletones.
Curazaíto
El "Chino" Solís, de 46 años de edad, es el esposo de Minerva Lugo. Este matrimonio vive en la calle Colombia, entre las calles Colón y Providencia, en lo que ellos identifican como el Barrio Curazaíto. Cada uno de ellos dispone de un grupo artístico: el de ella se denomina Danzas Cartují, y Guanahaní, el de su pareja. "El Chino" llegó a Coro en 1982 para estudiar en el Instituto Tecnológico Alonso Gamero, de cuyas siglas, IUTAG, ha derivado el adjetivo: iutagista. Su larga permanencia en el barrio lo ha convertido en un práctico, clase que le permite evocar recuerdos y caracterizar a algunos de sus personajes y sitios representativos. Al referirse al lugar conocido como Mano Peche, aclara que se trata del local donde radica un Centro Cívico, convertido hoy en escenario donde se practican varios deportes, como el levantamiento de pesas, el béisbol, basquetbol y el kárate, y al que acuden muchos jóvenes. Algunos de mis compañeros del equipo de estudio, me aclaran que un centro cívico es capaz de albergar manifestaciones de índole heterogénea desde el punto de vista de la praxis social, como las recreativas, artísticas y culturales.
Según él, ese lugar que originalmente debió ser usado para realizar actividades relacionadas con el conocimiento y las artes, ha devenido en algo que se aparta del objetivo inicial; en su opinión, parecería que el caciquismo y la indolencia se han adueñado del sitio para impedir el acceso a la instalación de mucha gente interesada en compartir y socializarse a partir de las expresiones del arte y otras expresiones de la cultura. Según Minerva Lugo, hay hambre de actividad en la comunidad guineana. Cuando ella hizo su festival en el pasado mes de diciembre 2005, comenzó a las cinco de la tarde y se extendió hasta pasadas las ocho de la noche y la gente quería, le solicitaba, que continuara hasta más tarde. Es contradictorio, sin embargo, que no exista ni siquiera un local para manejar algún proyecto como el de los grupos artísticos que esta pareja tiene, que no dispone ni siquiera de un galpón para ensayar.
Límites: La Guinea-Curazaíto
La señora Ana Lucía Pirona, de quien haremos una presentación formal más adelante, protesta con inusual energía por la terrible confusión que hay entre los vecinos de La Guinea respecto a la delimitación de ese barrio, donde nació y siempre ha vivido hasta el presente. Según ella, existen tantos criterios acerca de este punto tan controversial, que comprometen al extremo de que "una queda como mentirosa", como consecuencia de tantas contradicciones que hay en torno al área que abarcaba el barrio. Considera que "La Guinea se extendía hasta la calle Progreso. Hasta el Callejón Farías llegaba lo que hoy se nombra, Las Panelas".
La Guinea era un barrio con muchas familias. En algunas calles había casas con corrales de chivos. También había huertas; la de Pablo Curiel colindaba con una calle cuyo nombre no hemos podido determinar.
En el barrio había muchos cujisales; las casas eran muy cómodas, aunque escasas. Para hacer las casas de vivienda se cortaban los cujíes… las propias personas eran constructores o albañiles. Su padre fue quien construyó la casa donde Ana Lucía vive actualmente. Algunas casas tienen más de 100 años. De la calle Silva hacia allá (al este), había pozos. En un sitio de la calle Democracia, después de la calle El Sol, llamaban a una fuente de agua Pozo escondido; era muy profundo, de donde cargaban el agua en unos potecitos amarrados con alambres.
En tiempos de la Señora Ana Lucía Pirona existía Curazaíto que, según ella, era independiente de La Guinea.
El Chino Solís asegura que La Guinea "empezaba aquí, en la calle Colombia y se extendía hasta Curimagua, y que, anteriormente, Curazaíto se extendía, de Norte a Sur, desde la calle Monzón hasta la acera norte de la Avenida El Tenis. Actualmente lo hace al este por la calle Colón, hasta la calle El Sol por el norte y la calle El Tenis por el sur; la Quebrada de Coro con las Avenida Sucre hasta la calle El Sol por el oeste. Queda claramente establecido que, para él, La Guinea se extendía desde la plaza San Antonio hasta donde está su domicilio. Su esposa, Minerva Lugo, nos refiere que La Guinea tiene como límite la calle Nueva.
En cambio, lo que actualmente se denomina barrio Las Panelas se extiende desde la calle Nueva, esquina a la de Federación, hasta la Quebrada; y desde la calle Brión hasta La Quebrada. Existen varias versiones en torno al origen del nombre de este último barrio, pero una de las más aceptadas es la que proviene del habla común de la gente: las casas que encontraron los curazoleños que llegaron a establecerse allí estaban construidas con un material de construcción denominado panela. El señor Lauro Quintero, vecino de la calle Brión entre Millar y Providencia, refirió que en el sector "las casas eran puras mediagüitas", parecían en la forma a "una panela de caña de azúcar y la gente le puso el nombre de Las Panelas"
Tipo de casa panela, a la cual se refiere el Señor Lauro Quintero.
Cuenta Pedro Pablo Navarro, de 34 años de edad, vecino de la calle Porvenir número 45 con Proyecto, del barrio Curazaíto, que en tiempos de María Chiquitín, el barrio La Guinea estaba comprendido entre las calles Nueva, Brión, Millar y Colón pertenecientes a la parroquia San Antonio. El es de la creencia también de que esclavos y descendientes de los denominados loangos fundaron primero La Guinea y luego Curazaíto.
Los especialistas del Instituto Nacional de Estadísticas establecen los siguientes límites geográficos para el barrio Curazaíto: por el Norte la calle El Sol y la Avenida El Tenis al Sur; la calle Colón en el Este y también la Quebrada de Coro en el Oeste. Esto según el plano de este barrio elaborado por ellos y que nos fuera permitido colocar en este trabajo.
Plano del barrio Curazaito. Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas.
Población: ciudad-sierra
La gente que vive en Curazaíto procede fundamentalmente de la sierra coriana .Serranos bajan cada mes de diciembre a tocarle al pesebre, dedicado al Niño Jesús y a beber cocuy en Coro. No vive casi ningún curazoleño en el barrio.
La gente de Curazaíto con familia en la sierra, y que acude a ésta para pasar el fin de año, se convocan espontáneamente a una reunión, en plena vía pública, para despedirse de la ciudad y de ellos mismos. Con este gesto reafirman el sentido de doble pertenencia a un espacio al mismo tiempo citadino y rural, en el que se nos está diciendo claramente que se trata de un solo espacio donde profundas raíces se alimentan de una savia común, que no se apaga ni deja de fluir. Es el mismo comportamiento y significado que experimenté en la populosa ciudad de Santiago de Compostela, capital de la región autónoma de Galicia, España, en ocasión de las celebraciones del Día de San Juan, cuando la gente desborda las calles —peregrina por ellas— y realiza ritos tradicionales alrededor de las hogueras que ellas mismas construyen y fomentan. Entre los vecinos de la antigua Plaza del Mercado coreano, existió una hoguera "invisible" que los hizo congregarse para confraternizar al aire libre y despedirse, por cuanto a seguidas viajarían a la Sierra coriana adonde está el resto de su familia para estar con ella en tan memorable ocasión. El encuentro transcurrió bajo un cielo surcado por los colores fulgurantes de los fuegos artificiales
La Chapa- Macuquita
Existe la vaga presunción de que parte del mundo mítico, de la espiritualidad y de las creencias de la Sierra Coriana, yacen en ese ámbito montuno enredadas entre una exuberante fronda y el calor de los serranos, apegados firmemente a su terruño y al fuego de sus hospitalarias viviendas. Como si se tratase de un bolsón donde permanecen encapsuladas u ocultas y que, rara vez, saltan de su encierro al estilo de las emanaciones de la Caja de Pandora. Nada más lejano a la realidad: misteriosos senderos se han tejido a lo largo de la historia para penetrar en los barrios y las casas de los corianos de la ciudad. Está por dibujarse la geografía espiritual que une secretamente el monte y el llano, hasta evidenciarnos qué poca diferencia existe entre un serrano y un coriano de Coro. Se impone, pues, que vayamos mostrando poco a poco ambos, aparentes, mundos diferentes, para que la hoguera, con su fuego y con su luz propia, nos demuestre que estamos hablando de un solo y único ámbito. En el barrio nos contaron la leyenda del indio de La Chapa, quien fue perseguido y se metió en la cueva San Juan de Lugo; nunca apareció Se llamaba Guanare, convertido luego en nombre de unos montes pertenecientes a Macuquita. En Macuquita existió un sitio llamado Bulevarcito, cuyo significado último deberemos buscar, pero que es mencionado como algo rodeado de ocultación.
Vamos a mencionar concisamente los nombres de las principales agrupaciones artísticas del barrio que se encuentran registradas y reciben subsidio estatal. Damos por mencionada a la de Olga Camacho, por tratarla en un sitio especial. Así, por el módulo policial, ubicado en la calle Silva, hay una persona con una asociación en forma de escuela denominada "Danzas Turpial", de Doris Dubarí; "Tambor Experimental Son Changó"; "Asociación Civil Taller Experimental Cartují", (cardón, tuna y cují); "Asociación Grupo Experimental Guanahaní" y la Cofradía de San Benito.
En ese espacio se realizan anualmente actividades artísticas en las que los vecinos organizados toman las calles. En las calles Colombia con Providencia realizan tres actividades anualmente: un parrandón el veinte de diciembre; el día del niño, el dieciocho de julio y el día de las madres. Cada una de estas actividades es acompañada de música, danza y teatro, con la actuación de grupos de la comunidad y ocasionalmente de otros invitados.
Antes había una vecina, Juanita, que usaba su casa para hacer actividades recreativas, iniciativa que abandonó porque su inmueble se le vino encima y "nadie le metía la mano". Incluso estuvieron registrados como Asociación Civil.
Alumnas de Danzas Cartují, con sus profesores Minerva Lugo y José Solís.
Danzas Cartují.
Espacios sociales
Club La Guinea
Los vecinos del barrio La Guinea han sabido construir espacios para desarrollar vínculos urbanos e interactuar periódicamente en el interés de la propia comunidad, por cuanto se trata de un accionar sano, desprovisto por lo demás de cualquier tipo de fines lucrativos. En la medida en que avancemos en el arqueo documental y en las entrevistas a las personas de la tercera edad, aparecerán los nombres de esos espacios elaborados a golpe de voluntad y de paciencia para colectivizar los valores positivos de los vecinos y para que sirvan de ejemplo para los demás, en particular para los niños y adolescentes que se empinan a la vida y especialmente para los jóvenes más proclives a descarriarse.
Uno de los espacios construidos por esos propios colindantes es un Centro que ostenta el nombre que le escamotearon al barrio: Club Social y Deportivo La Guinea, que se ha erigido en un símbolo del factor de identidad local que remite a un pasado que se prolonga en el presente. Es una evidencia viva de que lo sembrado ayer con manos amorosas, enrostra el ataque del tiempo y la indolencia, se resiste al olvido y al desgaste… hasta demostrarnos que en ese terreno, abonado en el corazón, una plantita bien cuidada tiene su ramaje florecido como fiel testamento de la capacidad de resistencia del pueblo.
Reunión en el Club La Guinea.
Equipo de Ciclismo del Club La Guinea. Al extremo derecho Willi Marín.
¿Cómo fue fundado este centro? La amistad fue el comienzo. Un grupo de amigos del barrio, en fecha que la memoria no precisa, se reunían para tertuliar e intercambiar acerca de temas como el deporte, el juego y la cultura. Tal vez eso ocurría allá por el año 67, según recuerda el actual propietario del inmueble, Francisco "Chico" Rojas, en cuya casa de vivienda está enclavado el Club. Esos encuentros fueron siendo cada vez más frecuentes y el interés fue prendiendo entre los vecinos hasta atraer a muchos miembros de la comunidad. Las necesidades de diversa índole ampliaron su alcance social, hasta dejar atrás lo que había sido al principio un simple compartir entre amigos. Se hizo necesario, pues, pasar a una forma de organización que dejara claramente establecido el objeto social y las normas que regirían en lo adelante el espacio social alcanzado espontánea y libremente por ellos.
En 1984, el actual Club La Guinea fue inscrito como asociación civil. En la directiva elegida resultó presidente Segundo Augusto Colina, y como directivos: Manuel González, Rosendo "Chendo" Chirinos y Gregorio Curiel. Entre los objetivos de la sociedad estaban los de compartir sanamente los fines de semana, mediante actividades recreativas como el juego de barajas, el dominó y el deporte: en primer término las bolas criollas, el softball y el ciclismo. El interés despertado por la instalación se fue ampliando entre los vecinos, hasta movilizarlos para realizar en ella otras actividades sociales, como bodas y cumpleaños, de los cuales muchas familias conservan gratos recuerdos.
En cuanto a la edad de quienes solicitaban ingresar en esta forma de asociación civil sin fines de lucro, había fluctuación entre los afiliados, pero el promedio era de cuarenta años, aproximadamente. Fundamentalmente, eran hombres quienes se afiliaban, aunque muchas veces en las actividades se presentaban con sus esposas y demás integrantes de la familia.
Club La Guinea, en la calle Brión, entre calles Colón y Providencia Nº 38.
Los fines de la sociedad rebasaban los del mero entretenimiento. Llegó a perfilarse como una sociedad de ayuda mutua, paliativo en circunstancias económicas precarias. Así, cuando alguien fallecía, recogían dinero para comprar las coronas y asistir a la familia del difunto en lo que fuese posible.
Memorias del barrio
Todo un ambiente positivo rodeaba cada evento cultural de la comunidad como reflejo de la vida cotidiana. Los juegos, como el dominó, eran acompañados con la confección del famoso celse, plato que algunos tienen como reminiscencia de los violentos corsarios y piratas que asolaron el Mar Caribe y que tanto temor imponían en las poblaciones limítrofes con él, incluida la de Coro.
Aquélla era una época en que se comía el " asiento "o "borra", resto de la fritanga del chicharrón, que quedaba al fondo del caldero; y se acostumbraba a comprar una locha (moneda de 12 ½ céntimos) de leña para cocinar, porque para entonces no existían en el barrio, ni el gas ni la cocina eléctrica. Se pedía la ñapa, que equivalía a lo que quedaba del "serruche" de la panela o también a una cantidad de cambures y que era dada al instante al afortunado comprador. Se compraba también un cobre (un centavo=5 céntimos) de queso, expresión de la extrema precariedad de la vida de la familia, que pendía del hilo y la confianza que tuviera el dueño de la bodega en el padre o la madre que la encabezaba. De ese dueño, pues, dependía el crédito, que tenía límites precisos. La vida en muchos casos dependía de esa institución de la "cultura de la pobreza" que tiene un nombre: el " fiao". A los niños se les enviaba a comprar y ellos lo hacían gustosos por la recompensa que recibirían. En efecto, cada compra iba asociada, casi siempre, a la ñapa, que ya hemos dicho en qué consistía. Otro tipo de ñapa se inscribe como pieza de convicción importante en lo que denomino "la cultura del taturo". El taturo, pequeña vasija en cuyo interior se iban sumando frijolitos o granos, como constancia de las compras hechas por el vecino en determinado lapso y que luego el vendedor, mensual o trimestral según Mario Aular; o anual, según Evaristo Refunjol, cancelaba en "especies", que podían ser caramelos, cambures u otras, en su debida oportunidad. Era una forma también de obligar al vecino a convertirse en cliente.
Hubo hornos de barro que empleaban fuego obtenido con leña, en los que se preparaba la comida en las casas de la familia. La vida familiar se llevaba de la mano de estos objetos artesanales que se convirtieron en un lugar obligado del coriano, hasta alcanzar el rango de tradición. Hoy están en vías de extinción y ¿qué estamos haciendo para rescatarlos?
Ni siquiera la población, menos aún los niños, los recuerda o toma en cuenta porque no han sido oportuna ni adecuadamente valorados. Un Museo del Barrio podría ser el sitio ideal para colocarlos en su justo lugar y poderlos exhibir para que se les tome en cuenta como parte del patrimonio cultural de Coro, sobre todo por parte de los propios corianos, un poquito más por los venezolanos y a nivel de todo el planeta.
Francisco "Chico" Rojas, actual presidente del Club La Guinea.
Actividad deportiva del Club La Guinea.
El Club La Guinea ha sido un espacio social permanentemente usado por los vecinos, aunque nos advirtieron que había tenido un prolongado apagamiento por diversos motivos, pero ahora se ha avivado a consecuencia de nuestras frecuentes visitas y actividades. Existen muchas casas emblemáticas desde el punto de vista de la historia y de la cultura que deberán ser debidamente identificadas y estudiadas para su incorporación a un catastro del barrio, que servirá para afianzar el sentido de pertenencia, el arraigo y la identidad características de sus moradores. Así, por ejemplo, la casa de Nito es una especie de museo por la cantidad de objetos acopiados. Distribuidor de bolsas plásticas y trabajador de un colegio especial para niños, vecino al módulo de la Policía, su hijo tiene un "kinito", es decir, una venta de este popular juego de apuestas.
Espacios socio-económicos
Hubo en el barrio una cantidad de negocios de muy diversa índole. Había personas que compraban y vendían todo tipo de géneros. Salvador Chirinos era uno de esos; le preguntaban: "¿tenés carne salá?". "No, pero te ofrezco Kersén" (kerosén). Así fluctuaban las cosas en una sociedad cuya economía estuvo signada desde entonces por lo que hoy se denomina economía informal, es decir, por aquella que delata la precariedad que dominaba la vida del ciudadano medio y que era justamente la que dominaba casi toda la vida social.
Espacios recreativos.
La Guinea tuvo varios cines: el "Colón", en la calle del mismo nombre, perteneciente al señor Luis Salvador Ruiz, padre del actual dueño del bar Garúa, en sociedad con Luis Rivero. El "Cine Popular", de Pedro Leen en la misma calle. Se recuerda que hubo otro cine ubicado en una casa de vivienda de la calle Mapararí, entre Federación y Colón. El señor Nicolás Jiménez, de 80 años de edad y nacido en el barrio, recuerda que en este último cine se exhibieron películas mudas, como las de Charles Chaplin, proyectadas por un señor llamado "Teté".
El Pesebre
El pesebre se desmantela el día dos de febrero, día de La Candelaria. Se significa con ello el fin de la fiesta navideña. La suegra de El Chino Solís barría el frente de su casa, acumulaba la basura en un montón para quemarla como un acto de purificación. Esta tradición ha permanecido como una de las costumbres más fuertes de los poblados rurales Sabaneta y Mitare, ambos pertenecientes también al municipio Miranda.
Artistas
Según el artista de la plástica Henry Curiel, nacido y criado en la calle Monzón con Federación, donde adquirió su formación académica personal, el barrio La Guinea ha sido cuna de grandes artistas. Entre otros, menciona a la propia Olga Camacho, su hermano Miguel Camacho, Trina Curiel quien creó en Coro la tradición de San Benito, los pintores Jesús "Chucho" Ruiz, Roberto Chirino, José Gotopo; también allí vivió un tiempo Domingo Medina; también Julio Camacho y Nicasio Duno.
El Tambor Coriano
La señora Olga Camacho afirma que la legendaria María Chiquitín era una curazoleña descendiente de africanos, que llegó a Coro en fecha no precisa y en cuando ya existía el tambor. Siente mucho dolor porque en aquellos tiempos no existían los medios tecnológicos, ni el apoyo actual, que hubiese hecho posible el registro de tan valioso legado artístico y humano. Desde otros sitios, como Cumarebo y La Vela, venía la gente a parrandear con el tambor coriano, cuyo estudio científico deberá ser iniciado con el rigor y sistematicidad que amerita el caso.
Los viejos del barrio La Guinea refieren que el día 30 de noviembre se escuchaba el toque de tambor como un signo de inicio de las celebraciones de la navidad. En particular, en la tarde de ese día, se respiraba un ambiente de alegría como claro mensaje de bienvenida a tan esperada ceremonia popular; así, las canciones alegres y bonitas incitaban al baile entre quienes se encontraban o unían en aquellos días de ambiente festivo.
Se ha hecho un lugar común la afirmación relativa a que, en la tradición del tambor coriano, parece haber un enlace o relevo femenino que va desde María Chiquitín a Olga Camacho, cuya agrupación, hace unos años bautizada con el nombre de "La Camachera", ha sabido arropar en Coro los rasgos más emblemáticos o significativos de las expresiones musicales, danzarias, del canto, el vestuario y la gracia que envuelven a este rico complejo cultural asociado con el tambor. Muchos otros personajes y personas se esforzaron por rescatar y preservar esta tradición, pero ha sido la familia Camacho quien lo ha hecho con mayor plenitud y trascendencia en virtud de su trabajo y dedicación constantes y sostenidos. De ahí que se hayan convertido en la referencia obligada de la vida cultural no sólo de Coro, sino de todo Falcón, hasta el punto que no hay visitante, por poco avisado que sea, que no transporte en su morral el querer conocer o presenciar alguna de sus actuaciones.
Nos parece muy importante la información y el enfoque que nos ofrecen Rafael Sánchez y José Pero* en su libro Coro, aspectos históricos, en el que afirman que, "para el año 1575, en el Sur de Coro existía un barrio de negros --africanos o loangos-- denominado barrio de Guinea, en recuerdo a los pobladores procedentes de las islas de Curazao, Aruba y Bonaire, inmigrantes a quienes estos autores atribuyen su fundación. Por ello a continuación vamos a glosarla a fin de que los lectores tengan la oportunidad de evaluar lo expresado por estos acreditados autores.
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* Sánchez Rafael y José Pero: Coro, aspectos históricos (volumen II), Coro, ediciones corianidad [1991]
Olga Camacho, la Reina del Tambor Coriano
"En 1575 existía un poblado de igual nombre en la serranía de Coro. Conforme a real cédula del 27 de abril de ese mismo año, el asentamiento se extendió desde Curimagua hasta Coro. En tiempos del adelantado Heredia, predominaban unas casitas con forma de ranchitos de paja y otras construidas de bahareque, o sea, de paja, bejucos y barro en forma cuadrada tipo panela. Los referidos negros serranos visitaban el cantón de Coro los fines de semana en que tenían lugar bailes y canturías con predominio del ritmo del tambor entrelazado por lánguidas canciones en "lengua primitiva". A fines del siglo XIX existió en Coro una colonia curazoleña, procedente de esa isla neerlandesa, donde también se repicaba el tambor y se cantaba en papiamento".
"Los pobladores de Curazaito se reunían los días viernes, sábados y domingos para cantar y bailar. Entre ellos, los Stekman, los Faneite, los Arión, los Penso, los Curiel y muchas otras familias de origen curazoleño, que dejaron huella en la memoria colectiva del coriano, misma que, poco a poco, se ha ido desdibujando hasta el punto de estar corriendo el peligro de desaparecer."
Entre los repicadores del tambor han sido salvados del olvido los nombres de María, Jacobo Arion, Francisco Polo, el Negro Yulio, Camilo Pirona (padre de la señora Ana Lucía, a quien hemos entrevistado y citamos en el presente trabajo) y la Negra Katriche, presuntamente de La Vela, según Gustavo Ricaurte y los dos mencionados autores que hemos citado.
Ya a la altura de la década de los veinte del pasado siglo, María Chiquitín formó su grupo de tambor, el que parece haber contado con cantantes y bailarinas, entre los que se recuerda a Victoriano Veroes, la Negra Leonor, Carmen Yánez, Panchón Faneite, "Chinto" Marte y otros. María Chiquitín lo denominó tambor coriano y, al parecer contribuyó a que afianzara el día dos de enero como el Día del Comerciante, que era cuando terminaba el repique del tambor que comenzaba el 30 de noviembre. Un grupo de empresarios corianos se habían organizado para pautar ese día como de asueto, ocasión en que tanto niños como adultos usaban sombreros de pajilla, que para esa época costaban dos bolívares y medio, es decir, cinco reales o "dos chelines" (un chelín equivalía a 25 céntimos.). Para el año 1923, siendo Gobernador el General Asuaje, fue alcanzado tal logro. Durante tal jornada festiva, los comerciantes cerraban sus negocios y la gente incitaba a sus familias que quebraran los sombreros para obligar a que fuesen comprados otros al día siguiente.
El tambor coriano parecería haberse silenciado después de la muerte de María Chiquitín. Se le escuchaba repicar esporádicamente, casi sólo en ocasión del 30 de noviembre y del dos de enero. No obstante, lograron sobrevivir algunos grupos musicales, como los de José Morillo, Changó Stekman, Panchón Faneite, Hermenegildo Riera, Juan Ramón Piquito, "El Chino" Abraham Padilla, Jacobo "El Chuco" Valdés, "Chucho Cabeza", Teófilo Tizo Faneite, Lino Palmora y Goyo Tabareco.
En la historia del tambor coriano hay una mujer singular que se ganó por muchas razones un sitio privilegiado en la historia de esta tradición musical. Se ha llegado a afirmar que ella fue una de las artífices de su renacimiento y, en efecto, Olga Camacho supo llenar con creces el vacío que sobrevino a aquel período en que tanto brillo alcanzó dicha práctica, asociada al tambor gracias a la magia y a la gracia de aquella curazoleña fallecida antes reseñada. Olga lo revivió a golpe de constancia y de creatividad puestas a toda prueba; supo trasladar ese impulso a tamboreros calificados y dotados de gran excelencia de la talla de Miguel Lugo, Joncho Manzanares y de Benigno Pachano quien, con su furro, que no es originario del tambor coriano, le imprimió más ritmo y más entusiasmo.
El propio Rafael Sánchez refiere haber sido el promotor de la señora Olga Camacho a nivel nacional a través de la televisión venezolana, en donde la presentó en varias ocasiones; asimismo, fue él quien grabó su primer disco, intitulado "El negro Katanga", obra responsable de haberla hecho popular en todo el país.
La aparición de los barrios colindantes al denominado centro colonial de Coro, obedece al proceso migratorio del campo a la ciudad que se produce en toda Venezuela y que, por lo demás, es propio de los países mal calificados de subdesarrollados. Su flujo es perfectamente visible de 1554 en adelante, con períodos de alza acentuada entre los años de 1779 a 1833-1834, asentamientos que más adelante darían origen a los del barrio Pantano y Pantano Abajo, y los barrios de Cabudare, algunos de los cuales quedaron establecidos entre huertas erigidas por barquisimetanos inmigrados a Coro.
Según los dos autores cuya obra hemos glosado en esta sección*, "La Guinea se formó con negros que habían adquirido su libertad gracias a las riquezas acumuladas con su trabajo, amparados por una real cédula del 27 de abril de 1579". En una de sus páginas se reseña la sublevación de esclavos ocurrida en Coro y la fuga de esclavos procedentes de Curazao hacia las costas corianas.
Otros autores también han afirmado que los barrios La Guinea y Curazaito fueron fundados por esclavos africanos procedentes o traídos de las denominadas Antillas Holandesas. Generalmente tales expertos carecen de documentación histórica de respaldo y sus afirmaciones son tomadas como verdades convertidas por la gente ya en tradición que nadie pone en duda. Algo parecido sucede en lo relacionado con el origen y evolución del tambor coriano. Para nosotros hoy se trata de un reto validarlas o enmendarlas a partir del estudio y las investigaciones en curso. Es lo que sucedió con la mítica María Chiquitín, de quien se afirma haber llegado a La Guinea procedente de Curazao y se afanó en constituir en el barrio su grupo de tambor al que puso el nombre de "Los Enanos", con el cual llegó a desfilar por sus calles no sólo el 30 de noviembre, sino también los días 24, 25, 28 y 31 de diciembre.
En un artículo aparecido el 28 de agosto de 1986 en el periódico El Nacional, se afirma que "el tambor veleño [sic] deja de escucharse por más de 20 años, hasta que Olga Camacho lo rescata y hoy en día puede escucharse en varios sectores de Coro". Categóricamente se refiere a la existencia de un solo tipo de tambor, que es acompañado por el güiro, el cacho de vaca, el cuatro, el furruco, las maracas y la charrasca. Existen tres formas de ejecutar el tambor: el golpe, el quiebre y repique.
La historia de algunos habitantes del barrio La Guinea a veces se transforma en canciones del tambor coriano. Así había un extraño personaje nocturno que aparecía en las huertas o en las siembras provocando que más de uno de los menguados corianos se quedara sin aliento a consecuencia de que a tal figura se le atribuía el haberse llevado a algunos de los paisanos. Alguien lo bautizó con el mote de "El demonio" y así pasó a esta canción:
Temporá, temporá
Allá viene temporá
¿Qué será de mis muchachas?
Cuando llegue temporá.
*Estos autores citan a Miguel Acosta Saignes para amparar sus afirmaciones. Vida de los esclavos negros de Venezuela. (Valencia, 1984, página 268).
El tema "Magdalena" está compuesto en versos que improvisan los cantadores durante las parrandas. Refiere la existencia de un señor que gustaba bailar todo tipo de música y para destacarse en el baile lo hacía pirueteando en un solo pie.
Magdaleno, Magdaleno
Bigote de escobillón
Prepárate Magdaleno
Pa que barras el fogón.
Ahí estaba yo
Bailando no sé qué
Y el tiempo de bailar tango
Lo bailaba en un solo pie.
En casi todas las canciones se percibe el humor y el gracejo propio del pueblo, más remarcados aún en la siguiente, en la que se lleva a términos de burla, con tintes de picardía, a la novia que asiste al acto solemne de las nupcias en la iglesia:
Cuando yo me fui a casar
A la iglesia por completo
El señor cura me dijo
Aquí tiene su esqueleto
Hueso no más tenía mi novia
Hueso no más.
Inicialmente, se afirma que María Chiquitín se residenció en una de las calles de lo que hoy erróneamente se conoce con el nombre de Las Panelas, distante a seis casas de donde residía "El Enmochilao", excelente tamborero que se la pasaba lavando carros en el sector. La familia Stekman, durante mucho tiempo, interpretó sus instrumentos musicales con el Maestro Miguel Lugo, a quien se le reconoce como el introductor de los " diez sones" en el tambor coriano. El marido de María Chiquitín, Victoriano Gutiérrez, le había introducido variantes y modalidades a este singular arte, en este caso asociado con un instrumento musical de origen africano que había hecho su entrada, según algunos de nuestros informantes, a través, precisamente, de Curazao.
Refiere la señora Ana Lucía Pirona que María Chiquitín conoció a su abuela en Curazao. María Chiquitín vivía en una casita al lado de la casa de sus padres, que es la misma que habita Lucía actualmente. Era una excelente repostera, por lo que esa calificación le permitió trabajar de cocinera en la casa de Ana Jatar. Hacía sus labores de doméstica hasta el mes de diciembre, cuando empezaban las fiestas de navidad. Nunca habló castellano, según su vecina "puerta con puerta", la propia Ana Lucía; quien afirma que la vio hasta poco antes de su muerte. Según ella, María Chiquitín vivió también en la calle El Sol.
Los prejuicios sociales persiguen a los artistas, quienes, por su condición de seres especiales, logran la aclamación o la mala fama. Para María Chiquitín el tambor era su vida. Le apasionaba ese instrumento y le gustaba también beber "caña".
Panadería Cristo Rey, calle Federación con calle Nueva en el barrio La
Guinea, donde existió una casa de bahareque en la que, según Ana Lucía Pirona,
Refiere nuestra informante que el doctor Mario Jacobo Penso escribía muy bien, pero en uno de sus libros aparece una foto de María Chiquitín, que no es la de esa destacada mujer.
María Chiquitín sacaba el tambor de su casa y lo paseaba por las calles del barrio. En cierta ocasión, incluso, lo hizo pasar cerca del Club Bolívar. Durante cierto tiempo la sociedad fue tolerante con esta tradición. Según varios testigos, las esposas de los señores godos atizaron los ánimos para poner a la sociedad en contra de que el tambor continuase desfilando por los espacios públicos próximos a la zona residencial donde ellos vivían. Una atmósfera semejante había contribuido, en 1903, al dictado de un decreto de la Alcaldía que prohibía la salida del tambor coriano.
Cuando esta innovadora exponente muere (María Chiquitín), existe el criterio en el barrio de que se apaga el tambor de Curazao, importante referente musical que orientaba el desarrollo hacia un tambor propio de Coro. En efecto, desde nuestro punto de vista, en la cultura los espacios vacíos o débiles son rellenados por otros más fuertes que los dominan y esto ocurriría cuando se dibujaba la circunstancia que acabamos de mencionar.
El auge de la gaita y el boom del petróleo coinciden con el fenómeno de la inmigración de zulianos a Falcón. Se impone, pues, estudiar cómo la música del Zulia influyó en la local, de manera particular debe indagarse en este caso su repercusión en el complejo músico-danzante denominado tambor coriano. Desde tiempos remotos, el cacho de vaca había sido el rústico instrumento que acompañó al tambor, que no se tocaba entonces con furro ni con charrasca.
Miguel Lugo: Maestro del tambor coriano
Cuando se hable del tambor coriano hay que nombrar al maestro Miguel Lugo. Nacido en La Negrita, hace setenta años, lleva en sus manos la energía indispensable para golpear el cuero y extraer de él esos sonidos y tonos que caracterizan a este instrumento, todavía sin estudiarse competentemente. Vamos a glosar lo que nos manifestara en varias entrevistas que le hicimos en su residencia del sector Cruz Verde a partir del pasado día primero de enero de 2006. Dice que al tambor hay que golpearlo con el sonido del cuatro. Confirma que con el tambor se producen tres golpes fundamentales. "Cuando haya un furro volveré a repicar mi tambor", nos dice con esa jovialidad que aleja el calendario.
"En Monteverde es donde están los guerrilleros", sostiene con firmeza para significar que por ese sector de La Guinea comenzó la historia de este tambor y es por donde se introduce un núcleo esencial de esta tradición. Se lamenta de que, sin embargo, "allí no hay nada. Están quedados", concepto con que manifiesta que la gente no se dinamiza lo suficientemente como para rescatarla del fondo donde ha sido dejada caer y en remembranza (no exenta de nostalgia) de la etapa en que en ese sector brillaron los talentos más sobresalientes. Critica la forma en que actualmente algunos ejecutan el tambor. "Que no se toca sentado encima de la caja del tambor. El hijo de El Negro, hijo de la comadre [Olga Camacho] es quien sabe cómo se toca. El tamborero tiene que tocar su tambor, sentado en una silla apropiada. Antes es necesaria una preparación física", que para él consiste en golpear una pared todo el tiempo posible para darle fortaleza en las manos, rechaza colocarse algo en ellas, como "tirro" o cinta adhesiva, por ejemplo, en el momento de la ejecución.
El Maestro Miguel Lugo en la actualidad, a sus 70 años de edad.
Lugo se remonta al pasado para recordar cuando agarraba a las mujeres y les enseñaba "fino" el arte del tambor; se lamenta de que los hombres de su agrupación, casi todos se han casado; igual que sus hijas que están cargadas de muchachos. Eso le impide por lo visto, volver a organizar su grupo musical. Pero al final de la entrevista se compromete a lograrlo "en las próximas semanas".
Lugo, fue uno de los mejores peloteros del estado; llegó a conseguir el título en doble A. Era la época de Luis Peñalver, famoso lanzador de los Leones del Caracas. También fue boxeador, profesión de la que tuvo que retirarse después que lo hospitalizaran por causa de un puñetazo que le propinó un contrincante mucho más grande. Perteneció al equipo "Los Criollos de La Vela". Miguel Lugo perteneció a la categoría de los lanzadores "que la ponía como un limón". Trae a colación una anécdota relativa a Paraguaná donde una vez se involucró en una apuesta con el maracucho Ridan Bell; cada uno disponía de cinco cajas de cervezas para el juego, donde él se enfrentó como pitcher al recordado Tata Amaya, a quien había ponchado varias veces, pero esta vez le metió un jonrón que le hizo perder la apuesta. Para la época fue a parar a las manos de un contratista de la construcción, con quien consigue vagones de piedra que debía depositar con un camión. En ese trabajo duró tres meses.
Nuestro personaje cuenta que él llevaba consigo 4 ò 5 borradores escritos a las reuniones para evitar que lo golpearan sus oponentes políticos. Carlos Ortega lo tenía "chismeao" en Caracas; refiriéndose a él nos dice: "esa broma no sirve".
Alcanzó una diputación a la asamblea legislativa de Falcón, con apenas cuarto grado de instrucción. Le llegaba a la gente preguntándole directamente por su situación económica: "¿estas pasando hambre?" y, al conocer la situación precaria de alguien, se enfrentaba a los patrones, a quienes decía: "métalo por tres meses a trabajar". Estuvo 36 años en la administración pública, divididos entre el actual MINFRA y otros organismos como el MOP, MTC, FOPE. Para incorporarse a la cultura, de manera formal, con un carácter pedagógico, necesita que lo apoyen con alguna contribución parecida a la que dan a Olga Camacho, algo como una especie de subsidio. No recomienda a alguno de sus hijos para esto, por considerarlos "malandros" y porque no permitirá que lo hagan quedar mal.
El tambor con el parche mayor y de mayor altura es el que suena más alto; en cambio, el tambor pequeño se emplea en este conjunto instrumental para el acompañamiento del primero. Para Lugo, lo más importante es saberlo repicar. "Julio César Arteaga tiene un casete grabado con los repiques míos", nos manifiesta, con la seguridad propia de quien ejerce un oficio que domina a ciencia cierta, y dejándonos entender que existe una zona común a la forma de ejecutar el instrumento, pero hay otra en la que predomina la individualidad o el sello personal.
"María Chiquitín tenía sus tambores. Vivía en Chimpire. El Negro Yule tocaba el güiro metálico. Entonces tenía yo 18 años y vivía en el barrio La Guinea para abajo. Yo quería aprender para preparar un conjunto de música folklórica, pero para entonces no existía casa de cultura ni apoyo ni recursos", confiesa él. "Olga Camacho, su esposo Benigno Pachano y yo, fuimos quienes introdujeron en el tambor coriano otros instrumentos musicales que, como el furro, no les eran propios".
El Negro Yule, "Chindo" Páez y "Panchón" Faneite, de " raza curazoleña", fueron quienes le enseñaron a Miguel Lugo el secreto del tambor. El aprendizaje lo hizo en silencio: viéndolos tocar. Con ellos estudió de ese modo: aplicando la atenta observación y registrando en su cerebro los diversos modos empleados por ellos en la ejecución del tambor. Esta confesión es de importancia excepcional, porque nos permite apreciar hasta qué punto el tambor coriano debe al tambor curazoleño en cuanto a su nacimiento, desarrollo y situación actual. Sin este dato revelador es imposible reconstruir su historia, sustentada casi exclusivamente en la tradición oral.
Según él, su compadre Benigno Pachano era terrible,; se le aparecía en el sitio donde había ido acompañado de su comadre Olga. Era cuando Lugo tenía dos buses y dos camionetas en donde llevaban a los músicos a los diversos escenarios para hacer sus presentaciones. Entonces el partido Acción Democrática le tenía rabia a Lugo, por haber sido guerrillero cuando Chema Saher (en la época cuando al Gato, hijo de Chindo Páez, lo mataron en la sierra coriana.)
Panchón Faneite vivía en la calle Buchivacoa, como Miguel Lugo; él nos aclara que aquel sitio pertenecía al barrio Chimpire, como le decían antes; menciona además al Negro Yule, que habitaba en calle Ampíes. Llega a proporcionarnos la siguiente precisión: vivía, el Negro Yule, en el comienzo de la urbanización Ampíes. Chango Stekman vivía por donde cruza el Hospital para acá, cerca de un local donde vendían o venden lotería. Era contratista. El Negro Yule también vivió en Chimpire.
Nos afirma Lugo: "cuando comenzamos a tocar ya había muerto María Chiquitín; en aquella época, ella salía con su tambor, cantadores y bailadores".
Además, opina, que inicialmente debieron ser dos, al menos, los tambores integrantes del tambor coriano; luego llegaron a ser cuatro. .
"En la sierra el tambor lo tensaban con bejucos. En Coro se templaba el cuero del tambor con la candela de papeles. Existe el tambor de salve, que se percute con palitos".
Lugo afirma haber minado de tambores el sector Monteverde. Pero lamenta la actual situación existente allí. "Uno los va a enseñar y se arma la verguera". Solicita la construcción de tambores grandes y pequeños para emplearlos en la enseñanza a nivel de la propia comunidad que los vio nacer y pasearse por sus calles. Esta acción contribuiría al reintegro de este símbolo de la corianidad al propio sujeto que lo creó y recreó durante tanto tiempo. Para el pueblo constituiría asimismo otro medio más empleado para su dignificación. De este modo la cultura tradicional popular de Coro y de Falcón daría un paso hacia delante; en los tiempos de cambios radicales e irreversibles como el que se ha puesto en movimiento en la República Bolivariana de Venezuela.
De numerosos lugares venían a ver el repique del tambor coriano. Por ejemplo, de La Vela, Dabajuro y El Mene, muchas personas pudieron llevarse una imagen de primera mano de lo que se estaba produciendo en Coro. Resultaba una manera de contrarrestar las deficiencias del Estado de entonces, ante manifestaciones de la cultura tradicional popular, a las que apenas se les asignaban recursos y poco apoyo para que se desarrollara.
En la batería de instrumentos del "tambor coriano" puede haber dos furros, según Miguel Lugo. "El mío es el primero", confiesa y recuerda que su comadre Olga Camacho bailaba cuando iban a tocar a diferentes ciudades, como San Cristóbal, Valera, Trujillo…. Más tarde, en fecha que necesitamos precisar, Lugo se separó del grupo de Olga por no compartir algunos procedimientos; "no voy a cobrar por lo que no tiene precio". "Toco el tambor para divertirme y echarme un palo", nos confiesa en tono escueto, llano y sincero. Para entonces organizó nuevamente su conjunto musical integrado por él y sus hijos. Finalmente, cuando se jubiló, dejó en manos de éstos el compromiso de que le diesen continuidad a su tambor, es decir, que no muriera esa bella tradición.
Por causas que no me comunicó, el grupo de Lugo se extinguió; tampoco sabemos si el maestro Lugo logró transmitir a sus hijos los conocimientos poseídos por él de fuentes tan sabias como las que hemos mencionado. Podemos hacer algunas inferencias sobre este asunto a partir de lo que nos manifiesta en relación con el tamborero principal que su comadre Olga Camacho tiene en el grupo " La Camachera". A propósito dice categóricamente: "el folklore nace de uno mismo y Joche casi no me oyó". "Las veces que repique [el tambor] son distintos repiques", manifestó. Lugo ha intentado hacer entender que esa riqueza en la ejecución del tambor no fue transmitida a los jóvenes, ni por tanto, aprendida por parte de la generación que ha debido relevar a la suya. A través de la reflexión de este viejo tamborero, se nos está proporcionando el cuadro final; estamos enfrentados a una situación crítica por cuanto se nota más empobrecimiento de aspectos tan importantes como las técnicas de ejecución del instrumento por la falta de adecuada y oportuna transmisión de los conocimientos y habilidades a las personas que los debieron recibir en su momento.
Lugo nos contó que cuando estaba grabando su disco, él repicó tan fuerte el tambor, que el parche se rompió. Eso lleva a un análisis de las técnicas constructivas que deben ser aplicadas a los instrumentos musicales. Hay que saber preparar el parche para que no suceda esto. Nos enseña que el parche hay que meterlo en cal, en agua y finalmente colocarlo en la caja.
Lugo aprendió los toques de cada uno de los tipos de tambores existentes en el Estado Falcón; el de Cumarebo, el de La Vela. Y apunta el hecho de que la gente de La Vela era la que más contactos tenía con Curazao y fueron veleños quienes trajeron los toques aprendidos por él. Narra la anécdota de cuando libró un duelo cordial con el tamborero veleño Galo Guanipa, quien ganó la primera vez, pero luego no fue así "¿Quién le da más?", se trató de una competencia sana. El dato nos permite evaluar cuán estrechos eran los vínculos entre los tamboreros de Coro y de otros sitios de Falcón, pero especialmente con los de La Vela, lo cual no se aprecia en el presente.
Lugo aporta un valioso testimonio acerca de su aprendizaje. Él no le preguntaba a aquellos viejos curazoleños, sino que los escuchaba y observaba atentamente. Había focalizado su atención en el tambor para evitar que otros elementos que nos rodean pudieran alejarlo de lo principal. Para él de lo que se trataba era de aprender las técnicas de ejecución y los diferentes tipos de toques de este instrumento de percusión. Así andaba tras de los viejos buscando los tonos del tambor; eso lo confirma en su llamado a que se enseñe todo lo relacionado con el tambor. Insta a su comadre Olga a que enseñe más a tocar el tambor coriano. En lo personal, sus conocimientos no se los va a llevar al cementerio porque "me los van a ensuciar". Debe enseñársele los secretos del instrumento a esta generación como único medio de garantizar que no desaparezca la tradición del tambor coriano.
"A Chango Stekman lo apodaban Peleco, es decir, zambo".
"Joel Arion, los Stekman, los Jatar, procedían de Holanda" – en realidad de Curazao. Según Lugo, "Ela Petit era una maestra de corazón, de La Vela". "Gonzalo Márquez Yánez ha sido el periodista más peculiar que hayamos conocido. Era un carajo que llegó a Coro en un barco y aquí se quedó para ser sembrado y es por eso que nadie lo olvidará nunca". "También existió Radio Pantano, un personaje popular que solía presentarse como la única emisora que trabaja sin luz eléctrica".