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Cofradía de la Negritud - CONEG
Desde la Ceiba
Nº 152, lunes 7 de abril de 2014
Sumario
- Sobre los jóvenes y el cine cubano
por Gustavo Arcos
- Los Hermosos Peligros de la Libertad por Víctor
Fowler Calzada
- Primavera en Miami con una esquina rota por
Yasmín Portales Machado
- ZunZuneo, el extraño nombre de un fracaso por
Rosa Miriam Elizalde
- Solanum tuberosum: un alimento en peligro de
extinción en Cuba por Yohan González Tomado de Desde mi ínsula
- TV Cubana: Cambiar lo que deba ser cambiado por
Elena Diego Parra (Tomado de Soy Cuba)
- Transporte: Avanzando para atrás (Tomado de
“Cartas desde Cuba”)
- Fernando Pérez: “la prensa cubana tiene que
equivocarse” por: Carolina Rodríguez
- Mujica, el presidente imposible por Josefina
Licitra (Tomado de Progreso Semanal)
- Desde Venezuela: Toda Edad Sirve para la Muerte
Crónica dolorosa y vieja fuera del ghetto. Por Rogerio Moya jueves, 27
de marzo de 2014
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Sobre los jóvenes y el cine cubano
por Gustavo Arcos
Sería iluso pensar que los eventos y sus mesas o paneles
de discusión son actos que despierten un interés masivo. Se circunscriben
a temas, fenómenos o saberes específicos y aunque la promoción puede jugar
una rol importante a fin de hacerlos visibles, suelen convocar solo a los
interesados que generalmente son una minoría. En cualquier caso, prefiero
cinco receptores con ansias de pensar y exponer a conciencia un grupo de
ideas, que mil cabezas amodorradas que hayan sido movilizadas por vaya a
saber qué utilidad superior.
Está claro que lo que puede ser para ti o para mí, atractivo o necesario
discutir hoy, no lo es para muchos otros. Por tanto, no se trata de
obligar, o movilizar a punta de pistola, sino de ofrecer un grupo de
opciones, alternativas o ideas lo suficientemente seductoras, capaces de
generar interés y debate público. Es esencial que esas propuestas estén en
consonancia con las dinámicas del pensamiento más contemporáneo, por eso
es vital que los organizadores estén atentos a los problemas del presente,
que no marchen a contrapelo de la vida. Al mismo tiempo me parece
lamentable e incoherente con la propia política cultural del país, que
tengan lugar festivales, muestras o mesas de discusión y no estén
presentes estudiantes, por ejemplo de las escuelas de arte de una
provincia, o que no les interese a los que, digamos, estudien en las
universidades temas relacionados con el pensamiento y la cultura. Las
autoridades docentes tienen que estar informadas de estos encuentros y
buscar la forma de integrase a los mismos. Yo mismo he estado presente mil
veces en eventos relacionados con los medios, el cine o la televisión y ni
siquiera pueden encontrarse en ellos las personas que trabajan día a día
en estos espacios. ¿Cómo pueden llamarse a sí mismo artistas si son
incapaces de pensar en lo que hacen?. Si desconocen lo que otros colegas
realizan, cuáles son sus poéticas o preocupaciones artísticas, ¿cómo
pueden enfrentar sus propias angustias creativas? Tal vez esa sea la razón
de que tengamos tanta mediocridad, inercia y superficialidad en nuestra
prensa y medios audiovisuales.
Creo en el diálogo y la socialización del pensamiento. Creo que hay que
escuchar al otro, sobre todo, si piensa diferente a mí. Respetar y oír sus
argumentos, sus puntos de vista. Pero aquí, lamentablemente al que piensa
diferente se le cuelga el cartel de disidente, contestatario o incómodo y
por tanto se le excluye, anula y estigmatiza. Puedo también entender que
una mesa de discusión, una conferencia o reunión, puede ser para muchos,
una opción carente de sentido, en tanto se ha practicado demasiado en
nuestro país con muy pocos resultados. Aun hay demasiado verticalismo y
también demasiado miedo a discrepar con la autoridad o el orden
establecido, porque a fin de cuentas, todo sigue igual. Hay una estructura
y un sistema de entender y conducir la nación, en el plano de las ideas,
que permanece inamovible.
Esta última certeza me lleva a la conclusión de que no importa lo que
jóvenes digan, piensen o cuestionen, el estado de cosas permanece igual.
De ahí su nihilismo, su falta de compromiso. Ahora mismo tiene lugar la
edición número 13 de la Muestra Joven. Hay más de cincuenta filmes, muchos
de los cuales y como ya es habitual, reflejan de manera crítica, males de
nuestra sociedad. Imágenes honestas y realistas que desde el terreno
artístico, representan cómo vivimos, quienes somos o soñamos ser. Son en
cualquier caso, y desde una perspectiva joven, formas de expresión, modos
de interpretar la sociedad. Como sabes, la mayor parte de esos filmes, una
vez concluida la Muestra se convertirán en fantasmas, en imágenes
invisibles y olvidadas que no serán estrenadas, ni transmitidas por la
televisión. Ahí tienes un vacío en esa Política Cultural de la que tanto
se habla. Te digo más, tú y yo sabemos y conversamos hoy de la Muestra,
pero puedes apostar que si se hace una encuesta nacional, más del 90 % de
la población cubana ni se ha enterado de que tal evento tiene lugar.
Ahora bien, esa mirada crítica… ¿de los jóvenes?, comprometida con el
mundo que les rodea, rara vez se hace acompañar de un pensamiento público,
un activismo social. Es una producción que rara vez trasciende el marco de
su breve exhibición. Una obra sin consecuencias que solo perdurará por las
acciones de algunos críticos o investigadores que las hacen circular.
Recuerdo como, parte de la grandeza de los que hicieron nuestro cine en el
período “dorado” del ICAIC, estaba dada por sus gestos y acciones
públicas, por su militancia con el arte, sí, pero también con la nación.
Pero hoy todo es distinto, el ICAIC está totalmente debilitado, no hay una
industria de cine en Cuba, apenas sobreviven unas pocas salas de
exhibición y las acciones de revitalización de los espacios
cinematográficos, son excesivamente lentas y confusas. El grueso de la
producción fílmica se hace desde entornos alternativos, pero el Estado
sigue postergando la discusión y la toma de decisiones sobre esta esencial
cuestión. Para los jóvenes filmar una película parece ser suficiente,
hacerla, adentrarse en zonas oscuras de la sociedad o llamar la atención
sobre determinados fenómenos que nos golpean, es ya, ofrecer un punto de
vista. Filmar, filmar y filmar. Su discurso, ¿joven?, está implícito en
sus propias obras, no en sus palabras o acciones posteriores. ¿Será que
hablan a través de las imágenes? Y así, rodaran un corto hoy que será
aplaudido por su valor y mañana otro, que ganará un premio y pasado…,
bueno, pasado, tal vez ese joven ya no esté en Cuba.
Es muy difícil que en estas últimas generaciones se sedimente un
pensamiento, que los agrupe. Tampoco aparece un núcleo sólido de ideas que
los mantenga, no solo unidos, sino creando por varios años en el país que
los vio nacer. Amistades, grupos de creación, estilos estéticos o
productoras de nombres significativos se conforman hoy y fragmentan
mañana. ¡Y ni qué hablar de que exista entre ellos algún liderazgo o
programa generacional!. Pienso, que el principal problema que acompaña a
ésta y las más recientes generaciones de cubanos, en cualquier esfera es
que no tienen un auténtico programa de cambio. Todo el mundo critica,
vocifera y rumia sus obsesiones o angustias, pero muy pocos ofrecen una
alternativa real y viable para implementar ese cambio que anhelan. No
basta con decir : ¡Esto está mal! Hay que saber también, responder a las
preguntas ¿ Qué o Cómo lo harías tú?
El programa de los jóvenes cubanos, es un programa heredado de sus padres
simbólicos o reales. Un diseño de país que no permite ser transformado, o
en todo caso, que no permite que sea cuestionado por las nuevas
generaciones. La parábola de Guillermo Tell con la manzana en la cabeza
aún no ha sido superada.
En estos últimos meses y como consecuencia de la crisis que vive nuestro
cine (hemos hablado de ello en el blog) un considerable número de
cineastas y creadores del audiovisual se han reunido para elaborar un
conjunto de propuestas que desemboquen en una nueva Ley de Cine, un Fondo
de Fomento para la industria y un cuerpo de leyes que permitan la figura o
registro del Creador Audiovisual Autónomo. Al margen de todas estas
preocupaciones, demandas y justas necesidades, me llama la atención que en
ese futuro del cine cubano, que ya se está intentando diseñar, el ICAIC
seguirá siendo el centro, alrededor del cual, todo lo demás giraría.
Comparto cien por cien la postura de los cineastas, sé cuan valiosas serán
sus propuestas y acciones en aras de encauzar el cine y la cultura
nacional. Lo que no me queda muy claro es cuál será la posición de la
dirección del ICAIC, en caso de que siga siendo una institución que
responda al aparato o la voluntad ideológica del Estado.
Me pregunto:
¿Ese ICAIC del mañana, seguirá teniendo un control total de las salas de
cine? ¿Existirán otros espacios alternativos de exhibición y
entretenimiento?. No hace mucho tuvimos una experiencia nefasta con la
radical prohibición de los locales de 3D.
¿Las “obras incómodas”, realizadas por los cineastas independientes y ya
debidamente legalizados, encontrarán espacios de exhibición o promoción en
el ámbito nacional?
¿La dirección de ese ICAIC, será capaz de considerar de una y real vez
como Cine Cubano, a las obras realizadas fuera de sus predios, por
artistas cubanos? Me viene a la mente el caso de un filme como Memorias
del desarrollo de Miguel Coyula, aun no estrenado e incluso retirado de un
festival, al ser considerado por un funcionario cubano como película no
cubana.
Si se organizara una muestra de cine cubano en otro país, ¿incluiría el
ICAIC las obras realizadas por los jóvenes creadores independientes? Hoy,
no ocurre tal cosa.
¿Cómo reaccionaría ese ICAIC ante la obra de un cineasta cubano emigrado,
en cuya producción participen artistas independientes debidamente
registrados en el territorio nacional, pero cuyo tema no sea del agrado
del criterio oficial? ¿Se pondría al lado de los artistas, al lado del
cine, o secundaría la voluntad censora del aparato estatal?
¿Protegería y conservaría el ICAIC, la obra fílmica de todos los cineastas
cubanos o solo la de aquellos que producen cerca de su entorno y voluntad?
Preguntas, preguntas y preguntas que ahora mismo me dan
vueltas en la cabeza.
Los Hermosos Peligros de la
Libertad
por Víctor Fowler Calzada
Para mis tataranietos
Una demanda -repetida de manera idéntica y continua- está directamente
relacionada (lo mismo en duración que en intensidad) con una
insatisfacción concreta según lo experimentan o creen aquellos a quienes
se les considera demandantes; estos últimos podemos entender que son las
personas que expresan la demanda (la simple expresión debe de ser
entendida como el nivel de manifestación verbal más bajo), lo mismo que
quienes la presentan o defienden (por ejemplo, en un tribunal, documento o
discurso). En este punto vale la pena precisar un detalle imprescindible
para construir un lugar de partida y es lo que se refiere a la diferencia
entre demanda y petición; mientras que la última (la petición) va
precedida de un deseo (que pudiera o no ser satisfecho), su compañera (la
demanda) viene de un momento de un hecho de razonamiento, un momento de
conciencia estrechamente conectado con el Derecho. Mientras que la
no-satisfacción del deseo conduce a la frustración, la demanda es uno de
los varios modos de que la frustración sea articulada; el sentido político
de esto se transparenta al razonar que dentro de las potenciales
consecuencias por la no satisfacción de la demanda se encuentran la
protesta (articulación social esta de una extensión y nivel de complejidad
mayores) e incluso la revuelta: la forma más radical para manifestar la
ruptura con un poder determinado. La demanda solo demuestra sentido cuando
el Yo del demandante pide o reclama a otro que se encuentra afuera de él;
dicho de otro modo, únicamente durante la enajenación (cuando la
personalidad se fractura en piezas inconciliables) la demanda va dirigida
contra el Yo mismo.
La doble lectura que cualquier demanda admite deriva del hecho de que si
bien es portadora de un contenido de aspiraciones y sueños (la exigencia
de que venga o sea dado algo que nunca se ha tenido o que ya no se posee)
también dibuja el contorno de aquellas carencias a las cuales se refiere;
lo mismo en cuanto a la vida individual que en el nivel de toda la
sociedad dicho contorno define una especie de vacío, rotura o fractura que
–para entenderlo mejor- podemos imaginar como la súbita y perturbadora
presencia de una discontinuidad en el paisaje recorrido por la mirada.
¿Por qué, dentro de una imagen cualquiera, faltaría un trozo a la manera
de un rompecabezas con un hueco? La paradoja en esto que acabamos de
afirmar es que el interior de ese espacio (entre los bordes que definen el
contorno de la ausencia) donde, al parecer, nada estaría ocurriendo, no
solo se encuentra lleno de significado, sino que en realidad es el
significado principal; dicho de otra manera, por relevante que nos parezca
la demanda en sí, mucho más valioso (más lleno de respuestas) resulta
imaginar qué clase de vida toca a los individuos sin aquello que –con
tanta fuerza- desean tener y piden, por cuánto tiempo han permanecido en
tal grado de privación y con cuáles consecuencias; ello nos pone frente al
deseo de futuro, nos habla del sufrimiento en el pasado e igualmente
revela los límites para la acción en el presente, pues lo mismo contiene
la esperanza que el miedo.
En un bello cuento popular chino el pintor es obligado por el Emperador a
realizar el cuadro más sublime, suerte de obra absoluta capaz –por sus
cualidades- de unificar todos los tiempos: superior a cuantas existieron
en el pasado, deslumbradora para los habitantes del presente y
reverenciada por los del futuro como frente a una encarnación de lo
perfecto y sagrado. Encerrado por el Emperador en una habitación sin
ventanas del castillo imperial y -para que no escape- con fuerte
vigilancia en la puerta, lo único que el pintor pide es no ser
interrumpido durante la cantidad de tiempo que –según estima- va a
necesitar para encargarse de semejante obra extraordinaria. Por cierto que
aquí vale la pena agregar que, en caso de no conseguirlo, al pintor le
espera la ejecución inmediata a manos de los guardias del emperador; de
hecho, junto con la invitación al artista ya viene la amenaza del castigo,
de modo que la obra –en caso de ser terminada- sería la garantía de
salvación. Luego de días enclaustrado y trabajando, cuando llega el
momento acordado para ver el cuadro, el Emperador se presenta con todo su
séquito, tocan a la puerta, pero nadie sale; entonces los guardias fuerzan
la entrada y los ojos del Emperador se enfrentan a una imagen tan perfecta
que los pájaros y mariposas parecen vivos, al tiempo que las hojas de los
árboles dan la sensación de estar siendo batidas por el viento. En este
paisaje sublime solo una cosa desentona (en realidad son dos los
problemas, pues los guardias no encuentran rastros del pintor por parte
alguna) y es que en el centro del hermoso paisaje, disminuyendo de tamaño
hasta perderse en el lugar de la imagen que representa la distancia más
profunda, se aprecian las huellas de dos pies: los del pintor que se ha
fugado al interior del cuadro. Si nos ponemos en el lugar del Emperador
resulta que, de esta manera –pese a ser la más deseable pintura que nunca
pueda haber existido- la obra es portadora de un agujero tal que se
constituye en representación de lo más horrible y monstruoso; no hay modo
de apreciar la grandeza del artista sin, a la misma vez, participar de su
angustia, apreciar la mezquina violencia del Emperador, reír frente a la
enormidad de su fracaso como dominador (no consigue vencer la dignidad
espiritual del pintor) y –sobre todo- no hay manera de contemplar esos
pies escapando sin admirar la rebelión del pintor y su fuga definitiva
hacia la libertad. Dicho de otro modo, el agujero acusa y su capacidad
contrastante es tan enorme que basta con haberle contemplado una sola vez
para que absorba cuanto le rodea y termine por ser el único sonido que se
escucha: el sonido del agujero.
Esta hermosa representación de la lucha del arte (y, en general, de la
capacidad humana de soñar) frente al poder la complementamos con otro
relato de intención moral, la popular historia del rey desnudo (cuyo
verdadero título es El traje nuevo del emperador) que fuera escrita por el
danés Hans Christian Andersen. En este caso se trata de un rey al que dos
pícaros –que se hacen pasar por grandes sastres- convencen de que viste el
más bello de los trajes cuando en verdad se encuentra completamente
desnudo. La condición para que el monarca sea engañado es que la pareja de
estafadores ha echado a rodar el rumor de que el traje se torna invisible
ante quienes son aquellos estúpidos o incapaces de ejercer el cargo que
detentan; de esta manera, después que dos de los cortesanos de más
confianza le juran al rey (quien los envió a explorar qué ocurre en esa
sastrería de la cual escucha hablar a todos en la corte) que las ropas que
allí se cosen son realmente únicas, a la autoridad no le queda otro
remedio que personarse en el lugar, ordenar también él un traje, vestirlo
y enseñar (al pueblo) ese nuevo atributo del poder. Tan intenso es el
deseo de mostrar su adquisición que experimenta el soberano que incluso
organiza un desfile para exhibirla y es entonces que un niño, ignorante de
cualquier convención, pronuncia la frase terrible: “¡pero si está
desnudo!” (con la consiguiente burla colectiva de la multitud reunida).
A tono con la lógica del cuento maravilloso el soberano no solo es
fácilmente timado por la pareja de estafadores sino que, de modo poco
creíble si estuviéramos tratando con acontecimientos de la “realidad”, la
historia concluye sin que nos enteremos de cuál ha podido ser la venganza
del rey. Esta suerte de suspensión de lo verosímil permite hacerle
preguntas al texto y extraer, a modo de lección, algunas suposiciones.
¿Por qué el rey, con tanta simpleza, acepta el absurdo de un vestido con
propiedades mágicas? ¿Por qué necesita, luego de comprada la ropa,
organizar un desfile para exhibir su adquisición delante del pueblo? ¿Por
qué es un niño quien –al mencionar la desnudez- desarma la componenda de
los adultos? ¿Es posible “hablar” al rey… de qué modo, en qué tono, con
cuál intención, en qué momento? ¿Es importante hacerlo?
El traje mágico (con su imposibilidad) indica o demarca la magnitud de
aquello que, para sostenerse a sí mismo (acción con la cual expresa su fin
último), el poder está dispuesto a aceptar; es decir, no solo la adulación
–incluso hasta el punto del engaño- de los funcionarios (de ahí que el rey
envíe a sus dos mejores cortesanos para que evalúen las cualidades del
traje imaginario), sino la conversión en verdad certificada (refrendada de
manera casi oficial por la propia fatuidad e hipocresía del rey) de algo
que originariamente no es sino una descabellada desmesura. En cuanto a
esta última, lo particular radica en que se trata exactamente del hecho o
discurso que devela el límite a partir del cual comienza la corrupción del
poder; dicho de otro modo, puesto que el rey no ve este atuendo (que no es
posible ver dado que es inexistente), ello muestra que se trata de un
incapaz, de manera que en cuanto afirme que lo ve (y, de forma implícita
se interese más por mantener su poder que por defender la verdad)
estaremos asistiendo a un deslizamiento hacia la mentira y el deterioro.
Si del envilecimiento del poder se trata mitificación y mixtificación van
de la mano, pues todo se falsea en atención al único principio que preside
la vida: la satisfacción del deseo del rey y la conservación del poder a
precio de cinismo, embuste y atropello.
La imagen del rey organizando un gran desfile, en el cual esté reunida la
totalidad del pueblo, solo para mostrarle un traje (que ya sabemos irreal)
habla de la soberbia y la pompa del poder (desesperadamente necesitado de
admiración); al mismo tiempo nos coloca ante un aspecto de la relación
simbiótica entre el poder y sus súbditos: la necesidad de confirmar el
poder mediante estos estallidos de alegría masiva (da igual si fingidos).
Desde este punto de vista, el desfile (ocasión en la cual, de paso, todo
fracaso es anulado o atenuado hasta la insignificancia) opera como una
suerte de confirmación colectiva de los derroteros del poder, sus logros o
proyectos; en paralelo a ello, cuando invertimos este esquema de
coherencia y felicidad, entonces resalta el angustiante apetito que agobia
(y debilita) a ese poder que no puede conocerse a sí mismo, ni estar
seguro de su capacidad o estabilidad, si no se alimenta con tales
paroxismos de aprobación (de su gestión). Semejante ansia (de ser
exaltado) descubre en su esencia la relación simbiótica (y perversa) entre
el poder arbitrario y sus súbditos; típico de la renuncia al diálogo, el
ordenamiento descrito supone tanto la presencia urticante del deseo (por
parte del poder) de ser admitido y la apertura de espacios y vías para
manifestar la aceptación. Ahora bien, dado que el afán de obtener
conformidad prima por sobre si ello es o no justo, entonces el esquema de
lo corruptible queda completado; es decir, el poder arbitrario nos quiere
y está anhelante de incorporarnos, pero a través del silencio, la mentira,
la hipocresía, el oportunismo, la doblez, la quiebra de cualquier
independencia personal.
Más allá de lo anterior, también nos permite entrever que el poder es un
acto de derroche, una especie de enormidad que se muestra, una explosión
de histeria que exige ese acto paroxístico que es la celebración, la feria
(con toda la presunta alegría que debiera acompañarla). ¿O es que acaso el
paseo del rey con su hipotético gran traje no estaba acompañado del
éxtasis y los vítores de la multitud? ¿Para qué si no todo el desgaste y
gasto que significa organizar el desfile sino para confirmar –mediante la
concentración obligatoria de los súbditos- que se conserva el poder y
–mediante la alegría sobreactuada- que se respeta la ficción de que el
poder es deseado por la población?
Lo tercero tiene que ver con el sujeto que habla, un niño y la pregunta en
este caso sería: ¿por qué la verdad es develada por alguien que se
encuentra en el extremo enteramente opuesto al rey, alguien sin poder,
débil hasta ser el más fácil de destruir, completamente ajeno a cualquiera
instancia de eso que denominamos “la cosa pública”? Si reconocemos la
capacidad del soberano para con un acto de reconocimiento y desgarradura
instaurar la verdad (decir, claramente, que no hay traje alguno y romper
la cadena de fingimientos), entonces lo que el texto nos muestra es la
enfermedad del poder; es decir, la manera en la que el poder autoritario
(partiendo de una mínima mentira inicial) se constituye en la no-verdad y
traspasa a su población semejante visión contaminada. Por tal motivo quien
habla es justamente quien –en hipótesis- menores condiciones tiene para
hacerlo; el más indefenso, quien no puede elaborar grandes discursos
puesto que incluso le falta idioma, aquel cuyo proceso de razonamiento
enseña la menor complejidad. Según esta lógica el relato todavía sigue
destilando enseñanza, pues nos revela lo tenue que es la línea detrás de
la cual comienza la degradación del poder (en este caso, una simple
mentira que el rey convierte en verdad) y al mismo tiempo lo diminuta que
es la palabra que sacude al poder, palabra que no precisa de elaboración
majestuosa, sino solo ser portadora de verdad, la verdad más simple; en
este caso, decir lo que todos niegan (que el rey está desnudo) porque
participan de ello (la cadena del silencio que los conecta a todos por
conveniencia o miedo). Finalmente el texto transita de la fantasía (el
carácter mágico del traje) al grotesco (el paseo del rey al frente del
desfile que organiza) y de allí a la absoluta carnavalización (la burla de
la multitud-pueblo después que la voz del niño revela la desnudez del
rey). Ese momento carnavalesco, ese pequeño punto de giro que debió de
comenzar por una pequeña sonrisa velada e ir creciendo hasta explotar en
una carcajada colectiva, ilustra la debilidad y fragilidad del poder (en
especial, en el tiempo); o sea, la manera en que la vocación de perennidad
(típica de los gobiernos autoritarios, los estados militares-burocráticos
o las más despiadadas tiranías) es desecha por la risa compartida, risa
que simbólicamente equivale a las oleadas de una multitud arremolinada,
alimentada con el hastío de años, pero alegre en su infinita fuerza de
destrucción y cambio, de buscar otra vida más sana.
La manera en la que el niño habla acerca del rey, mediante una exclamación
de asombro, parece decir que –a diferencia del carácter de excepcionalidad
absoluta que el soberano encarna en las estructuras de poder arbitrario-
no es importante para nada hablar con el rey, sino que alcanza con la
existencia de espacios en los que poder opinar a propósito de su conducta
o ejecutoria; de hecho la fuerza dominante del relato, en ese final de
carcajadas, no es del soberano, ni de sus cortesanos ni de los guardias,
sino del pueblo mediante esa risa que desarma. Esto también nos habla del
aparato formal de la comunicación, pues la condición sana de la palabra
vuelve a ser (como en la concepción antigua de la democracia) la
intervención en el demos, del ciudadano de menos poder (simbolizado por el
niño), en la plaza pública y en condiciones de igualdad con el poderoso;
en oposición a ello los ritos del protocolo cortesano (en cuanto a
horarios, fórmulas de cortesía, obligación de manifestar respeto a la
jerarquía, así como la definición de la forma, modo y lugar de realizar
una intervención) son procedimientos dirigidos a evitar la erupción de esa
palabra pública que –a fin de cuentas- es la única comprobación verdadera
de la democracia. En este sentido, es delante del que habla más mal (en
tono, amargura, inoportunidad, violencia crítica o rechazo al soberano y
sus prácticas de poder), el más crítico, inculto, mal vestido,
descompuesto, desagradable, incómodo o indeseado que la democracia es
puesta a prueba.
A diferencia de los anteriores textos, uno que es un relato popular
proveniente del folclor y el otro un cuento hecho por un escritor, la
tercera de las historias que comentaremos es una tradición atribuida al
emperador prusiano Federico el Grande, quien –aunque famoso por su
dedicación y magnificencia para con las artes- también era célebre por sus
ataques de ira. De él se cuenta que habiendo enfermado su caballo, que
figuraba entre sus posesiones más amadas, y sabiendo que empeoraba sin
remedio, ordenó que aquel que le diese la noticia del fallecimiento fuese
ejecutado. A partir de aquí creció el temor entre quienes se encontraban
próximos al soberano y ya se convirtió en verdadero terror cuando el
animal de una vez murió; entonces, cuando ninguna esperanza quedaba y solo
faltaba decidir quién sería sacrificado, un humilde palafrenero se brindó
para llevar hasta el emperador la noticia infausta. El modo astuto en que
consiguió escapar de la muerte fue ofreciendo a la figura de autoridad
todos los elementos para que fuese ella misma la que, sin poder
contenerse, pronunciase la frase definitiva; o sea, acumular tal cantidad
de información crítica (el caballo no se mueve, no come, no bebe agua, no
respira) que el emperador no tuviese otra salida que concluir (y enunciar)
que entonces ello significaba que el caballo estaba muerto.
La anterior anécdota completa nuestro ciclo en lo que toca, si semejante
ciencia existiera, a una analítica del poder. Como mismo en los ejemplos
anteriores el relato comienza con el establecimiento de unas premisas, o
por la descripción de un paisaje de orden que súbitamente es alterado; en
cualquiera de los casos el evento que ocasiona el trastorno deja tras de
sí un rastro de des-composiciones (roturas, aberturas, hiatos) equivalente
al agujero por el cual se fugaba el pintor o la frase del niño que nos
revela la desnudez del rey. La existencia satisfecha del rey queda
destrozada por la presencia de una cuestión, la enfermedad del caballo,
que se encuentra fuera de su control sin importar la cantidad de
intimidación, la cantidad de poder, que en intentar solucionarla utilice;
la cuestión, el trabajo de la enfermedad sobre el cuerpo (del animal),
opera como un espejo de la ruina dentro del cuerpo mismo del gobernante:
su límite vital como persona humana al mismo tiempo que el de sus obras y
su proyecto. Por tal motivo, cuando el emperador impide (a precio de
muerte) que se le informe sobre el fallecimiento del caballo, lo que en
verdad prohíbe es la más diminuta referencia a su propia caducidad
individual y a la destrucción (lo cual -al menos desde un punto de vista
técnico- es siempre una posibilidad) de las maravillas construidas durante
su ejercicio como líder del imperio. Desde este ángulo el poderoso
distribuye, bajo la forma de miedo inculcado en los súbditos, exactamente
el mismo miedo que tiene a simplemente desaparecer.
Los hechos que suceden –lo mismo con el rey desnudo que en la anécdota del
emperador y su caballo- esbozan el contorno de la voz crítica en ambientes
no-democráticos; en tal esquema, donde debiese haber espacio para la
opinión de todos, solo le es posible hablar al inocente o al astuto, a
quien apenas sabe verbalizar y a quien conoce las fórmulas para usar el
lenguaje como artimaña. Lo curioso es que, a pesar de la indudable
distancia entre ambas figuras, sus imágenes confluyen en los manejos de un
tercer personaje que los contiene y unifica; me refiero al bufón, el más
ambiguo de los sujetos en la corte, suerte de loco-sabio a quien le está
permitido cruzar casi cualquier límite en su discurso (punzante,
arriesgado hasta la insensatez, autoparódico y con clara inclinación al
nihilismo y el caos) con tal de que haga reír al rey (o a los cortesanos
más cercanos). La brillante mente del bufón descubre y sabe que esa falla
en los paisajes políticos -a la cual hemos denominado “agujero”- está
presente y tan elástico es su margen de maniobra que (donde los otros no
pueden sino callar, incluso ante cualquier desastre evidente) de él se
acepta (¡y hasta se estimula!) esa especie de crítica atomizadora que para
hablar del mal lo rebaja hasta convertirlo en algo natural. La obligación
de transformar el mensaje en un asunto cómico trivializa la alarma y, en
general, deforma el contenido; mediante los procedimientos de esta
comicidad compulsiva el carácter excepcional del mal (su cualidad de hueco
o vacío en el paisaje) es diluido hasta acabar por integrarlo a los
acontecimientos “normales” de la vida. No hay culpable, responsable ni
localización concreta de los eventos, sino solo ciclos dentro de una larga
deriva hacia el colapso; las vidas son sofocadas, las intenciones entran
en parálisis, las parrafadas esquizofrénicas del bufón adquieren la
categoría de texto sagrado y (repito que por conveniencia o temor) se
extiende el silencio hasta que aparece la palabra que de-vela la
situación.
La paradoja de semejante documento -acerca de lo cual decimos que es un
texto sagrado (consagrado)- proviene de su absoluta falta de significación
social al tiempo que de la encumbrada posición jerárquica de quien lo
elabora y pronuncia; alguien que, sin la más diminuta cuota de poder,
disfruta el privilegio de hablar en donde los demás se mantienen en
silencio. Al mismo tiempo, dado que ya sabemos que se trata de habla no
significativa (charlatanería, parloteo, basura) resulta una locuacidad
vacía que enseña, mejor que cualquier prohibición, el asco del poder
autoritario ante la palabra verdadera. De este modo, mientras que la
simulación de verdad (encarnada en el bufón) es una condición necesaria
para el poder autoritario, una suerte de espita a través de la cual las
dinámicas (en especial, los mayores fracasos de la administración) son
equilibrados, cualquier búsqueda de la verdad (no importa el campo en el
cual sea, así como tampoco la profundidad del resultado) horada como un
taladro la seguridad del poder. En esta ecuación trágica, a medida que
aumenta la presión del poder para sobrevivir a toda costa más ocurre que
cualquier pequeña irregularidad alcanza dimensiones cósmicas; en semejante
orden cualquier voz crítica es extraviada en los laberintos de lo
superficial e intrascendente, oficinas infinitas, quejas que nadie
responde, justificaciones ridículas, hasta que –clamando en círculos- se
desgasta y retira extenuada. Nada puede ser realmente criticado porque
ningún culpable último puede ser nombrado, condición esta que se convierte
en delirio si de criticar al soberano se trata; él -y todos los minúsculos
señores que viven bajo su manto- se alejan más y más del pueblo al que más
tarde convocan para todo tipo de acciones confirmatorias de que el poder
sigue en su sitio. Todo es bufón.
Luego de haber recorrido este camino creo que podemos regresar al
planteamiento que sirve como título de la presente intervención; dicho de
otro modo, donde nos hemos acostumbrado a realizar preguntas en un sentido
positivo, invertir el planteo para que nos revele cuáles deben ser las
reglas que se hace necesario aplicar para que no exista debate. Suponiendo
que el error, la deformidad, discontinuidad, fractura, vacío, violencia,
injusticia, manipulación, mentira, silencio (o cualquier otro elemento
lesivo para el organismo social) generen habla crítica (desde el
descontento apenas mascullado hasta el documento escrito o el grito),
¿cómo impedir la existencia de esa verdad incómoda que muestra la desnudez
del rey? En este punto, asumiendo que el no-democratismo y la expresión
autoritaria son síntomas de enfermedad, parece sensata la intención de
proponer la mención de algunos de estos; de esta manera, como mismo
hicimos con el “agujero” en el cuadro del pintor, partiendo de la
descripción de un ambiente viciado esbozaremos el contorno de lo deseable.
Entonces, según cuanto hasta aquí hemos dicho, el procedimiento perfecto
para impedir el debate debe de concentrar las siguientes características:
. El poder arbitrario, sin importar la variedad de la cual se trate
(autoritarismo carismático, estado militar-burocrático o simple tiranía)
busca, implanta y se sustenta en la asimetría como su sangre y su
respiración. Si bien es claro que todo poder es relativamente asimétrico
(el líder y sus colaboradores cercanos “pueden” –hacer, tomar o decidir-
más que el resto de la población), la correlación se torna enfermiza
cuando por encima de la vocación de servicio predomina la voluntad de
dominio. Aquí nada peor que la impaciencia, en cuanto manifiesta la
contradicción entre la tarea (en la cual aparece expresada la voluntad del
poder, sus intenciones, su proyecto, su deseo) y la opinión (por ser esta
la forma o modo mediante el cual es puesta en escena la voz de la sociedad
respecto al contenido de eso a lo cual hemos llamado la tarea, los
procedimientos para alcanzarla, las consecuencias que de ello derivan, así
como las acciones que se precisan para corregir –en los distintos grados
que sea necesario- la formulación inicial o determinar que se ha cometido
un error tal que la estructura misma debe de ser cambiada.)
. Si a una formulación democrática corresponde un modelo en cual la
opinión es siempre escuchada y su valor tenido en cuenta para toda
decisión, muy especialmente aquellas que tratan de introducir correcciones
dentro de eso a lo cual hemos denominado la tarea, la esencia del poder
arbitrario es rebajar, cooptar y diluir cualquier opinión a la que
considere (en el grado que la autoridad estime) de signo (abierta o
veladamente) contrario. En atención a ello, al solidificarse dicho
proceder como estilo (de administración y de dirección) los estamentos
todos en la enorme pirámide del poder (dentro de un país) actúan de
idéntica forma; peor aún, puesto que los escalones más bajos están siempre
expuestos al control y/o vigilancia de toda la cadena superior, arriesgan
menos e impiden (de modo casi rutinario) cualquier participación activa
general (uno de cuyos elementos fundamentales no puede sino ser el
despliegue de la opinión.) De esta manera, las condiciones para el
cumplimiento de la tarea conspiran contra ese propio cumplimiento y lo
tornan, finalmente, imposible.
. Las autoridades de más elevada jerarquía están exentas de toda crítica y
son ajenas a cualquier conexión con cualquiera evento de la vida inmediata
y concreta; esto se manifiesta como verdad absoluta a medida que nos
acercamos a la autoridad última, no importa si líder o soberano, quien
habita en un limbo de intemporalidad y distanciamiento. Lo anterior,
obviamente, implica la prohibición de nombrar al soberano (por ejemplo,
justo lo que hace el niño de nuestro cuento). Aquí vale la pena precisar
que la estructura global es mimética respecto a los estilos del soberano
(cuyos modos deforman la totalidad que se le subordina); o sea, que no hay
sentido en imaginar una base democrática dirigida por un pequeño grupo de
anti-demócratas autoritarios o viceversa. En términos clásicos, base y
superestructura son el uno reflejo del otro y se complementan.
. El silencio, la mentira, la simulación, la doblez y la manipulación son
consustanciales a los poderes no-democráticos y autoritarios; desde los
escalones más bajos hasta el salón donde se encuentra el trono del
soberano. Todos saben que el caballo del emperador ha muerto, pero no se
atreven a decirlo; todos saben que no existe traje alguno y que el rey va
desnudo, pero callan.
. Las presiones, la arbitrariedad y el abuso deben ser naturalizados para
que formen parte de la vida “normal” de los individuos; semejante
supresión de las libertades mínimas del súbdito y normalización de las más
diversas formas de injusticia es conseguida (por lo general) a nombre de
una causa mayor y nunca mostrando la violencia (caprichosa y egoísta) de
que es portadora la voluntad de dominio del soberano y su equipo.
. Para que la existencia sea un tejido de silencio, mentira, simulación,
doblez, manipulación, presiones, arbitrariedad, abuso e injusticia es
condición imprescindible que el súbdito sienta miedo (a perder algo íntimo
y amado) en caso de hablar y alzar la voz crítica. Dicho de otro modo,
tiene que ser muy elevado (casi al nivel de la completa seguridad) el
temor a ser golpeado, expulsado del trabajo, encarcelado, humillado de
manera pública, torturado, mutilado e incluso muerto. A todas luces de lo
anterior se deriva la obligación de obstruir, por los más disímiles
métodos, la búsqueda de verdad acerca del estado de la sociedad (y del
poder mismo, su estilo, sus prácticas, sus errores, sus crisis, sus
fracasos, su degeneración, su declive, su demencia o la posibilidad de su
sustitución) así como –finalmente- impedir la circulación y exposición
pública de dicha verdad.
. El deseo de verdad debe ser desviado (hacia el laboreo con minucias de
escasa significación y proyección) o castigado de modo desmesurado; el
abanico entre ambos puntos es enorme y queda a disposición de la nube de
funcionarios existentes. Una técnica que da excelentes resultados es la de
rebajar la intensidad y hondura de las discusiones hacia aspectos técnicos
de difícil o casi imposible comprensión o solución, que demorarían
decenios en ser completamente analizados y resueltos, o hacia cuestiones
que –pese a aparentar algún tipo de avance- apenas tienen importancia
práctica; por ejemplo, donde se plantean temas centrales de la vida en la
ciudad desviar los argumentos hacia el color con el cual será pintada, en
los meses de verano, la parte superior de los postes de electricidad. En
cuanto a la desmesura del castigo es buen par de ejemplos la situación del
pintor (condenado a morir si no consigue pintar el más bello cuadro que
haya existido jamás) y la de los cortesanos y súbditos del emperador en la
anécdota del caballo enfermo y muerto (condenados a muerte si avisan al
emperador del fallecimiento del animal). La enormidad de lo que se le pide
al pintor ilustra que también la demanda es desmesurada; la diferencia
inconmensurable entre la vida humana y la un animal enseña que -para ese
poder arbitrario- la vida humana solo es otra cifra en el devenir de
violencia.
. El verdadero arte de la asimetría consiste en ir más allá del miedo
(demasiado brutal y evidente), de manera que el súbdito internalice y
desee la excepcionalidad del soberano y su gobierno, su séquito de
servidores cercanos e incluso cualquiera de los directivos (sin que
interese el nivel en el cual encuentran) en la administración. Este es el
verdadero estado ideal y cuando a él se arriba hay paz. Si bien colmar de
privilegios a los colaboradores cercanos es circunstancia propia de la
asimetría, el secreto de la dominación descansa en su reverso: distribuir
desaliento para las voces críticas; para semejante tarea el poder dispone
del enorme (y paradojal) archivo cínico de cuantos han sido impedidos en
su ilusión de cambiar. Toda la documentación o memoria de anteriores
esfuerzos abortados opera como una profecía orientada a disuadir la acción
transformadora (aunque esta solo sea una mínima queja para saber que no
hay felicidad alguna que agradecer o disfrutar); por este camino nihilista
nada va a cambiar porque nunca ha sido posible cambiar nada. El mencionado
proceso de internalización es perfecto cuando los posibles opinantes se
convencen de que toda intención de autonomía, independencia de criterio,
salida del coro, es estéril; el efecto combinado de ambas fuerzas en la
vida del individuo moldea (tal es la pretensión) un sujeto acrítico, sin
más horizontes que aquellos que el poder postula, fascinado (casi de
manera sexual) con la penetrante violencia que lo rebaja como individuo.
. Los guardias del emperador chino, los aterrados servidores del emperador
alemán y los cortesanos que describen la belleza del traje inexistente en
el cuento del rey desnudo son representación de la capa de funcionarios y
soldados sin la cual el poder arbitrario no se sostendría. Para ellos son
posibles posiciones de lealtad ideológica, participación forzosa o simple
corrupción (lealtad comprada); en última instancia, lo que precisa de
ellos el poder que describimos es la disposición a fingir, desviar, mentir
abiertamente, difuminar, castigar o reprimir cualquier disenso, pasar a la
violencia viciosa e incluso asesinar (hasta de manera masiva) o apoyar –de
modo tácito o expreso- el abuso y el crimen. En una sociedad moderna estos
estamentos incluirían lo que Althusser denominó los “aparatos ideológicos
del Estado”; dentro de ellos la prensa (en sus varios formatos) ocuparía
un primerísimo lugar lo mismo que las instituciones educativas y el
trabajo de ese sector al que llamamos “los intelectuales”. La pobreza, la
precariedad de la existencia, la dificultad para el ascenso social, la
escasa mención, las presiones, la vigilancia, el daño (físico o mental)
son precios que están destinados para la voz crítica (o, sencillamente,
independiente) en situaciones como las descritas; contrario a ello, en una
manifestación más en el tejido del no-diálogo, las puertas siempre están
abiertas para la persecución del privilegio y la mudanza a los espacios de
goce que – para sus elegidos- propicia el poder. Según esto, las
decisiones de los individuos (en el abanico que va del abierto rechazo al
murmullo) adquieren un evidente carácter moral.
. Puesto que los anteriores puntos el individuo los vive como actuaciones
en simultaneidad y entrelazadas entre sí, es justo afirmar que la
existencia toda transcurre dentro de la suerte de entramado rodeante que
en tal modo se constituye; dicho entramado, cuya capacidad y acción
asfixiante depende del tamaño de aquello a lo que hemos llamado “agujero”,
no posee afuera alguno, sino solo mínimos puntos de escape, túneles por
los que se avanza a zonas de menor presión (sofocación). Dicho de otro
modo, prisionero de su propia cadena de mentiras y represión (como dos
caras de una misma moneda), el poder arbitrario nunca cede poder, sino que
progresa –por el camino contrario- en dirección a la implementación de
mayores vigilancias y castigos hacia una vida aún más sofocada.
Si las anteriores son condiciones necesarias para que no exista debate, si
cubren (a la manera de entramado) la totalidad de la vida, ¿es posible
hablar? ¿Acaso tiene algún sentido? La anécdota del emperador y su caballo
nos enseña que el poder arbitrario es derrotado por la astucia; el cuento
del emperador y el pintor, que hay un precio que pagar por la defensa del
derecho a opinar (pues la huida del pintor hacia el interior del cuadro
simboliza la entrega máxima, la de la vida, con tal de mantener la
independencia frente al poder); finalmente, la fábula del rey desnudo nos
conduce hasta la palabra que descubre la mediocridad del poder y al
instante de carnavalización a partir del cual desaparece el miedo
compartido y el cambio está a punto de ocurrir.
Claro que sé que el régimen enteramente democrático, sin espacios oscuros
u ocultos, sin violencia alguna en contra de los ciudadanos, insuflado por
una permanente vocación de servicio al pueblo invocado, transparente y
receptivo a crítica incluso en sus lugares jerárquicos más encumbrados (en
fin, todo eso que avizoro como oposición al poder arbitrario) es una
construcción por entero utópica; pero la creación de espacios democráticos
es un proceso de exploración cuya meta principal es abrir la posibilidad,
sentar las bases, para que tales calidades de la vida se manifiesten. Nada
está dado ni es definitivamente firme, sino que a cada nuevo paso se
corren riesgos, se reconfigura la realidad que rodea y son concebidos
mundos nuevos de mayor riqueza para la persona humana.
El carácter abierto y probabilístico de la cotidianeidad considerada como
un proceso de construcción de futuros es ilustrado por la conocida fabula
de Esopo en la cual un grupo de ranas, que sin gobierno alguno vivían en
un charco, piden a Zeus (dios de todos los dioses), que les envíe alguna
autoridad que organice el lugar y a la cual brindar obediencia. De
repente, cae en el agua un tronco de árbol cuyo estrépito hace a las ranas
esconderse despavoridas hasta que, minutos más tarde, comprenden –por
ridículo que les parezca- que esa extraña y silenciosa presencia es el
gobernante que tanto han deseado; a partir de aquí, en una especie de
doble burla (al tronco de árbol y, de modo implícito, al mismo Zeus), las
ranas se encaraman en el tronco y se burlan. Aburridas finalmente, envían
a Zeus otra petición, ahora para que les cambie el rey inmóvil y patético
por otro que demuestre el grado de actividad e interés por las ranas que
estas creen merecer. Es entonces que Zeus manda al charco una serpiente de
agua que persigue a las ranas y –en esa despiadada lógica del choque entre
fuertes y débiles en la Naturaleza- las come una tras una.
El conjunto de ranas espantado de vivir en el caos, necesitado a la vez
que deseoso de liderazgo, parece referirse al miedo en el individuo humano
de encontrarse con su animalidad; es decir, con las circunstancias
(cualquier tipo de presión lo bastante extrema) que pudieran conseguir
tornar frágil el tejido de la civilización. Préstese atención a que en la
fábula ninguno de los habitantes del charco (presuntos ciudadanos) es lo
bastante respetado, capaz y diferenciado como para que la comunidad decida
investirlo con la condición de guía; en paralelo, tampoco se infiere que
haya dinámica colectiva alguna (por ejemplo, no un líder único, sino los
más ancianos) que regule la existencia. Por ello no queda otro remedio que
figurarnos un paisaje en el cual de forma cotidiana –y muy especialmente
en los momentos de crisis (sequia u otra condición parecida) deben de
pasar a primer plano la injusticia, la violencia y, en general, el uso de
la fuerza.
La pareja de extremos encima de los cuales es montada la fábula nos
enseña, de modo metafórico, el funcionamiento de los polos opuestos del
poder: la pasividad criminal (en donde la indolencia, la ausencia de
proyecto, la impunidad, la destrucción de los vínculos societales y lo
opaco son las directrices del gobierno) y la violencia criminal propia de
la tiranía (donde la implementación, bajo directrices totalitarias, de
mecanismos de vigilancia, coerción, persecución y castigo es uno de los
contenidos básicos del arte de gobernar). Al dibujar este par de estadios
radicales que se anulan entre sí, la fábula deja abiertas las puertas a la
imaginación de un tercer escenario donde se encontraría el buen gobierno
y, con una suerte de guiño de ojo implícito, luego de deslizar esta sutil
sugerencia, se detiene. Nada nos es dicho de lo que pueda ser tal mundo
deseado ni sobre cómo llegar hasta él y ni siquiera hay las más ínfima
garantía de que podamos alcanzarlo; contrario a ello, y tomando como base
para el análisis lo que sí resulta transparente en el relato, encima de
nuestras cabezas (en cualquier momento) pende la amenaza de una deriva
hacia la pasividad autodestructiva o hacia el salvajismo de la tiranía. La
construcción de ambientes democráticos se manifiesta, únicamente, cuando
predomina el rechazo colectivo a ambos polos negativos, no como un
horizonte lejano, sino como un acto diario de la voluntad, la entrega y el
esfuerzo; es decir, como puestas en escena del debate, la participación y
el activismo social, cuya esencia aflora en los actos insignificantes,
habituales, diminutos. En contraste con los instantes de obediencia
compulsiva, sugestión en bloque o de respuesta emocional, es aquí –en la
virtual invisibilidad de la respuesta humana a ese bajo e íntimo nivel-
donde realmente se ven y son puestas a prueba las virtudes y fortalezas
del vivir democrático. Es por ello que la renuncia o la búsqueda, el
desvío y la pérdida o el reencuentro con el sentido, la soledad o el
anudamiento solidario, la palabra que enmudece o la voz que habla, el
sacrificio, la esperanza, la aventura y el dolor o alegría, son –entre
otros muchos- los hermosos peligros de la libertad, el más preciado de los
bienes humanos.
Primavera en Miami con una
esquina rota
por Yasmín Portales Machado
Salí del aeropuerto de Miami muerta de hambre, como es
usual.
No por los 45 minutos de vuelo, sino por las tres horas
que pasé en el aeropuerto de La Habana, más una hora (de pie) en el
control de aduanas norteamericano. Suman unas cuatro horas adicionales al
tiempo de viaje real. Los vuelos internacionales cortos ponen al
descubierto cuánto tiempo se gasta en seguridad en el mundo post 11 de
septiembre.
Yo no tengo nada en contra de la seguridad aérea, pero si contra los
precios de las cafeterías del “José Martí”. También agradecería un
puestecito de perros calientes –con sus refrescos y su opción vegetariana–
en el control de fronteras norteamericano. Podrían girar las ganancias a
los fondos para la lucha contra el terrorismo, a la que es tan aficionada
Washington.
La diferencia estaba en que este viernes 14 de marzo llegué para quedarme
en la ciudad, y el nerviosismo por lo que haríamos era cosa compartida con
mis compañeros de vuelo: los editores de Espacio Laical. Nada más y nada
menos que una conferencia en Miami contra el Bloqueo organizada por CAFÉ,
FORNORM, Generación Cambio Cubano, Cuba Educational Travel y apoyo del
Latin American Working Group.
Se sabe, o se supone, que Miami es la base de operaciones de la parte más
conservadora y rica de la comunidad cubana en Estados Unidos. Está
documentado que aquí cocinó la CIA muchas operaciones encubiertas contra
Cuba. También que hay gente que vive, literalmente, del Bloqueo y la Ley
de Ajuste Cubano –gracias al contrabando de productos o personas–, y de
los fondos del gobierno federal para “promover la democracia” en Cuba.
Sobre todo, Miami es un lugar cuya intolerancia política muchas personas
comparan con La Habana, con el Miami Herald en lugar del Granma, Ileana
Ros por Fidel y Vigilia Martiana como los CDR.
Ya instalados en el hotel Sofitel, nos pusimos al día con los ajustes
impuestos al programa. El jueves en la tarde, el Departamento de Estado
negó la visa a Jesús Arboleya, invitado como especialista en relaciones
bilaterales, y, también a última hora, el permiso a moverse hasta Miami al
Jefe de la Misión Cubana en Washington. No creo que el segundo aportara
gran cosa al debate, pero jode que te hagan gastar tiempo y dinero para
recordarte, cuando ya no hay margen de maniobra, el poder de los gobiernos
sobre las voluntades de las personas.
Pasamos la noche recortando cartoncitos con los nombres de las personas
inscritas y metiéndolos en sobres de plástico con prendedores. Además
repasamos los menús, mi ponencia, la ropa y los comentarios sobre la
conferencia en la red.
Debo confesar que no esperaba que viniera tanta gente con actitud
positiva, ¡más de un centenar! Solo un hombre llegó, dejó unos volantes
denunciándonos por apoyar a la “dictadura castrista” y se retiró. Con un
respeto que guardo como ejemplo para mi praxis futura, los organizadores
dejaron los papeles disponibles para quien quisiera leerlos.
Las presentaciones tuvieron gran variedad temática, de la historia del
restaurant Doña Eutimia –de vender cajitas de comida a ser recomendado por
Newsweek como uno de los 101 mejores lugares para comer del mundo–, hasta
cómo la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) pactó con Ronald Reagan
el financiamiento de sus acciones terroristas a cambio del apoyo contra
Nicaragua. Por el camino se habló del intercambio académico, los artistas
cubanos, la importancia de inscribir votantes y recaudar fondos para que
los políticos vean las ventajas de mejorar las relaciones con Cuba… hasta
de la reconciliación por encima de eventos tan traumáticos como la
Operación Peter Pan.
Las intervenciones sobre los intercambios pueblo a pueblo y el papel de la
comunidad cubanoamericana fueron muy ilustrativas. Collin Laverty, Hugo
Cancio, Silvia Wihelm y Geoff Thale hicieron un balance sobre sus valores,
los límites legales de estas iniciativas y los recursos posibles para
ampliar sus marcos de aplicación. De todos modos, hay consenso en que el
objetivo final es que todo esto desaparezca, que la misma proliferación de
los viajes resquebraje la política del Bloqueo.
Lo más instructivo para mí, fue la exposición de Guillermo Grenier sobre
los resultados de la encuesta sobre las Relaciones Cuba – Estados Unidos.
Fue realizada por el equipo bipartidista FM3 (firma de investigación de
opiniones demócrata) y Public Opinion Strategies (la mayor firma
republicana de encuestas del país) en enero de 2014 para el Atlantic
Council.
Aprendí desde un ángulo completamente nuevo. No se trataba de
sentimientos, deseos, experiencias (impugnables por puntuales), relatos
sobre intrigas entre poderosos. Esto son números, una investigación con
metodología clara y márgenes de error calculables. Esto es concreto y
actual. Además, de la excelente exposición del profesor Grenier, acompañó
las tablas con explicaciones sencillas de los procesos, basadas en su
experiencia personal como investigador de las actitudes políticas de
cubanoamericanos desde 1991.
Personalmente, lo que más me conmovió fue la participación de Antonio
Zamora. Soy hija de un ex–miembro de la Marina de Guerra Revolucionaria,
discípula de Eduardo Heras León y Fernando Martínez Heredia, a los cuales
Girón cambió la vida. Darme cuenta de que compartía tribuna y ciertos
objetivos con un integrante de la Brigada 2506 y fundador de la FNCA fue
como un mazazo en la cabeza.
En su presentación, Zamora explicó que dejó la FNCA tras la sobrevivencia
del régimen cubano al colapso de la URSS y sus satélites. Ante tal
desastre en sus cálculos, revisó lo que creía saber sobre Cuba y acabó
viajando a la isla en 1994: concluyó que no sabía nada sobre la Cuba real.
Hubo mucho debate. Dentro del salón, para los diversos paneles, y fuera,
en corrillos de interés específico. La mayoría de las preguntas que
escuché eran muy meditadas y respetuosas. Como casi siempre en reuniones
de corte general, la cosa tiró más a la geopolítica y el comercio que a
los problemas de las minorías –religiosas, raciales o sexuales. Igual,
hubo una línea constante de inquietud sobre cómo articular la defensa de
los derechos humanos para todas las personas a través de los cambios
económicos que se vienen.
Comimos en el Versalles, se llaman el restaurante cubano más famoso del
mundo, pero están en Miami… En realidad es una situación profundamente
cubana.
El domingo, febril por un nuevo catarro y evocando el excelente arroz
imperial, publiqué la ponencia en el blog y respondí un cuestionario de
Sandra Álvarez sobre la experiencia para On Cuba.
Regresé a casa el lunes, asombrada por el servicio en el aeropuerto de
Fort Lauderdale y el equipo de Xael Charters.
Hasta aquí todo muy lindo ¿no? Lo que empañó el idilio fue el silencio
mediático. Allí estaban Voice of Russia, Reuters y otras agencias de
prensa internacionales, pero de quienes informan a Miami, solo Progreso
Semanal y Martí Noticias –quiero agradecer la seriedad de su nota. Más
tarde, Miami Herald publicó un texto totalmente distorsionado (hablando
del Granma).
¿Dónde estaban UNIVISON y CNN en Español? ¿Por qué ignorar una conferencia
sobre Cuba si Cuba es casi “el tema” en el sur de la Florida?
Mientras, Cubadebate y Juventud Rebelde publicaron una nota de 318
palabras de Prensa Latina. No menciona que cuatro residentes en Cuba
fueron. ¡Ni siquiera sacaron filón de que le negaron la Visa a Arboleya!
Cubadebate llegó a la vergüenza de insertar una foto de un acto de
solidaridad con Cuba en Madrid –la incongruencia fue denunciada por el
comentarista “gilberto” y la imagen eliminada. Todavía hoy incluyen un
video protagonizado por Daniel Keohane, del think tank europeo FRIDE
¿alguien me lo explica?
Pasé el fin de semana en Miami, ¿qué les parece? Hablamos de Cuba, de lo
malo e inútil del Bloqueo, y ni Vigilia Mambisa apareció. Yo, ex–militante
de la UJC, le di la mano a un hombre de la Brigada 2506.Estamos de acuerdo
en que nuestro país no necesita los permisos de Estados Unidos para
existir.
Andaba por las nubes. Los silencios y las medias verdades de los medios de
prensa más interesados en Cuba me devolvieron a la tierra. Esto es una
primavera con una esquina rota, sin dudas. Bueno, ¿cuándo las esquinas
rotas detuvieron alguna cosa en Cuba?
ZunZuneo, el extraño nombre de un
fracaso
por Rosa Miriam Elizalde
“Bay of Tweets”, tituló el prestigioso Politico Magazine
una nota sobre el sonado fracaso del proyecto ZunZuneo para el “cambio de
régimen en Cuba” vía teléfonos celulares y redes sociales. El diario on
line parodia otro épico desastre de EEUU, el que tuvo lugar en abril de
1961 en “Bay of Pigs” -“Bahía de Cochinos” para los norteamericanos; Playa
Girón para los latinoamericanos-, y el juego de palabras no es gratuito:
este escándalo desborda las acciones de guerra contra Cuba. Ha estallado
directamente en la cabeza de los activistas de todo el mundo que utilizan
Twitter y otras herramientas digitales para organizarse verdaderamente
contra el poder, usualmente en naciones aliadas de los EEUU.
Y subrayo “verdaderamente”, porque ya se sabe que también EEUU tiene sus
tuiteros y blogueros favoritos, creados en virtud de planes tan
fraudulentos y fantasiosos como el ZunZuneo –las evidencias abundan, por
ejemplo, en Wikileaks.
Lo que nos dice esta nueva aventura encubierta de la USAID es que, además
de espiar a medio mundo y convertir a cada internauta en un blanco fácil
de la Agencia de Seguridad Nacional, como pedagógicamente nos recuerdan
los documentos de Edward Snowden, el gobierno de EEUU tiene la capacidad
de construir potentes herramientas virtuales en un limbo tecnológico y
financiero, embasurar la red de telefonía móvil de un país con mensajes no
solicitados, y parcelar a los usuarios de una comunidad digital, como si
fueran ganado, en unas bases de datos que permiten diferenciar a cada cual
por sus intereses políticos, sin el consentimiento de estas personas. Y,
por supuesto, sin advertir que es la administración norteamericana la que
está detrás del proyecto y que el objetivo final de la “operación” es
“renegociar el equilibrio de poder entre el Estado y la sociedad” donde
viven estas personas, según el documento de la USAID citado por AP.
Esto, como dice Politico Magazine, es escandaloso, además, porque no hay
manera de evitar que todas las plataformas para las redes sociales queden
inevitablemente bajo sospecha de intervención política del gobierno de los
EEUU, y porque este pudiera convertir en tontos útiles a los activistas
sociales que las utilizan, cuando no en traidores a los intereses de su
propio país. Sin embargo, ni AP, que lanzó sobre la mesa más de mil
páginas de la operación encubierta de la USAID contra Cuba, ni otros
analistas que la han abordado, ponen en perspectiva este asunto. El
ZunZuneo no es un meteorito que salió de la nada, ni una manzana
envenenada solo para la Isla del Caribe que humilló a los yanquis en
Girón.
Algunos antecedentes
Hay una amplia y documentada evidencia del financiamiento y puesta en
práctica los esfuerzos de EEUU para destruir el gobierno cubano, que han
incluido, como recuerda Político Magazine, “intentos de invasión,
contratos con la mafia, tabacos envenenados y trajes de neopreno, y
transmisiones de televisión pirata”, y que no se detuvieron en la era de
Internet ni ante violaciones flagrantes de la legalidad cubana e
internacional, como prueba el caso del agente estadounidense Alan Gross.
(Como se conoce, Gross fue arrestado en diciembre de 2009 en La Habana,
tras instalar una red fuera del control de las autoridades cubanas, y esta
misma agencia del ZunZuneo, la USAID, al amparo de la legislación que
promueve el cambio de régimen en la Isla, le pagaría por este servicio
$590.608,00).
A partir de documentos desclasificados de la administración
estadounidense, el periodista norteamericano Tracey Eaton desde hace
varios años registra en su blog Cuba Money Project el destino de una parte
de los fondos del gobierno de los Estados Unidos para la subversión en
Cuba. Entre los documentos publicados en esta web se encuentra una copia
de la auditoría de los gastos del Departamento de Estado (DOS, por sus
siglas en inglés) realizada por Just the Facts, una entidad civil que
audita los gastos del gobierno de los Estados Unidos para la Defensa y la
Asistencia de Seguridad en América Latina y el Caribe. El DOS destinó 200
826 000 dólares en programas de subversión contra Cuba desde 1997 hasta
2011, de acuerdo con Just the Facts.
Quien siga con detenimiento las partidas de estos fondos millonarios,
descubrirá una interesante tendencia: desde el 2003 hasta la fecha, los
proyectos más favorecidos son aquellos que intervienen en el escenario
digital del país, donde concurren fundamentalmente los jóvenes cubanos,
educados para el uso de las llamadas nuevas tecnologías. Sin embargo, esto
convive con el cierre de toda posibilidad de que Cuba pueda recibir
beneficios económicos de la Internet. Hasta mayo de 1994, EEUU bloqueó
para Cuba el acceso a sitios norteamericanos de Internet, bajo una
política de “filtración de ruta” de la National Science Foundation (NCF),
y no es hasta octubre de 1996 en que finalmente la Isla se enlaza a la red
internacional. En esa fecha se hizo efectivo el permiso para enlazar a la
Isla a la red internacional, establecida en la Ley de la Democracia Cubana
(Cuban Democracy Act o Ley Torricelli) de 1992, aún vigente, cuyo objetivo
explícito es “democratizar la sociedad cubana”, e impuso límites y
sanciones para las personas naturales o jurídicas de los EEUU que
favorezcan el comercio electrónico, el turismo o cualquier otra área que
genere beneficios económicos a Cuba, incluyendo la provisión de
tecnologías. Prohíbe inversiones en “las redes de comunicaciones
domésticas dentro de Cuba”, en particular “la contribución (incluida la
donación) de fondos o de cualquier cosa de valor… y el otorgamiento de
préstamos para ese fin” (U.S. Department of Treasury, 1992).
A fines de los 90 del siglo pasado y principios del actual, resultaron
determinantes para desatar alarmas en Washington las ideas de Fidel Castro
a favor de la conectividad social y una práctica favorable al acceso pleno
al conocimiento y el uso de las redes informáticas, que se expresó con la
creación de Infomed[1], la reanimación de los Joven Club de
Computación[2], el impulso de la conectividad en varios sectores de la
sociedad y los preparativos para la creación de la Universidad de Ciencias
Informáticas de La Habana, fundada en el 2002.
Cuba fue el tema principal de una audiencia del Comité selecto del Senado
sobre Inteligencia, que trató el tema de “la amenaza mundial” en febrero
de 2001. El director de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA),
Almirante Thomas R. Wilson, identificó al gobierno cubano como un posible
“ciberatacante”, el primer país de la historia que ha sido acusado como
tal (Eriksson y Giacomello, 2007: 67). Unos meses después, en mayo de
2001, Geoff Demarest, de la Oficina de Estudios de Ejércitos Extranjeros
(Foreign Military Studies Office), adscrita al Departamento de Defensa,
publicó un análisis sobre la “Transición en Cuba” donde admitía que “la
alfabetización informática está generalizada en la Isla”, los “cubanos
podían sacar ventaja” de la Internet y “si el pensamiento (del gobierno de
EEUU) era acelerar la transición de Cuba a la libertad (gracias al acceso
concedido con la Ley Torricelli), esto no funcionó” (Demarest, 2001). Los
halcones del Pentágono habían llegado a la conclusión de que si la Isla
seguía la estrategia del acceso a la red, estaría en condiciones a corto
plazo de dar un salto en su desarrollo tecnológico, científico y
económico, y en la expresión política a partir de la apropiación de la
nueva tecnología.
Esta actitud defensiva comenzó a reajustarse a partir de 2003, con la
escalada de las tensiones entre Cuba y EEUU en el contexto de la guerra en
Iraq y las provocaciones y amenazas del gobierno de George W. Bush contra
la Isla, que obligó a la dirección de la Revolución a concentrarse en este
escenario. Sopesaron además las limitadas inversiones en la extensión de
la red, la divulgación de regulaciones ministeriales que acotan el acceso,
la escasa o nula conexión fuera de las instituciones, los altos precios
del servicio de conectividad en centros turísticos y cierta sobredimensión
de la percepción de riesgo de la Internet.
A fines de ese año irrumpió la matriz mediática que presenta a Cuba en la
lista de los “enemigos de la Internet”, de cara a la primera fase de la
Cumbre de la Sociedad de la Información, celebrada en Ginebra en diciembre
de 2003. La decisión de crear una red ilegal para la Isla impulsada desde
territorio estadounidense, trascendió por primera vez en el Informe de la
Comisión para la asistencia a una Cuba Libre, de la Administración Bush
(Bush, 2004), que el 6 mayo de 2004 contemplaba “alentar a gobiernos de
terceros países para que brinden acceso público a Internet a los cubanos
en sus misiones diplomáticas en la isla”. La actualización de este Plan
(Bush, 2006), anunciado por George W. Bush el 10 julio de 2006, avanzó aún
más en este camino al centrar su estrategia en la decisión de “romper el
bloqueo informativo”, para la cual otorgó 20 millones de dólares anuales
al Departamento de Estado, dedicados fundamentalmente a proporcionar
“información no censurada a través de emisiones convencionales y vía
satélite e Internet”.
El 14 de febrero de 2006 la Secretaria de Estado Condoleezza Rice creó
oficialmente el Grupo de Trabajo para la Libertad de la Internet Global
(GIFT, siglas en inglés de Global Internet Freedom Task-Force), que tiene
entre sus objetivos principales monitorear a Irán, China y Cuba las 24
horas del día y elaborar estrategias específicas para estos países en la
Red de Redes, con la capacidad de convocar equipos multidisciplinarios que
puedan hacer viables las decisiones del gobierno estadounidense y que sean
capaces de crear, entre otros recursos, herramientas altamente
especializadas contra “la censura”.[3]
Hillary Clinton, quien reemplazó a Condoleezza en el cargo, aseguró en un
discurso sobre la libertad de Internet pronunciado el 21 de enero de 2010,
que el Departamento de Estado estaba trabajando “en más de 40 países para
ayudar a personas silenciadas por gobiernos opresivos”. Añadió que había
dado la orden de revitalizar el GIFT, “como foro para abordar las amenazas
a la libertad de Internet en todo el mundo, e insto a las empresas y
medios de los EEUU a asumir un papel proactivo para desafiar a los
gobiernos extranjeros que practican la censura y la vigilancia” (Clinton,
2010). El GIFT estuvo activamente vinculado a la llamada “Revolución verde
iraní”, una campaña a través de Twitter contra las elecciones en Irán en
la que se demostró que de los 10 000 usuarios de esa plataforma que
enviaron algún mensaje durante la “rebelión”, solo 100 estaban realmente
ubicados en el país islámico (Schectman 2009). Este Grupo de Tareas
recibió en el 2010 el nombre de NetFreedom (U.S. Department of State 2010)
y sigue siendo clave para adjudicar fondos, “construir” líderes locales y
generar proyectos contra el gobierno de la Isla en el espacio digital.
Desde el 2008 y de manera sostenida, el gobierno de EEUU ha dirigido hacia
el ciberespacio cubano la mayoría del presupuesto público destinado a la
política de “cambio de régimen” en la Isla. Las nuevas regulaciones
emitidas en septiembre de 2009 por la Oficina de Industria y Seguridad
(Bureau of Industry and Security) crearon una excepción a la licencia de
exportación a Cuba para “dispositivos de comunicación donados”, que
incluyen teléfonos celulares, tarjetas SIM, PDAs, computadoras portátiles
y de escritorio, USB flash drives, equipos Bluetooth, y dispositivos de
conexión inalámbrica a Internet (routers wireless) (Department of
Commerce, 2009). La Heritage Foundation recomendó al gobierno demócrata en
marzo de 2012 crear servicios y tecnologías informáticas específicas para
Cuba que permitan cumplir estos objetivos, en particular el empleo de
antenas super-WiFi[4] desde territorio estadounidense que faciliten la
conexión a Internet (Walter y Wachtenheim, 2012), controlada mediante
claves de acceso y sin correr el riesgo de enviar a agentes que puedan
terminar en la cárcel, como Alan Gross.
A pesar del éxito del bloqueo desde Cuba de las señales de Radio y Tele
Martí, que ha generado polémicas dentro de Estados Unidos, recortes en el
presupuesto a estas emisiones e incluso llamados a cerrarlas, existe
consenso de que con el desarrollo de las Tecnologías de la Información y
la Comunicación (TICs), es posible proveer instrumentos que logren
intervenir los sistemas de comunicación cubanos, creen tensiones políticas
internas y articulen la opinión pública contra la Revolución, favorecidos
por una red nacional ya muy permeada por las influencias de las redes
internacionales, que logran imponer sus agendas informativas a
contracorriente de lo que se divulga o no en los medios cubanos.
El proyecto encubierto de la USAID contra Cuba es uno de tantos que el
gobierno norteamericano ejecuta con dinero de sus contribuyentes. Las
evidencias las aportan documentos e investigadores de ese país, pero están
dispersas y rara vez se hilvanan, porque para eso habría que seguir el
consejo que “garganta profunda” dio a los periodistas del caso Watergate:
síganle la pista al dinero. O respondan, al menos, aquellos que quieran de
verdad dar en el blanco y hacer estallar un escándalo que no se olvide
antes de la próxima semana: si este ZunZuneo costó un millón de dólares,
¿en qué se han empleado los 199 millones restantes que develó la
investigación de Just the Facts? ¿Qué otras partidas están ocultas? ¿En
qué se utilizan?
Conectividad efectiva
Este ZunZuneo no está desarticulado de un programa más amplio para América
Latina. Llama la atención que nadie ha reparado en una operación especial
aprobada por el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, cuyo objetivo
es “expandir” los Nuevos Medios Sociales en el continente enfocados en la
promoción de los intereses norteamericanos en la región. “Una gran parte
de este esfuerzo se ha invertido en Cuba” (USGPO, 2011), reconocía el
documento, pero “las operaciones de conectividad efectiva”, como las
llamaron entonces y aún siguen en pie, tomaban buena nota de la situación
del uso de estas plataformas desde el Río Bravo hasta la Patagonia.
El documento que usted puede ver aquí, a la firma del entonces Presidente
del Comité de Relaciones Exteriores del Senado y hoy Secretario de Estado,
John Kerry, explicaba sin demasiada vuelta de hoja cuál es el interés de
los Estados Unidos en las llamadas redes sociales del continente:
“Con más del 50% de la población del mundo menor de 30 años de edad, los
nuevos medios sociales y las tecnologías asociadas, que son tan populares
dentro de este grupo demográfico, seguirán revolucionando las
comunicaciones en el futuro. Estas tecnologías pueden favorecer el cambio
político, mejorar la eficiencia del gobierno, y contribuir al crecimiento
económico… Los medios sociales y los incentivos tecnológicos en América
Latina sobre la base de las realidades políticas, económicas y sociales
serán cruciales para el éxito de los esfuerzos gubernamentales de EE.UU.
en la región.”
El informe, que resumía la visita de una comisión de expertos a varios
países de América Latina para conocer in situ las políticas y
financiamientos en esta área, además de entrevistas con directivos de las
principales empresas de Internet y funcionarios norteamericanos,
recomendaba “aumentar la conectividad y reducir al mínimo los riesgos
críticos para EEUU. Para eso, nuestro gobierno debe ser el líder en la
inversión de infraestructura.” Y añadía: “El número de usuarios de los
medios sociales se incrementa exponencialmente y como la novedad se
convierte en la norma, las posibilidades de influir en el discurso
político y la política en el futuro están ahí”.
¿Qué hay detrás de este modelo de “conectividad efectiva” para América
Latina, donde el ZunZuneo parece ser un punto de la agenda? La visión
instrumental del ser humano, susceptible a ser dominado por las
tecnologías digitales. El gobierno de Estados Unidos valora la posibilidad
de que unas herramientas creen una simulación de base y a partir de ahí se
derrumben sistemas políticos que no les resulten convenientes, el cubano y
cualquier otro. Pero la realidad es testaruda y a veces toma extraños
nombres: Bay of Tweets, Bay of Pigs, Playa Girón…
Notas
[1]Se trata de la red del sector de la salud. En el 2001, Nelson P Valdés
refería sobre Infomed: “Se ha dado prioridad a las instituciones de la
salud en las 14 capitales provinciales de la Isla y en 30 de los 169
municipios. Hay, al menos, tres mil cuentas de correo electrónico en
instituciones médicas. Las nuevas comunicaciones internas han comenzado a
vincular el sistema de salud existente en policlínicos, hospitales,
instituciones de investigación y casas del médico de la familia. Los
recursos de Infomed suministran información actualizada sobre la salud en
Cuba y el mundo. Cuba proporciona el texto completo de 37 publicaciones
médicas de forma gratuita, 14 textos virtuales (con categoría de libros) y
cuatro boletines diarios” (Valdés, 2001: 65).
[2] En 1987 se crearon los Joven Club de Computación y Electrónica, o Red
de Joven Club (JC), sistema de telecentros que se extendió por todas las
provincias del país. Patrik Hunt, un experimentado investigador de los
telecentros en América Latina, afirmó en el 2001 que ninguna otra red en
la región tenía entonces la “profundidad de experiencia”, el “alcance como
red” y la “investigación en curso” de los JC cubanos (Hunt citado por
Valdés, 2001: 64).
[3] Este Grupo especial del Departamento de Estado no suele tener mucha
presencia pública. Detalles de cómo se conformó y sus objetivos pueden
encontrarse en el memorando emitido por la entonces Secretaria de Comercio
Josette S. Shiner (Shiner 2006).
[4] La super-WiFi es un protocolo de telecomunicación inalámbrica que
permite que la señal de Internet de alta velocidad sea más potente viaje
más lejos de lo que lo hace el sistema Wi-Fi actual. Wi-Fi es una marca de
la Wi-Fi Alliance (anteriormente la WECA: Wireless Ethernet Compatibility
Alliance), la organización comercial que adopta, prueba y certifica que
los equipos cumplen los estándares 802.11 que soportan las redes
inalámbricas de área local.
Solanum tuberosum: un alimento en
peligro de extinción en Cuba
por Yohan González, tomado de Desde mi ínsula
Son las 11 y 37 de la noche del jueves 20 de marzo de
2014. Mientras La Habana se prepara para zambullirse en el sueño, hay
movimiento y ruido en la intercepción de las calles Dragones y Rayo, en el
municipio capitalino de Centro Habana. A las puertas del punto de venta de
productos agroalimentarios ubicado en esa esquina, decenas de personas
continúan haciendo fila para poder comprar. El panorama está así desde las
seis de la tarde, hora en que llegó el camión desde una cooperativa en
Mayabeque.
Algunos no se han quitado la ropa del trabajo, otros se lamentan haberse
perdiendo el partido de béisbol entre Industriales y Pinar del Río. Es
casi medianoche, pero el descanso y mucho menos el sueño no entiende a la
hora de pensar en la comida para la casa.
Dos policías controlan el orden evitando que la mezcla de cansancio y el
apuro por salir de varios de los presentes en la fila no les juegue una
mala pasada. Es la fila para comprar la papa, una vianda casi sagrada para
todos nosotros que desde hace años comienza a mermar su presencia en los
agromercados y mucho menos en la cocina de los cubanos.
El panorama del aquel jueves es una escena que poco a poco se va
repitiendo en varias partes de Cuba. Alejado de las cifras del año 2000
cuando su producción alcanzó las cifras más altas desde 1946 (348,5
millones de toneladas), las alarmas han pasado de naranja a rojo pues la
Solanum tuberosum –nombre científico del tubérculo- amenaza con pasar a la
lista de productos en peligro de extinción.
La advertencia fue lanzada oportunamente días antes del inicio de la
temporada de venta del alimento en un artículo en el diario Juventud
Rebelde el cual nos anunciaba el panorama al que nos someteríamos los
cubanos para el presente año. “Las hectáreas cultivadas de papa en la
campaña actual representan el 57,3 por ciento de lo plantado en la de
2012-2013”, así expresó un funcionario del Ministerio de Agricultura
(MINAG). Dicha cifra (57,3%) representa aproximadamente uno cosecha de
alrededor de 65,7 millones de toneladas, una cifra muy alejada de aquel
récord del año 2000. Resignados a lo que parece ser una tendencia que se
irá manteniendo, directivos anuncian que “en las próximas cosechas se
prevé sembrar los mismos niveles plantados en 2013 y que se garantizará
cultivar otras viandas —fundamentalmente malanga y boniato— en las áreas
que se destinaban para la producción de papa”.
En un país como Cuba donde la papa ocupa un espacio casi primordial en la
dieta nacional esto no significa una irresponsabilidad de los directivos y
funcionarios encargados de planificar y controlar el cultivo y cosecha del
tubérculo. ¿Las causas? Una mala planificación en el manejo de las tierras
–pues cada año estas son reducidas-, una sobredependencia a la importación
de semillas debido a la falta de rendimiento de la variedad Romano
–desarrollada en Cuba-, la obsolescencia de los equipos tecnológicos, la
falta de inversión en ese sector así como el impacto del cambio climático.
Por todo ello, sería responsable y hasta justo que el ministro Gustavo
Rodríguez Rollero y todo su equipo ministerial y de funcionarios
intermedios dieran una respuesta clara y pública sobre ello, acompañada
además de una disculpa por la ineficiencia realizada.
La ausencia da paso a la carencia, la carencia da paso a la necesidad y la
necesidad da paso a la especulación y el acaparamiento. A solo unos pasos
de establecimientos como el de Dragones y Rayo se comercializa de manera
ilegal 4 libras (algo aproximado a 8 papas) por 1 CUC; un precio que bien
puede ir aumentando a medida que la demanda aumente y el producto vaya
escaseando. Y entonces me pregunto: ¿dónde están los inspectores y los
agentes de protección al consumidor?
Mientras ese panorama a través del sistema de ventas de productos del
agro, en las tiendas de recaudación de divisas (TRD) se venden bolsas
papas prefritas (algunas de producción nacional) a precios irrisibles y
lógicamente insostenibles para un salario promedio. Lo más interesante de
eso es que mientras se dice que disminuye la papa para la venta a la
población, ni el suministro a las plantas de producción de papas prefitas
como también a los hoteles no sufre ni las más mínima alteración.
El pasado domingo, mientras disfrutaba del Clásico Real Madrid-Barcelona,
en mi casa se comió papas fritas. Cuando poco a poco el plato iba quedando
vacío, no podía dejar de temer que fuera una de las pocas ocasiones en que
este año pueda permitirme semejante placer. Todo parece indicar que al
ritmo actual, en los próximos cuatro años, debido a la progresiva
reducción del cultivo y cosecha, la papa se sumará junto a cítricos como
la naranja o la toronja a la muy exclusiva lista de productos de la
agricultura cubana que se encuentran en peligro de extinción.
TV Cubana: Cambiar lo que deba
ser cambiado
por Elena Diego Parra (Tomado de Soy Cuba)
«Lo que está quedando del país como memoria histórica son
los informativos y los dramatizados, y si dentro de unos años vemos atrás
y nos analizamos por telenovelas como Santa María del Porvenir, Playa
Leonora, o Tierras de Fuego será como ver una realidad paranormal», dijo
uno de los jóvenes presentes y aunque algunos sonrieron ante este
comentario, les quedó en la mente la imagen de la triste realidad que vive
hoy la televisión cubana.
Y es que aunque en los últimos años se incorporaron nuevos canales, se
amplió la considerablemente la programación y se hicieron notables cambios
en cuanto a diseño, este medio sigue siendo objeto de fuertes críticas por
parte de la población cubana, sean especialistas o no. Incluso no faltan
los que arman su propia parrilla personal.
En esta ocasión quienes opinaron fueron jóvenes creadores de diferentes
provincias, miembros de la Asociación Hermanos Saíz, en un provechoso
intercambio realizado en el Salón de Mayo del Pabellón Cuba, sede nacional
de la AHS, con la presidencia del Instituto Cubano de Radio y Televisión,
para dar cumplimiento a algunos de los acuerdos del reciente II Congreso
de la organización.
En el encuentro Fabio Fernández Kisell, Director de Programación y
Contenidos de la TVC, explicó que «los problemas que este medio tiene
están muy vinculados a que su desarrollo no ha sido programado, sino que
ha respondido a determinadas urgencias y esto no ha permitido organizar
bien un concepto de programación».
«Otro inconveniente es que aproximadamente un 68 por ciento de la
programación que se trasmite es extranjera y alrededor del 40 por ciento
de las propuestas de su canal principal, Cubavisión, tienen más de 10
años», argumentó.
¿Cómo representar mejor a los jóvenes y cómo lograr una televisión que
sintonice con todos los públicos, «donde lo que «debe ser» se acople con
estos tiempos», fueron ideas que centraron el debate en el que se
analizaron cada una de las programaciones y canales y dónde los mayores
cuestionamientos los recibió el sistema informativo.
«Buenos Días debe explotar más el formato de revista, porque ahora mismo
es un noticiero más largo con más tiempo para cometer errores. Se le debe
dar un perfil más opinativo y se pudieran hacer emisiones temáticas uno o
varios días de la semana. Requiere además nuevos estilos de locución,
cambios urgentes de escenografía, que la sección de Música no tenga un
perfil tan propagandístico, sino más reflexivo y que en la de Ciencia y
Tecnología se visualicen materiales sobre lo que se hace en el país en
estas materias y no documentales foráneos», explicó la periodista Leslie
Salgado Arzuaga.
De acuerdo con el criterio de los participantes en el encuentro, el
Noticiero Nacional de Televisión debe ser conducido por locutores o
periodistas menos rígidos, dinámicos, que comenten las noticias y sean
capaces de dialogar ante las cámaras en un momento de dificultad o falla
tecnológica.
Debe evitar colocar en la Emisión Estelar materiales que carezcan de alto
valor periodístico, representar mejor las provincias, usar más los pases
en vivo o los «falsos vivos», no repetir las mismas noticias en cada
espacio sino darle seguimiento a las que realmente lo merezcan, abordarlas
de manera diferente y problémica y reducir el tiempo del noticiero del
cierre.
En resumen, que en Cuba carecemos de un espectáculo informativo que
seduzca a las audiencias, abordamos la información de una manera fría, con
una fotografía siempre convencional y no pocas veces nos conformamos con
hechos intrascendentes.
En cuanto a los dramatizados se abogó porque sean más creíbles,
verosímiles y que representen mejor los grupos sociales y realidades,
porque nuestro público le pide a estos géneros los habituales enredos,
intrigas, el triunfo del amor, pero también exige un acercamiento a
nuestro contexto (algo que no se demanda a las producciones foráneas),
porque no es lo mismo el campo de Tierras de Fuego que el de Cuando el
agua regresa a la Tierra, por ejemplo.
Asimismo se planteó la necesidad de hacer estudios sistemáticos de rating,
de no utilizar siempre los mismos directores y actores, de generar
competencia entre los realizadores en función de elevar la calidad de sus
propuestas, de estabilizar los espacios de teatro, cuento y aventuras y de
poner en práctica un sistema de pilotaje que permita determinar mejor las
pautas a seguir por los creadores de estos espacios.
Las teleclases también se llevaron su pedacito al sugerirse que se
encuadren mejor las fotos de los mártires y la trasmisión de documentales
doblados en vez de los subtitulados, para que el hasta el estudiante que
se sienta en lo último del aula pueda apreciarlos bien. En cuanto a las
producciones infantiles y juveniles se cuestionó que no se prioricen
proyectos similares a los de Mucho Ruido y La Sombrilla Amarilla, ambos de
la directora Mariela López, quien demostró ser capaz de atraer a estos
sectores.
Un diseño único, uniforme y de calidad que identifique los canales; la
adecuada revisión y corrección de los subtitulajes que se descargan de
Internet; la necesidad de actualizar los lenguajes; la no eternización de
programas como Palmas y Cañas, Energía XXI y La Dosis Exacta; el
establecimiento de manuales de identidad para cada espacio y canal; la
habilitación de algún local donde se vendan en DVD los mejores productos
de la TVC; así como mejorar el nivel de selección de algunas series que se
ponen en pantalla, fueron señalamientos que se hicieron.
Omar Olázabal, vicepresidente del ICRT, en diálogo fluido con los miembros
de la AHS, explicó que «la televisión tiene sobre ella 12 millones de
miradas y es el medio que más está en la palestra pública. Lo primero que
hay que hacer y que ya se está implementando es descentralizarla, no
dirigirla desde un buró, y darle ciertas autonomías a los creadores y
directivos de cada canal. Tenemos que respetar todos los públicos porque
la TVC entra sin permiso a los hogares. Algo muy positivo es que hoy el 80
por ciento de quienes integran los consejos de programación provienen del
medio».
Si bien este intercambio no constituye una garantía de que se tomarán
medidas inmediatas con los planteamientos hechos, puso sobre la mesa las
miradas de jóvenes creadores de diferentes lugares del país y evidenció la
valía de sus criterios para modernizar nuestras propuestas televisivas.
En la mesa quedaron muchos temas, pero transformar la TV Cubana no es cosa
de un día, es una ardua tarea, porque los televidentes no son una masa
homogénea y complacer a todos puede llegar a ser como diría un colega «un
quebradero de cabeza». Pero de lo que no quedaron dudas es que hoy la
palabra de orden para el medio más extendido y popular de nuestro país es
cambiar por el bien de sus audiencias y su prestigio público.
Transporte: Avanzando para atrás
(Tomado de “Cartas desde Cuba”)
En la organización del transporte de pasajeros Cuba puede
seguir haciendo lo mismo durante otros 50 años o estudiar las experiencias
de otros países y aplicar las que mejor se adapten a la realidad nacional,
sin necesidad de volver a inventar el fuego.
Especialistas del ministerio reconocen que las cosas nunca han funcionado
como Dios manda. Cierto es que durante los primeros años de la revolución
fue particularmente afectado por el Embargo de EEUU, dado que es ideal
para provocar descontento.
Pero hace ya muchísimo tiempo que los buses americanos e ingleses dejaron
de existir sin que la situación mejore. Ni siquiera con el cuerno
soviético de la abundancia, se contó con un sistema de transporte de
pasajeros capaz de satisfacer las necesidades de la gente.
Las colas en las paradas no son nuevas, me cuentan mis amigos que ir a la
playa en los años 70 u 80 era una odisea y regresar implicaba dar una
batalla campal de gritos, insultos y hasta empujones para abordar los
siempre escasos autobuses.
Cuando llegué a Cuba como enviado especial en 1989 -antes de que se
iniciase la crisis económica- me hizo gracia una valla enorme donde se
representaba un autobús cubano dentro del cual habían pintado el caos del
Guernica de Picasso.
En los buenos tiempos, el que tenía poder viajaba en automóvil y el que
tenía dinero en ANCHAR, una compañía de taxistas privados que hacían más o
menos lo mismo que los actuales boteros. Mientras la gran mayoría luchaba
un lugar en las guaguas (1).
Los dirigentes del transporte no pudiendo arreglar el tema de los buses
decidieron ir al fondo: planearon la creación de un tren subterráneo. Pero
llegó la crisis económica y mandó a parar, dejando al metro en la
superficie, montado sobre “camellos” (2).
En los inicios de los 90 se acabaron las colas por primera vez en las
paradas pero fue porque era inútil esperar que apareciera una guagua.
Había buses pero faltaban combustible y repuestos, así que los equipos
volvieron a pudrirse en los parqueos.
El caos del transporte
Apenas hubo un poco de dinero o de crédito, el gobierno invirtió en China
cientos de millones comprando locomotoras, taxis, buses interprovinciales
y urbanos. Curiosamente decidieron adquirir muchos con motores
estadounidenses.
Traer una pieza de repuesto para un motor Caterpillar implica comprarla
clandestinamente en EEUU, trasladarla a Canadá, embarcarla a República
Dominicana o Panamá y desde allí a la isla. Un paseo que hace perder a
Cuba bastante tiempo y muchísimo dinero.
Pero el problema es aún más complejo, el Ministerio no solo es incapaz de
gestionar sus propias empresas, ni siquiera puede organizar a los
transportistas privados, que operan con más libertad de la que tendrían en
un país con economía de mercado.
Los “boteros” son los que utilizan un auto particular para mover personas
por una ruta fija. Es un negocio que deja una ganancia de más de U$D 1000
al mes, suficiente para adaptarles a sus “viejos” automóviles modernos
motores diesel japoneses.
Cuba es uno de los pocos países en los que los choferes del transporte
privado deciden el horario de trabajo, las rutas que transitan y hasta el
precio del pasaje que debe pagar el usuario. Y todo lo hacen sin que se
les exija ni siquiera facturas de combustible.
Las autoridades conocen todo esto pero en vez de organizarlo, les ponen
multas impositivas para obligarlos a pagar más. Así cubren un poco las
pérdidas que le provocan al Estado pero dejan totalmente desprotegido al
usuario.
Aunque se repite una y otra vez que la cubana es una economía planificada,
en el caso del transporte de pasajeros conozco sociedades capitalistas en
las que las autoridades ejercen un mayor control, organizando y
fiscalizando a los empresarios del sector.
El Ministerio de Transporte no actúa a pesar de saber que los boteros
compran el diesel en el mercado negro a la cuarta parte de su valor y que
aun así cobran por un pasaje el equivalente a lo que ganan la mayoría de
los cubanos en un día de trabajo.
Por otra parte los accidentes se multiplican pero para ser botero solo se
exige un cursillo de una semana y los vehículos tampoco pasan inspecciones
periódicas serias para comprobar su estado técnico, tal y como ocurre en
muchas otras partes del mundo.
Los choferes de autobuses, los famosos “guagüeros” de Cuba, arengan cada
día a los pasajeros de sus vehículos con una frase que podría convertirse
ya en la consigna del transporte público de Cuba: “¡adelante compañeros,
sigamos avanzando, demos un pasito más para atrás!”.
(1) Guagua: autobús para el transporte de pasajeros.
(2) Camello: Carrocería de bus gigante montada sobre un camión
Fernando Pérez: “la prensa cubana
tiene que equivocarse”
por: Carolina Rodríguez Castellanos Tomado de
OnCuba
En momentos en que la prensa cubana es tachada por las
audiencias de triunfalista, de desapegada de la realidad social; y a
propósito del conversatorio sobre el papel de los medios cubanos en el
habitual espacio Catalejo de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC),
Fernando Pérez, uno de los grandes del séptimo arte cubano, nos deja su
visión del periodismo que se practica hoy en Cuba, aunque precisa: “no me
gusta juzgar ni ser totalizador”. El cineasta, creador de filmes que han
marcado pauta como Clandestinos (1988), Madagascar (1994), La vida es
silbar (1998), Suite Habana (2003) o José Martí: el ojo del canario
(2009), posee también la experiencia del tiempo en que trabajó en el
Noticiero ICAIC Latinoamericano.
¿Cómo valora el estado del periodismo cubano actual?
Tengo impresiones, pero son cotidianas y personales. Mi
percepción general es que nuestra prensa debería dinamizarse y ofrecer una
información a partir de la cual el lector pueda juzgar por sí mismo y no
recibir una información condicionada. Creo también que la opinión y el
debate precisan más espacio.
¿Cree que nuestro periodismo necesita apartarse un poco del mensaje
institucional y buscar su propia voz, como lo está haciendo el cine de
hoy?
No podría trasladar mecánicamente la experiencia del cine al periodismo,
pero sí estoy convencido de que la prensa debe abrirse a nuevas dinámicas
en las que la opinión polémica y la ausencia de centralismo, enriquezcan
la mirada de nuestra realidad y del mundo.
Se requiere libertad de movimiento para las publicaciones- y no pienso que
las capitalistas sean libres-. Nos hace falta el periodismo que surge de
la opinión, de la polémica, a riesgo de equivocarse. Pero esa modalidad no
se puede crear bajo muchas reglamentaciones. En la búsqueda, uno tiene que
errar; en la creación artística y en el periodismo, que yo lo considero
como tal, conviene la libertad que no tiene que ver con el liberalismo,
sino con la variación de las estructuras que han sido demasiado
centralizadas y unificadoras de pensamiento. Lo importante es que haya
diversidad de reflexiones para que de ahí surjan los cambios.
La prensa cubana tiene que equivocarse, pues la verdad nadie la tiene en
la mano. En la historia de nuestro periodismo han existido grandes plumas.
Hoy también, sólo que tendríamos que abonar el terreno fértil para que
florezcan.
Algunas sugerencias de Fernando a la prensa…
El periodismo tiene sus especificidades, pero creo que cualquier creador
ha de tener presente el enfoque ambivalente de la realidad y dar varias
miradas. Siempre trato de expresar la complejidad de la sociedad, porque
nuestra realidad no es en blanco y negro, no es modélica, no es lo que
debe ser sino lo que es; y lo que es, niega muchas veces lo que debe ser.
No existe una sola verdad, depende cómo la enfoques, por eso no creo en la
objetividad.
Sería bueno que no se juzgara, porque juzgar es reducir. Todo tiene su
contraparte, sus luces, sombras, y cada hecho tiene muchas maneras de ser
interpretado. Hay que encontrar formas de reflejar los conflictos,
nuestras contradicciones. En Suite Habana, por ejemplo, traté de mostrar
un tema sociopolítico que no se manifestaba- y no se manifiesta
habitualmente- en la radio, la televisión, los periódicos, un tópico casi
ausente de los medios de difusión masiva. Y esa película provocó lecturas
muy controvertidas, pero eso la enriquece. Sucede con frecuencia que en
los medios cubanos negamos las verdades no propuestas por nosotros, cuando
realmente tiene que haber espacio para diversos puntos de vista, pues
donde todos los criterios son los mismos y no se piensa diferente, no
ocurren transformaciones.
Mujica, el presidente imposible
por Josefina Licitra (Tomado de Progreso
Semanal)
En la entrada del rancho hay una cuerda donde cuelgan las
ropas de un niño —pobre—; una casucha de ladrillo gris a medio hacer
—pobre—; un desmadre de plantas: juncos, pastos crecidos, yuyos; una
hectárea de tierra recién surcada; y perros, muchos perros. Chuchos que
circulan con el paso lerdo de los animales viejos y que cada tanto buscan
esquinas de sombra allá en el fondo, pasando unos arbustos, en la casa de
José Mujica.
Allá. José Mujica, presidente de la República Oriental del Uruguay,
descansa allá: en cuatro ambientes de paredes desconchadas donde hay una
cocina, un sillón rojo, una perra de tres patas —la mascota de Mujica es
tullida— y una estufa a leña. Desde ese bajofondo austero, casi marcial,
este hombre emergió infinitas veces —primero como legislador nacional,
luego como candidato presidencial— a recibir a la prensa.
Y recibir, en el planeta de Mujica, es un verbo imperfecto. Mujica ha
recibido periodistas recién bajado del tractor, sin la dentadura puesta,
con el pantalón arremangado hasta las rodillas y con una gota de sudor
colgando de la nariz.
Mujica ha recibido periodistas con un afectuoso cachetazo y con esta
frase: “Cortala con el bla bla y andá a laburar, que es lo que necesita el
país”.
Mujica ha recibido periodistas en días preelectorales, con alpargatas pero
sin dientes —bueno, ha dado conferencias de prensa enteras sin dientes—,
jugando con su perra manca y haciéndose cortar el pelo por un desconocido
que había ido a pedirle trabajo.
Mujica ha recibido periodistas la mañana misma de los comicios
presidenciales y los ha recibido en pijama, con la barba crecida y con las
encías rumiando esta única frase: “A pesar del ruido, el mundo hoy no va a
cambiar”.
Era, ese entonces, la mañana del veintinueve de noviembre de 2009. Y
aunque el mundo no cambió, ese día el Uruguay torció su propio rumbo: con
el cincuenta y dos por ciento de los votos —ganados a Luis Alberto Lacalle
en un ballotage— Mujica se convirtió en el presidente más impensado del
Uruguay y probablemente de la tierra. No solo por su austeridad llevada
hasta el paroxismo sino por su pasado, que no es otra cosa que el origen
de todo lo demás.
Mujica militó en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T),
una guerrilla que nació y se fortaleció al calor de la revolución cubana;
estuvo dos veces preso en una cárcel que hoy —maravillas de la
globalización— es un shopping; huyó de ese penal en uno de los escapes más
espectaculares que tiene la historia carcelaria universal; vio demasiados
amigos morir y esperó demasiadas veces la muerte propia; estuvo diez años
aislado en un pozo durante la dictadura militar de 1973, donde sobrevivió
a la posibilidad de la locura; y llegada la democracia festejó esa
sobrevida del único modo posible: arando y militando. Esta vez, desde un
marco legal.
En 1995, Mujica devino el primer tupamaro en ocupar un puesto como
diputado nacional. Luego fue senador. Después fue ministro. Y a fines de
2009 se transformó en el primer “exguerrillero” en llegar a la presidencia
del Uruguay y en completarle el sentido a una lucha ideológica por la que
se inmoló buena parte de América Latina.
—El Pepe llegó, primero, porque sobrevivió —dirá días después José López
Mercao, compañero de Mujica en la cárcel de Punta Carretas—. Segundo,
porque el movimiento armado salió muy honrado frente a la población:
siempre estuvo esa idea de que los tupamaros eran buena gente. Y por
último, porque Pepe siempre fue un tipo muy humano, muy enamorado, muy
zorro y muy austero.
Hoy, Mujica se traslada en un Chevrolet Corsa más bien viejo. No usa
corbata. No tiene celular. No tiene tarjeta de crédito. Prohíbe a los
empleados de gobierno usar Facebook o Twitter o cualquier cosa parecida.
Tiene una esposa —la senadora Lucía Topolansky— tan asceta como él. Y no
vive en la residencia presidencial sino en esta chacra de huesos flacos en
Rincón del Cerro: un páramo rural a veinte minutos de Montevideo, donde el
campo es más un esfuerzo que un vergel.
Mujica pasa aquí sus días desde mediados de la década de 1980, cuando
salió del pozo carcelario con la certeza de que —todo junto— volvería a la
política y se compraría una granja. Lo acompañan Lucía Topolansky, también
tupamara, y tercera en la cadena de mando de Uruguay; Micaela, su perra de
tres patas; dos familias que, por no tener lugar mejor donde caerse
muertas, fueron a hablar con Mujica y recibieron a cambio un pedazo de
tierra dentro de esta misma estancia (por eso la construcción gris a medio
hacer; por eso las ropas de niño colgando de una cuerda); y dos hombres
uniformados que ahora se interponen en la entrada y dicen, amablemente, lo
que vinieron a decir: “Pida una entrevista en la torre presidencial”.
Desde que asumió su cargo, Mujica —famoso hasta entonces por su
disponibilidad mediática— dio solo tres entrevistas y todas fueron a un
único medio. La razón: sus jefes de prensa saben que Mujica habla del
mismo modo en que vive —sin cortesías y con la casa en construcción— y,
ahora que es un mandatario, quieren cuidarlo. Para eso ponen infinitos
filtros y para eso, entre otras cosas, está esta guardia: dos tipos de
pecho hundido, acompañados por un perro labrador que se tira panza arriba
y recibe mis caricias.
—Esta es la casa del presidente —dice uno.
—Además el presidente no está —dice el otro.
—Ah —digo yo
.
Nos miramos en silencio.
Atrás de estos dos hombres se ve la ropa gastada pendiendo de una soga, la
casa a medio hacer, los juguetes de niño entre los pastizales. Pero lo que
no se ve es lo otro: el inmenso cúmulo de duda que se yergue sobre este
escenario de insólita simpleza.
Porque José Mujica vive acá, eso está claro. La pregunta es cómo eso es
posible. La pregunta es por qué.
—Yo no quería que Pepe fuera presidente.
Julio Marenales es uno de los líderes históricos del Movimiento de
Liberación Nacional-Tupamaros y es visto por Mujica como “un hermano”.
Militaron juntos, juntos cayeron en el penal de Punta Carretas, juntos
también se fugaron, y juntos, aunque separados en distintos
establecimientos, padecieron diez años de encierro en los pozos
cuartelarios. La distancia entre Marenales y Mujica llegó recién en este
último tiempo: Mujica fue avanzando en el terreno político, mientras que
Marenales, si bien respalda a Mujica, se quedó en la organización. Hoy
representa el ala radical y se ha transformado en una suerte de guardián
de la pureza ideológica del Movimiento.
—El Pepe no puede hacer una presidencia con las ideas que tenía como
tupamaro. Ha tenido que adaptarse. Se amoldó al pensamiento general del
Frente Amplio, que es una fuerza donde hay trabajadores pero también
empresarios, y a los empresarios les gusta el sistema capitalista. Por
tanto las ideas que sustentó el compañero Mujica años atrás las tiene,
supongo, en el congelador. Es decir: el Pepe no va a hacer la revolución.
Lo que no quita que este sea, por lejos, el mejor gobierno que tuvo este
país.
Marenales sonríe: tampoco tiene demasiados dientes. Algo pasa con los
tupamaros y sus dientes. Quizás sea el paso del tiempo, pero tampoco: el
tiempo se ha vuelto una forma cortés de explicar las cosas. A Marenales,
en cualquier caso, siempre le dijeron El Viejo. Ahora tiene ochenta y un
años pero arrastra ese apodo desde que tenía treinta y tantos. En ese
entonces, junto a Raúl Sendic (máximo líder de la organización, ya muerto
y hoy mítico) fundó el Movimiento que luego albergó a Mujica y a buena
parte de la cúpula que hoy gobierna el Uruguay.
Una historia muy breve, puerilmente breve, del MLN-T sería más o menos
así: los tupamaros surgieron públicamente en 1966 en apoyo a una revuelta
de cañeros de azúcar (los asalariados más pobres del Uruguay) y en un
contexto de presión social fuerte: el fin de la posguerra europea había
traído aparejado una mayor producción industrial en el Primer Mundo, y eso
significaba que América Latina había empezado a llenarse de productos
importados y a ver la debacle de su industria nacional. Hacia 1968,
Uruguay dejó de ser “la Suiza de América” y se metió de lleno en el fango
latinoamericano: empezó a tener despidos, problemas gremiales,
militarización de los espacios de trabajo y un endurecimiento del Estado
que hacía flamear el fantasma de un golpe militar.
En ese contexto surgió el MLN-T: una organización armada que —alentada por
el triunfo de Fidel Castro en Cuba— creía que la revolución era un destino
posible y cercano, y que en cuestión de meses logró crear su propia
mística. Cada vez más gente simpatizaba con el MLN-T. Esto se debe a que
los tupamaros no tenían el gatillo fácil y a que empezaron a emprender
maniobras delictivas que muchas veces favorecían a las clases bajas.
Además de los procedimientos estándar (robo de armas, de bancos,
vaciamiento de financieras, secuestro de algún embajador, etcétera) cada
tanto detenían un camión de mercadería y la repartían entre los
asentamientos de la zona.
Esa propaganda hizo que la organización creciera de un modo exponencial.
Hacia 1971, el Movimiento, que había nacido con doscientos miembros, llegó
a tener cinco mil integrantes activos, con un radio de influencia de
treinta mil personas, y eso lo transformó en el fenómeno de más rápida
acumulación de fuerzas en la historia de cualquier asociación política.
Fue ese crecimiento —y lo dicen ellos mismos— lo que los arruinó. A más
gente, empezó a haber también más errores. Para el momento en que llegó la
dictadura militar —que en Uruguay sucedió entre 1973 y 1985, con el golpe
de estado de Juan María Bordaberry— el Movimiento estaba débil, con
demasiadas muertes a cuestas, propias y ajenas, y con muchos miembros en
la cárcel. La cúpula militar aprovechó esa flaqueza y le asestó el mayor
golpe a la organización: identificó a los nueve cabecillas del MLN-T y los
confinó durante diez años en calabozos subterráneos ubicados ya no en
cárceles, sino en cuarteles. A esos hombres se los llamó “los nueve
rehenes”; eran el recurso que tenían los estrategas de la dictadura para
asegurarse de que el MLN-T no siguiera accionando: cualquier movimiento en
falso y les mataban un líder.
Los nueve rehenes fueron Mauricio Rosencof (escritor, actual director de
la división de Cultura de la Intendencia de Montevideo), Eleuterio
Fernández Huidobro (hoy senador), Raúl Sendic (muerto en París en 1989),
Henry Engler (experto en neurociencias), Adolfo Wassen (muerto de un
cáncer de columna meses antes de salir en libertad), Jorge Zabalza (hoy
distanciado del Movimiento), Jorge Manera (también distanciado), Julio
Marenales y José Mujica.
De todos ellos, se dice que Henry Engler y José Mujica fueron quienes
salieron más perturbados. Engler, hoy establecido en Suecia, fue candidato
al Nobel de Medicina y protagonizó un documental —El Círculo— que cuenta
su proceso de locura en el encierro. Y Mujica, bueno, él dice que llegó a
hablar con ranas y hormigas. Marenales tiene una explicación para esto:
“Si pasás doce años en un espacio de un metro cuadrado, las experiencias
son tan limitadas que tenés que hacer un gran esfuerzo por distinguir si
las cosas las pensaste, las viviste o las soñaste. Todo el movimiento se
hace con la mente y eso es peligroso. Todo, en un punto, puede volverse
ficción”.
Marenales jadea cuando habla: es apenas una aspiración de más, el comienzo
de una asfixia que luego se apaga. Sus manos son grandes —ha sido
carpintero— pero el resto de su cuerpo se ve pequeño, delgado, incluso
joven. Los años de confinamiento deben significar algo en el aspecto de
este hombre: hay un tiempo muerto en el rostro de Marenales; un velo
invulnerable.
La última vez que lo detuvieron, en 1972, Marenales arrojó sobre su captor
una granada que no explotó. En respuesta recibió catorce tiros de
metralla.
—Sobreviví de milagro —dice—. Todos —agrega— han sobrevivido de milagro.
A unos metros de distancia, un ventilador echa aire sobre una bandera de
los tupamaros. La casa huele a papeles viejos. Todo acá parece más viejo
que sus años. Este lugar existe desde 1986, cuando terminó la dictadura. Y
ya en 1989 se decidió que el MLN-T seguiría funcionando y mantendría este
local, pero se integraría al sistema político con otro nombre, el
Movimiento de Participación Popular (MPP), al que Mujica pertenece. El
MPP, a su vez, pasó a integrar el Frente Amplio: la coalición de partidos
de izquierda que desde hace dos períodos —primero con Tabaré Vázquez y
ahora con Mujica— gobierna el Uruguay.
En un rincón de la sala principal hay un cesto de basura forrado con un
afiche de Mujica. Se lo ve peinado, limpio: presidenciable.
—Lo bañaron para esa foto —bromeará después Eleuterio Fernández Huidobro.
—Al Pepe lo pusimos nosotros —dice ahora Marenales—. Siempre trabajamos
como colectivo. Más allá de las características personales de cada
compañero, nosotros no creemos que la historia avance sobre la base de
hombres brillantes.|
—¿Pero por qué eligieron a Mujica y no a otro?
Marenales se acomoda la montura de los lentes —dorados— sobre los huesos
—finos—, se reclina hacia delante, habla:
—Porque el Pepe tenía una ventaja. A nosotros en el Frente Amplio no nos
querían mucho. Decían que éramos unos palurdos. Pero Pepe tenía tres
apoyos: el de nuestras espaldas, porque en el Movimiento lo hemos
sostenido como hemos podido. El de su propia historia, porque Pepe viene
de trabajar la tierra y nunca sintió la bota del patrón arriba, siempre
trabajó más o menos por cuenta propia. Y el de los de abajo. Fueron ellos
los que lo llevaron a la presidencia. Por eso el Pepe tiene un gran
compromiso con la gente humilde. Y tenemos que ayudarlo a que lo cumpla.
Porque no lo está cumpliendo.
Marenales no ha querido ocupar cargos en el Gobierno. Hay quienes dicen
que esta negativa responde a que está clínicamente loco —un oportuno
sinónimo de “inadaptado”—, pero quizás exista otra forma de verlo: para
que haya un Mujica dirigiendo el país, debe haber un Marenales diciéndole
al oído: no olvides.
—No olvides lo que alguna vez fuimos. No olvides el objetivo. Eso le digo.
Lo que pasa es que lo veo cada vez menos.
En las casi inexistentes fotos de esa época, hay una imagen que lo tiene a
Marenales de perfil. Es 1968, lo están llevando preso a Punta Carretas, y
lo que se ve es un hombre de nariz recta, pelo renegrido, ceño fruncido y
rostro hermético. El hombre sólido que Marenales fue y sigue siendo. Un
hombre planeando, en ese mismo instante, su fuga.
“Shopping Punta Carretas”: eso se lee en la entrada. El nombre está
tallado sobre el ingreso al centro comercial, en un frontis de principios
de siglo XX, en el mismo lugar donde antes decía “Cárcel de Punta
Carretas”. Antes todo esto era gris, pero ahora tiene el color que la
imaginación neoliberal reserva para estos casos: beige. Todas estas
mierdas siempre son beige.
A la izquierda del ingreso hay un Mc Café, a la derecha un restaurante que
dice Johnny Walker, y al fondo está el shopping, que es igual a todos los
shopping de la tierra: pisos relucientes, bolsas con moño y el vapor de
una música que no llega a ser fea: es fría.
Cuesta imaginar en qué parte de este lugar habrá estado Mujica; en qué
parte estos tipos habrán tramado su fuga. ¿En el local de Lacoste? ¿En el
de medias Sylvana? Ahora hay un techo de vidrio y se puede ver el cielo,
¿pero antes? ¿Qué tamaño tenía el cielo de antes? En la sede del MLN-T, a
espaldas de Julio Marenales, había una maqueta de la cárcel: se veía, en
corte transversal, un penal de casi cuatrocientas celdas divididas en dos
planchadas de cuatro pisos cada una, separadas por un patio central.
Allí —aquí—, en 1970, llegó Mujica con el cuerpo cosido a balazos, luego
de haber pasado tres meses en el Hospital Militar. El derrotero había
empezado tiempo atrás en el bar La Vía, el lugar al que había acudido
Mujica —junto a otros tupamaros— para planificar el robo a una familia
millonaria de apellido Mailhos. Esa noche un policía reconoció a Mujica
acodado en la barra y llamó para pedir refuerzos. Cuando llegaron, Mujica
ayudó a escapar a sus compañeros pero no pudo zafar. Un policía lo
encañonó; estaba nervioso. “Ojo, que se te puede escapar un tiro”, le dijo
Mujica.Y el tiro se escapó.
Mujica llegó al Hospital Militar con seis balas en el cuerpo. Pero vivo. Y
tres meses después fue enviado a Punta Carretas: un lugar que —en
comparación con lo que vendría después— se parecía bastante a una escuela
de adolescentes pupilos.
Allí —¿aquí? ¿se puede seguir diciendo “aquí”?— los militantes formaban
nuevos compañeros (delincuentes comunes que terminaron sumándose al
Movimiento) y entrenaban su costado estoico para hacer la revolución: sus
celdas estaban limpias, sus cuerpos eran atléticos, y sus cabezas, en fin,
a esta altura se entiende cómo trabajaban las cabezas de estos tipos.
—Yo daba cursos de táctica y enseñaba a hacer explosivos —contó Marenales
en la sede del MLN-T—. El nivel de exactitud de los dibujos era muy alto.
Si en una parte había que hacer un tornillo y el compañero dibujaba un
redondel, entonces yo le decía: esto no es un tornillo. Es un clavo. El
tornillo tiene una ranura para el destornillador. A ese nivel de detalle.
Había que ser prolijos. Con los explosivos te equivocás y es la única vez
que te equivocás.
Cada vez más presos comunes empezaron a ver en los tupamaros un grupo
admirable, y algunos ladrones sumaron su conocimiento a la causa:
enseñaron, por caso, a hacer un boquete en la pared en apenas un minuto,
trabajando ya no sobre los ladrillos sino sobre la mezcla que los une.
Gracias a eso, todos los muros del penal, e incluso algunos techos, tenían
su agujero y todas las celdas estaban secretamente conectadas entre sí.
Esa ingeniería permitió la histórica huida del seis de septiembre de 1971.
—Queríamos armar un plan de fuga que no solo significara volver a la
libertad, sino que fuera un duro golpe para el gobierno —dijo Marenales—.
Queríamos abochornarlos.
El trece de agosto de 1971, a las siete de la mañana, tras el primer
control de presos en las celdas, los internos empezaron a cavar debajo de
una cama. Metían la tierra en bolsas confeccionadas previamente con las
sábanas del penal, y esas bolsas iban debajo de la cucheta. Cuando esa
superficie se llenaba, se abría el boquete que conectaba las celdas y se
pasaba las nuevas bolsas a la cama del cuarto de al lado. Así, en absoluto
silencio, dos pisos del penal se saturaron de escombros. La requisa de
pisos sucedía cada veintitrés días, y es por eso que los tupamaros tenían
poco más de tres semanas para hacer cuarenta metros de túnel.
José López Mercao, celda contigua a la de Mujica, luego recordará esta
anécdota:
—Una vez el Pepe agarra y dice: “¡Rápido! Tapen todo que el penado de
arriba que es terrible ortiva está golpeando y dice que hay ruido acá
abajo, ¡tapen que se nos cae todo!”. Nos pusimos locos. Metimos escombros,
encajamos yeso, lo pintamos arriba, le pusimos secante y después nos
quedamos esperando; nunca en mi vida hice algo tan rápido. Y cuando
terminamos ese viejo hijo de puta nos dijo: “No, era pa’ver qué tiempo
llevaba tapar todo nomás”.
Luego de trabajar más de quinientas horas sin parar —y de atrasarse un
día—, en la noche del seis de septiembre de 1971, ciento once hombres
(ciento seis guerrilleros y cinco presos comunes) se dieron a la fuga en
un operativo que ellos mismos denominaron “el abuso”.
—El abuso —dirá López Mercao— porque lo que hicimos fue un abuso.
Los uruguayos tienen ese humor.
—El abuso se le ocurrió a Mujica. Había varios planes de fuga, pero la más
famosa nació en una idea de Pepe. Él tuvo la idea de perforar todas las
paredes. Y luego esa idea era como la invención de la rueda: abría varios
planes de fuga; servía para muchas cosas más.
Eleuterio Fernández Huidobro es, aparte de senador nacional, el otro
tupamaro al que Mujica denomina “hermano”.
—Pepe siempre fue pragmático. Estaban los teóricos, que para hacer una
cosa la complican, y estaba Pepe, que venía de trabajar la tierra. Como
dice el aforismo, el Pepe piensa como Aristóteles pero habla como Juan
Pueblo.
Huidobro está acodado sobre una mesa de bar. Su forma de mirar —esquiva—
sumada a la gordura y el cansancio de su rostro —flojo— hacen pensar que
este hombre alguna vez estuvo más entero. Hay años que duran para siempre:
tal vez sea eso.
Hay años que no terminan nunca.
Al igual que Mujica, Huidobro estuvo en Punta Carretas, salió con “el
abuso”, pasó por la Cárcel de Libertad (insólitamente ubicada en un pueblo
llamado Libertad) y terminó en los cuarteles: sótanos con celdas de 1,80 x
0,60 donde los nueve rehenes debieron pasar diez años de su vida. Esa
última etapa fue brutalmente distinta de las anteriores: los rehenes eran
separados en grupos de tres —cada terna iba a un cuartel distinto—; los
presos estaban completamente aislados entre sí; prácticamente no percibían
comida ni bebida; no los dejaban ir al baño; y menos aún recibían cartas o
visitas.
Huidobro compartió cuartel con Mauricio Rosencof y Mujica. Apenas podían
comunicarse, pero a lo largo de los años lograron ponerse de acuerdo en un
punto: no había que enloquecer.
Rosencof empezó a escribir mentalmente: eran poemas de versos cortos, a
veces de una única palabra, para que fueran más fáciles de memorizar:
Yo / no / estoy / loco, / digo. / ¿Por qué / me miras? / Yo / no / estoy /
loco, / digo. / Ronda / el cuervo, / dice. / Miro / su nido.
Cosas así escribía Rosencof, quien consiguió entablar largos diálogos con
su calzado y al salir del penal publicó su bello, inolvidable libro de
poemas Conversaciones con la alpargata. Huidobro, por su parte, pasó años
enteros imaginando que corría por la playa y meaba en cualquier lado. Y
Mujica se hizo amigo de nueve ranas y comprobó que las hormigas, si se las
oye de cerca, se comunican a gritos.
En Mujica, la completa biografía escrita por Miguel Ángel Campodónico,
Mujica sintetiza de este modo su paso por los cuarteles: “Yo no soy afecto
a hablar de la tortura y de lo mal que lo pasé. Incluso, me da un poco de
bronca porque he visto que a veces ha habido una especie de carrera medida
con un ‘torturómetro’. Gente que se complace en repetir ‘ah, qué mal la
pasé’. Y lo que yo digo es que la pasé mal por falta de velocidad, por eso
me agarraron. En definitiva, la vida biológica está llena de trampas tan
inconmensurables, tan trágicas, tan dolorosas, que lo que me pasó a mí fue
una pavada”.
Y lo dice: una pavada.
A partir del tercer año de encierro, los nueve rehenes empezaron a recibir
material de lectura. No había permiso para ciencias sociales o novelas,
pero daba igual: todas las palabras a esa altura eran ficción. Mujica se
dedicó a las matemáticas y a la revista Chacra.
—Después, el Pepe me ponía al tanto de sus lecturas y me hablaba de la
Pampa húmeda —dice Huidobro. Pero cuando dice “hablar” en realidad se
refiere a otra cosa: con el paso del tiempo, Rosencof, Huidobro y Mujica
idearon un sistema de diálogo mediante golpes en la pared. De acuerdo con
este modelo, las letras del abecedario estaban divididas en grupos de
cinco. El primer golpe identificaba el grupo, y el segundo golpe daba el
orden de la letra dentro de ese grupo.
—Cuando le tomábamos la mano, hablábamos hasta por los codos. Es como un
segundo lenguaje que te queda para siempre.
—¿De qué hablaban con Mujica?
—Él generalmente me hablaba de agro, de cómo mejorar la productividad del
campo. Igual, cuando tenés mucha hambre, hambre por años, no hay
comunicación que no empiece o termine en comida. Con Pepe hablábamos de
boniatos, chanchos, vacas, pero en realidad estábamos hablando de
chuletas.
Por falta de bebida y alimento, Mujica se enfermó gravemente de la vejiga
y los riñones. No queda claro qué tenía, pero sí se sabe que necesitaba ir
seguido al baño, que no lo dejaban salir de su celda y que hoy tiene un
solo riñón. Para curarse debía tomar dos litros de agua por día. Pero en
las buenas rachas los militares apenas le daban una taza. Con esa taza
Mujica terminó haciendo lo único posible: recicló sus propias existencias.
Bebió su pis. Todos allí bebieron su pis.
Años después, cuando en los cuarteles advirtieron que la situación de
Mujica era clínicamente grave, los carceleros empezaron a hidratarlo con
una cuchara de té y permitieron que su madre, Lucy Cordano, le llevara una
pelela.
Era una pelela rosa.
Desde ese momento, Mujica llevó su pelela bajo el brazo cada vez que lo
cambiaron de cuartel —eso sucedía cada seis meses—, y también lo hizo en
1983, cuando las presiones de organismos internacionales lograron que los
nueve rehenes fueran trasladados al Penal de Libertad.
—Cuando después de diez años nos devolvieron a Libertad, asunto por el
cual peleábamos, para nosotros fue un paraíso —dice Huidobro—. Nosotros
éramos felices, a los más altos niveles de felicidad que tú te puedas
imaginar, porque teníamos medio paquete de cigarros y un lugar donde ir a
mear.
En Libertad había media hora de recreo por día, los reos discutían de
política y hasta se jugaban partidos de fútbol. Pero Mujica no mejoraba.
Nada lo sacaba de su propio encierro. Finalmente lo vio un médico y se
tomó la decisión: Mujica trabajaría en el cantero floral del penal.
Algo volvió a Mujica, cuando Mujica volvió a la tierra.
—He dicho por ahí que soy casi panteísta —dijo en la biografía de Miguel
Ángel Campodónico—. Y cuando digo que hablo con las plantas, por supuesto
que no estoy diciendo que realmente hable con ellas, sino que trato de
interpretarlas. Hay una multitud de lenguajes, de señales, que
naturalmente a partir del momento que los conozco me despiertan
admiración. Son todas formas organizadas por la naturaleza para mantener
la lucha por la vida. Un terrón debe ser un laboratorio entero, tan
complicado que el hombre no está ni en condiciones de remedarlo. Se puede
ser religioso por analfabeto. Pero también se puede tener una actitud
religiosa cuando se empieza a saber y se comprende que no se sabe nada.
El catorce de marzo de 1985, cuando cayó la dictadura y Julio María
Sanguinetti asumió la presidencia de Uruguay, los nueve rehenes fueron
amnistiados y puestos en libertad.
Mujica salió del penal con la pelela en la mano, florecida de caléndulas.
Un hombre llega en moto Vespa al Parlamento. Tiene el pelo alborotado por
el viento, un pantalón de jean, campera negra, bigote. Deja la moto
estacionada en la entrada.
—¿Cuánto piensa quedarse? —le dice el guardia.
—Si no me rajan antes, cinco años —contesta el hombre.
Esto —dice una leyenda que nadie niega con mucho énfasis— habría sucedido
el primer día en que José Mujica, primer tupamaro diputado, llegó al
Parlamento. Era 1995 y en esa misma jornada —transmitida por cadena
nacional— tomaba juramento como presidente por segunda vez Julio María
Sanguinetti, por lo que el precinto estaba lleno de embajadores,
mandatarios invitados, jerarquías de la iglesia y solemnidades varias.
Pero Mujica entró así: pelos revueltos, jeans, ninguna corbata.
—Yo pensé: van a creer que es una maniobra publicitaria —dijo Huidobro en
el bar, días atrás—. Ellos no saben, como yo sé, que la campera es nueva.
Que el vaquero es nuevo. Que se peinó. Y que nunca más volverá a estar tan
arreglado. Como le decía Sancho al Quijote: “Cada quien es como Dios lo
hizo, y aún peor muchas veces”. Aún peor.
La llegada de Mujica al Congreso significó un cambio para la política
uruguaya. Primero, porque se modificaron los usos y costumbres de la
Cámara —por ejemplo, llegó el mate a las sesiones legislativas—, y en
segundo lugar porque esa formalidad arrastraba una modificación de fondo:
Mujica usó su banca para recorrer el país e incorporar a sus discursos lo
que ya tenía, desde chico, incorporado a su vida: la presencia de los
sectores rurales.
Mujica —hijo de una floricultora y de un padre ganadero que se fundió y se
murió pronto— dio su primera disertación en el Palacio Legislativo sobre
el tema del pasto.
Y del pasto pasó a la vaca que se comía al pasto. Y de la vaca pasó al
país ganadero.
—Los que creían que el Pepe era un problema de comunicación pasajero, un
producto efímero, erraron —dijo Huidobro—. Pepe fue uno de los mejores
diputados de esa legislatura, un brillante orador. Él le ha dado voz a
todo el interior uruguayo y ha tenido una especie de noviazgo entrañable
con el público.
La llegada a Diputados fue solo el comienzo. Cinco años después, Mujica
fue electo senador. Y en 2004 su figura resultó clave para que la
izquierda, comandada por el moderado Tabaré Vázquez, llegara por primera
vez al poder. Mujica participó del gobierno de Vázquez como ministro de
Ganadería, Agricultura y Pesca, y emergió airoso de ese cargo. Tanto que
en el 2009 ganó por paliza las internas del Frente Amplio para ser
candidato presidencial, y encaró las elecciones nacionales con propuestas
impensables para cualquier candidato del siglo XXI.
Mujica propuso discutir la propiedad privada de las grandes extensiones de
tierra, levantar el secreto bancario, “importar” campesinos de Perú,
Bolivia, Paraguay y Ecuador para que trabajen las zonas rurales “porque
los montevideanos pobres acá no lo hacen” y resolver el tema de la
drogadicción “agarrando a los adictos del forro del culo y metiéndolos
p’adentro de una chacra”.
Propuso, en fin, tomar el toro por las astas. Lo que traía dudas
operativas —¿cómo se haría?— y dilemas coyunturales. Conforme Mujica
empezó a hablar, se entendió que el mayor contrincante no estaba en otro
partido, ni siquiera en otro cuerpo: el mayor peligro de Mujica era, en
parte, su mayor capital político: su desusada franqueza. La honestidad de
Mujica llegó a su punto cúlmine en octubre —a días del ballotage que
definiría la presidencia a favor suyo o del liberal Luis Alberto Lacalle—
cuando salió a la venta el libro Pepe Coloquios: una extensa entrevista
donde Mujica —solo por dar un puñado de ejemplos— dice que la Argentina
“no es un país de cuarta, no es una república bananera”, pero tiene
“reacciones de histérico, de loco, de paranoico”; que “en Argentina tenés
que ir a hablar con los delincuentes peronistas, que son los reyes”; que
“los porteños tienen la manía de venir a bañarse acá y les gusta, porque
es un paisito parecido al de ellos, pero más suave, más decente”; y que
“los radicales son tipos muy buenos, pero son unos nabos”.
Es decir: Mujica no dijo nada que nadie piense. Pero el mundo de la
política impone sus cortesías y así fue que Mujica relativizó la mayor
parte de sus dichos, salió a pedir disculpas de inmediato, bajó
drásticamente sus encuentros con la prensa —una medida que aún se
mantiene— y logró ganar el ballotage con un 52,53% de los votos.
“Este mundo es puro maquillaje: que esto no se puede decir, aquello
tampoco… ¡La libertad está hipotecada! Una de las ventajas que tiene ser
viejo es decir lo que uno piensa. Pero eso parece armar un revuelo de la
puta madre que lo parió.” Eso dijo Mujica días antes de la primera vuelta
electoral, en una entrevista con la revista mexicana Gatopardo, cuando ya
se estaba hablando del desastre del Pepe Coloquios.
Serán, entonces, las ventajas de ser viejo. El próximo veinte de mayo,
Mujica cumplirá setenta y seis años.
—Cómo le va, Rosencof, estoy en Montevideo. ¿Se acuerda que habíamos
quedado en vernos?
—Nena…
—Vos sabés que estoy en el hospital. Se me desacomodó el marcapasos, no sé
qué lío de cables hicieron estos tipos…
—¿Está internado entonces?
—Sí, nena, esto… estamos en la era de la ortopedia. Me estoy
desintegrando.
Renguea. Caminando por el pasillo del Palacio Legislativo, Lucía
Topolansky, sesenta y seis años, la senadora más votada del Parlamento,
tercera en la línea de sucesión a la Presidencia, tupamara, compañera
—ella no dice “esposa”, no dice “mujer”, dice “compañera”— de José Mujica,
avanza con un moderado desacomodo en la cadera.
El Parlamento está desierto; es febrero. Los pasos resuenan de otro modo.
—Entrá —dice Topolansky. La sigo. Su despacho es pequeño: nueve metros
cuadrados donde hay algunas carpetas, una ventana, un escritorio. Sobre la
mesa de trabajo hay papeles, una caja con té de uña de gato y una pequeña
tortuga de madera verde que mueve la cabeza como diciendo “sí”. Topolansky
—cabello corto, blanco, discreto— acaricia suavemente la tortuga.
—Decime —dice. Y le digo. Le hablo de la revista. De nuestras buenas
intenciones. Topolansky escucha con una sonrisa que viene acompañada de
algo más: de una amable escenificación de la distancia. Todo el mundo dice
que esta mujer es dura. En tiempos de militancia clandestina la apodaban
“la tronca” por lo macizo de su cuerpo, y probablemente no solo del
cuerpo.
Entre 1970 y 1985, Topolansky estuvo presa casi todo el tiempo. Cree que
ese encierro fue necesario.
—El pueblo apreció mucho que los dirigentes del MLN no se exilaran, se
quedaran en Uruguay jugando la suerte de su pueblo. Toda nuestra
dirigencia estuvo presa y eso a la gente le cayó bien. Esos hechos
generaron prestigio. Puede parecer muy sujetivo, pero son esas razones del
alma que quedan grabadas en la gente.
Topolansky es hija de una familia de clase media acomodada del barrio
Pocitos y estudió en el Sacre Coeur, una escuela de monjas que se hizo
conocida —entre otras cosas— por su insigne caligrafía conocida como
“letra Sacre Coeur”. De ahí que no quede claro por qué dice “sujetivo”. Ni
por qué más adelante dirá “produto” o “adatarse”. Hay quienes dicen que
podría tratarse de una pose, pero esa hipótesis anula —o deja en un
segundo plano— la posibilidad de la culpa.
Lo cierto es que Topolansky —pantalón color crema, camisa de gasa blanca—
dice “sujetivo” y después, a diferencia de cualquier sindicalista
argentino, se aguanta vivir del modo en el que habla. Y eso sucede desde
hace mucho.
Y eso, quizás, deba ser suficiente.
Topolansky se alistó en el MLN-T a los veinte años, y desde el comienzo
dio muestras de un carácter. Era 1969 y en ese entonces trabajaba en
Monty: una financiera que, descubrió Topolansky, llevaba la contabilidad
en negro de prácticamente todo el gabinete de ministros y de los
capitostes de la oligarquía uruguaya. Cuando supo la verdad, Topolansky se
preguntó qué grado de complicidad tenía con eso y qué debía hacer: si irse
o denunciarlos.
Tomó las dos opciones. Se enroló en el MLN-T con su información
privilegiada y junto con el Movimiento logró que todas las fotocopias de
los libros contables terminaran en la puerta de la casa de un juez y
desataran un escándalo político que se llevó puesto a un ministro de
Hacienda. Además, claro, se fue de su trabajo.
—Cuando sos una gurisa pensás las cosas con otra cabeza. De repente, a la
edad que tengo ahora le hubiera puesto más reflexión al asunto. Pero
pertenezco a la generación sobre la que impactó la revolución cubana y las
cosas hay que verlas en ese contexto. Estábamos convencidos de que
podíamos hacer la revolución. Convencidos. Y cuando tú estás motivado,
obviamente el riesgo se ve de otra manera.
En esos tiempos, en alguna de las tantas reuniones clandestinas,
Topolansky —dicen que era hermosa— conoció a José Mujica. Estuvieron
juntos unos meses, pero luego ambos terminaron en la cárcel: ella en Punta
Rieles (desde donde se fugó, aunque luego volvió a caer presa) y él en
Libertad y luego en los cuarteles. Más allá de alguna carta en los
primeros tiempos, el resto del noviazgo estuvo marcado por un largo,
interminable silencio.
También a eso sobrevivieron.
Cuando habla de su compañera —en el libro de Campodónico— Mujica lo hace
de esta forma: “Como los dos andábamos solos terminamos juntándonos. En la
formación de nuestra pareja hubo un factor de necesidad, fue una especie
de mutuo refugio. Nos reencontramos en una época bastante particular, bien
diferente a la que habíamos dejado atrás. Creo que alguna vez se lo dije
en una carta: cuando uno se aproxima a los cincuenta años piensa que una
compañera debe ser una buena cocinera. El amor tiene entonces mucho de
amistad, de cosas que faciliten la convivencia. Y creo que todo eso es lo
que nos ha mantenido juntos, encajamos fenómeno”.
Una necesidad, un refugio: el amor para ellos era esto.
—En aquellos años en que andábamos a las corridas todo era ya —dice Lucía
Topolansky—. Era muy difícil el después. Todo era hoy, ya, porque mañana
no sé si voy a estar, y toda relación humana quedaba atravesada por esa
urgencia.
—¿Pero no había flechazo?
Algo se ablanda —se aclara— en el rostro de Topolansky.
—Por supuesto que existe la afinidad, el amor, el flechazo, la química o
ponele el nombre que quieras.
—O sea que podía existir, entre militantes, un pensamiento como “qué
lindos ojos tiene”.
—Claro. Eso es lo único que te sostiene. Te aferrás a esas cosas. La
relación con Pepe pasó por tres etapas: la de los ojos lindos, luego una
larga etapa de separación donde el recuerdo de eso te sirve como un
oxígeno, y después una etapa que es esta, en la que logramos
reencontrarnos y reconstruir todo.
En 2005, Topolansky y Mujica se casaron en la cocina de su chacra. Los
testigos fueron los vecinos —unos que viven en el mismo terreno, y otros
que tienen un quincho en la esquina— y el evento duró poco más de una
hora. Esa misma noche, el ocho de octubre, Pepe fue a un acto del MPP y
mostró la libreta.
—Sí. Un día a Pepe se le ocurrió casarse y nos casamos.
—¿Pero te gustó la idea?
—Ehh… psé… en realidad en concreto no me varió en nada, ¿no? Yo siempre
fui medio anarquista desde chica, veía cómo mis tías y mis primas se
complicaban la vida para casarse, así que siempre tomé opciones de andar
media libre. Sin ninguna atadura. Y bueno, yo no tuve ataduras de ningún
tipo.
Silencio.
—No sé qué habría pasado si hubiera tenido un hijo en esa época. Pero no
tuvimos.
Ni en esa época ni en ninguna otra. Mujica y Topolansky no han tenido
hijos. Les duele.
Este es el quincho de la esquina. Acá celebró José Mujica cuando ganó las
elecciones. Acá reunió a su gabinete de ministros. Acá trajo al venezolano
Hugo Chávez cuando quiso agasajarlo, en 2007. Y acá, en tiempos
preelectorales, montó su despacho. El lugar se llama “El quincho de
Varela”, queda a cien metros de la chacra de Mujica y consiste en una
construcción rectangular, con techo de paja y paredes de ladrillo, ubicada
frente a un campo recién arado.
El lugar pertenece a Sergio “El Gordo” Varela, también apodado “el
mugriento”: un comerciante mayorista de alimentos que no da declaraciones
a la prensa y que durante la campaña se encargó de comunicarse con
distintas empresas del Centro de Almaceneros para pedirles fondos que
financiaran el acto de cambio de mando.
El interior del quincho de Varela luce así: hay un piso de layota
desgastado, un techo del que cuelgan dos banderas —una del Frente Amplio,
otra del Uruguay—; varias imágenes del Che, Neruda, Allende y Chávez,
mesas hechas con tablones donde alguien pintó “Pepe presidente”, un puñado
de perros astrosos, y juguetes de niño tirados por el suelo.
Una mujer gruesa y de ropas desteñidas se acerca, espanta los perros, se
limpia el sudor de la frente y dice:
—Bueno, esto se arregla un poquito más cuando vienen ellos.
Los funcionarios del gobierno que pertenecen al Movimiento de
Participación Popular (MPP) tienen tope salarial. Lo máximo que pueden
ganar son treinta y siete mil pesos (mil novecientos dólares), y eso
significa que la mayoría —entre ellos Huidobro, Mujica, Topolansky y el
ministro Eduardo Bonomi— cobra en mano apenas el treinta y cinco por
ciento de su sueldo. Los excedentes van al Fondo Raúl Sendic (donde se
otorgan microcréditos a proyectos —en su mayoría cooperativos—, sin tasas
de interés, sin papeles firmados y sin la exigencia de pertenecer al
Movimiento) y a un Fondo Solidario con el que se auxilia a los militantes
del MPP que estén pasando por una urgencia económica.
En su despacho, Eduardo Bonomi, ministro del Interior, considerado la mano
derecha de Mujica en el gobierno, explica el tope salarial de esta manera:
—Es muy fácil dar lo que te sobra. La cuestión es dar lo que no te sobra.
—¿Pero nunca te da ganas de comprarte un televisor de plasma?
Bonomi se masajea el labio inferior.
—Eh… Yo vivo en una cooperativa de viviendas. A esta altura terminamos de
pagar la cuota entonces solo pagamos los gastos comunes. Tenemos un auto
del 94… A ver: la austeridad de Pepe es única, pero que Pepe haya llegado
no es casual.
—¿Nada cambió en Mujica?
—Operativamente Pepe tiene más responsabilidad. Pero es la misma persona.
Sigue levantándose y haciéndose el mate y escuchando los pajaritos. Pero
casi todos somos así. Yo me levanto a las seis, escucho las noticias…
—¿Pero no hay ninguna pose por parte de Mujica?
—No, es así. Es así. Él es así. Qué pose. La vida del Pepe es muy sencilla
y pasa por la tierra. Cuando uno sale de licencia y se va al monte o a la
playa, Pepe se va a trabajar la tierra. Y los domingos, mientras todos
descansamos, él madruga para trabajar la tierra. Si no hace eso, no
descansa. La tierra es el lugar donde Pepe ordena sus ideas. Cada cual es
como es.
Otra vez se toca: su labio inferior es —se ve— mullido.
—El problema es que Pepe tiene una cultura mucho más alta y grande de lo
que representa su forma de hablar.
El despacho de Bonomi es ministerial pero austero: hay maderas lustrosas,
muebles fuertes, sillones y cortinas de pana. Si cruzara la puerta de su
oficina, Bonomi saldría a la galería del ministerio y vería un edificio
igualmente fuerte y medido: apenas cuatro pisos balconeando sobre un patio
central, y en el medio un obelisco con la inscripción “Homenaje a los
caídos”. Dispuestas sobre el monumento, distintas placas de bronce
recuerdan el nombre de los agentes policiales muertos en servicio.
Alguien tiene que haberse reído de todo esto.
Bonomi fue acusado hace veinte años de matar a un policía. El veintisiete
de enero de 1972, el Inspector Rodolfo Leoncino, jefe de seguridad del
penal de Punta Carretas, esperaba el colectivo cuando recibió un fogonazo
de disparos. La orden, dicen las acusaciones, la habrían ejecutado cuatro
tupamaros, entre ellos Bonomi. Pero la habrían dado, desde la cárcel, tres
militantes entre los que estaba José Mujica.
—Cuando salí en libertad, amnistiado, fui a parar con unos jueces y lo
primero que me preguntaron fue si tal día a tal hora había hecho tal cosa,
y respondí: “Me siento políticamente responsable de todos los hechos
realizados por el MLN”. “Pero no le estamos preguntando eso, sino si tal
día a tal hora…” “Bueno: yo le estoy respondiendo que me siento
políticamente responsable de todos los hechos realizados por el MLN.”
Cinco veces preguntaron y dije lo mismo.
El labio. Vuelve a tocarse el labio.
—Y cada vez que me preguntan respondo: me siento políticamente responsable
de todos los hechos realizados por el MLN.
Bonomi —saco azul, pantalón gris, corbata— tiene lentes, una barba espesa
y una voz profunda: todos estos tipos tienen la voz honda, encallada en
algo que debe ser el pasado y su aspereza.
—Cuando durante la campaña de Mujica se rumoreaba que, de ganar, yo sería
ministro del Interior, por acá circulaban mails acusándome de esto y de
cosas nuevas también. Así que cuando asumí, en la Escuela de Policía, me
tocó hablar y dije que yo sabía que habían circulado mails y que no me
quería hacer el bobo y que entendía que los votos que había tenido el
Frente Amplio no eran un apoyo a eso que se acusaba sino mirando el futuro
con un modelo de Nación con participación de los trabajadores, los
productores y los intelectuales. Y les cayó bárbaro.
Bonomi vuelve a masajearse el labio.
Treinta años atrás, un tiro le partió la mandíbula y hoy no puede abrirla
demasiado.
Costumbres de la época: cuando José López Mercao se resistió a un arresto,
los militares le metieron cinco tiros y lo remataron en el suelo con un
sexto balazo que le atravesó la boca. Lo creyeron muerto pero no murió:
los médicos navales lo encontraron y lo llevaron al Hospital Militar. Allí
recibió cuatro litros de sangre y se enteró de la presencia de Mujica: el
cuadro político del que solo conocía el nombre.
Era mayo de 1970.
—Me acuerdo que un día vino un médico con el uniforme militar puesto y me
dijo: “Qué huevos que tiene Mujica, se afirmaba en la camilla y decía ‘no
me dejen morir, yo soy un combatiente’. Le dimos trece litros de sangre,
que huevos tiene”.
López Mercao recuerda y sonríe: tiene un rostro macizo, oliváceo, y una
sonrisa por la que asoman dos dientes levemente recortados en su vértice
interno: López Mercao sonríe —cuando sonríe— como un niño. A su lado está
Isabel Fernández, su compañera, y por la casa rondan sus dos hijas. Todos
viven en un departamento muy austero de El Cilindro, un barrio de clase
trabajadora de Montevideo. En las paredes hay reproducciones de Modigliani
y Van Gogh. En los rincones hay grandes ceniceros que acunan los cigarros
fumados. En el living hay muebles de caña y una computadora culona. En los
aparadores hay fotos recientes tomadas con una sencilla cámara de rollo:
hasta las fotos nuevas parecen viejas.
López Mercao, quien alguna vez se pensó que sería el jefe de prensa de
Mujica —finalmente no fue— hace el relato de toda la historia que se
cuenta en estas páginas: habla de Punta Carretas, del abuso, del Penal de
Libertad, de la incertidumbre de los nueve rehenes, de la llegada al poder
como un baño de sentido. Y lo cuenta con un hablar grave y pausado: el
Negro —le dicen “el Negro”— tiene la voz endurecida por el humo.
—¿Y vos has soñado con todo esto? ¿Te han llegado estos recuerdos en
sueños?
—No —dice—. Yo no sueño.
Afuera está oscuro y llueve; suenan los grillos. Una de las hijas se
acerca y busca música en la computadora del living.
—Bueno —dice Isabel—, cada vez que él da alguna nota o se reúne con
compañeros en un asado y recuerdan cosas, yo después lo noto distinto. Con
los años la cosa se fue apaciguando pero yo noto que te quedás mal, Negro.
Yo noto que te quedás como triste. Noto que soñás.
La hija —Evelina— pone un tema de la banda uruguaya Cuarteto de Nos. El
tema se llama “El día que Artigas se emborrachó”, hace alusión al primer
libertador uruguayo —mítico héroe nacional que murió exiliado en Paraguay—
y termina con esta estrofa: “Se emborrachó, porque la guerra perdió / y se
emborrachó, porque alguien lo traicionó / se emborrachó, y la patria se lo
agradeció / ¡Whisky para los vencidos!”
En términos generales la letra es graciosa y encima aquí hay cerveza, así
que todos reímos. Pero el Negro, a través de sus lentes de montura fina,
con el codo en la rodilla, cavila.
—La historia uruguaya es rarísima, los héroes históricos son todos
derrotados con honor —dice—. Para la historia ser un triunfador no trae
réditos. Miralos a Artigas, Aparicio Saravia, Leandro Gómez, Batlle
Ordóñez. En general, vos vencés acá y cagaste. Pero te transformás en
ídolo. Miralo al Pepe si no. Poné la otra que me gusta a mí.
Evelina obedece y pone otra. Afuera la lluvia sigue y en algún momento el
Negro se levanta, tira una colilla por la ventana y se va a buscar el auto
para llevarme al hotel.
—Yo te quiero contar algo, porque él nunca lo cuenta —murmura Isabel
cuando su marido se va. Y luego dice esto: que al Negro le llegó una
indemnización por veinte mil dólares. A los muy heridos parece que les
llega, y el Negro y su mandíbula tienen puntaje suficiente para entrar en
ese club. Pensando en el futuro —en sus hijas, en las operaciones
maxilares— el hombre mandó los datos. Y desde que los envió empezó a
dormir mal.
Una noche, Isabel encontró a su marido diciendo “no puedo”.
—No puede aceptar ese dinero. Me dijo: si lo aceptara, si buscara una
compensación, sería como arrepentirme. Y yo le dije Negro, es tu cuerpo,
son tus huesos, la mandíbula rota es tuya. Yo no puedo meterme en eso. No
aceptes la plata si no querés aceptar la plata. Y ahí se habrá sentido
liberado, porque se puso a llorar.
Isabel tiene cuarenta y seis años, ojos celestes, cabello rubio: si cada
edad iluminara con una luz propia, podría decirse que a esta mujer la
alumbra una luz de veinte años. En eso pienso —en la nobleza de su rostro—
cuando el Negro toca el timbre para avisar que está en la entrada,
esperando en el auto.
El regreso al hotel es en silencio.
La avenida 18 de julio, el asfalto mojado, el ritmo menguante de las
calles céntricas: la ciudad parece una película muda; solo se oyen los
neumáticos.
—Bueno —el Negro detiene el coche—. Lo último que puedo decir es que
fueron los años más lindos de la vida nuestra. No especulamos con nada. Lo
dimos todo. Y ahora vivimos en un ejercicio de interpelación periódica con
aquel gurís que fuimos a los veinte años. Yo no quiero hacer a los sesenta
cosas que me hubieran avergonzado a los veinte. Quiero irme de la vida sin
amputar partes de mí. Quizás a los otros compañeros le pase lo mismo.
Eso es lo último que dice el Negro antes de despedirse con un ademán seco
—apenas una palmada— y de dejar abierta una pregunta: si esta historia
debía ser sobre José Mujica, o sobre la maravilla colectiva que permitió
que exista, con sencillez absoluta, José Mujica.
Este texto es, de algún modo, una larga respuesta.
Desde Venezuela: Toda Edad Sirve
para la Muerte Crónica dolorosa y vieja fuera del ghetto.
Por Rogerio Moya jueves, (27 de marzo de 2014)
Ayer nos dijo que tenía que llevar a su hermana mayor a
Calabozo. Calabozo está lejos de Valencia. Es una ciudad enclavada en el
fondo de la República Bolivariana de Venezuela.
Hermano, le dijimos, son muchas horas de carretera, hay mucha revoltura,
un peligro infinito es el viaje que quieres dar, convence a tu hermana que
espere unos días.
Se fue al encuentro de la muerte. Derechito a la eternidad camina el pobre
humano cuando le toca. Una alcabala de la Guardia Nacional, dos camionetas
de piqueteros que intentaban detener el tráfico de la autopista, se
discute, crece el calor y llega la violencia.
El auto del amigo y una buceta llena de pasajeros quedan en medio de la
disputa. Una bomba lacrimógena, perdigones, pistolas ocultas disparan
contra la tarde clara y una bala oscurece para siempre el brillo cansado
de los ojos de Antonio, el gallego, que cargaba con su hermana rumbo a
Calabozo.
Muerto otro muerto. Este muerto es mío. Los muertos que le matan a uno el
día impropio, la tarde inmediata, son muertos muy tristes, tan tristes que
su angustia nos corta el aire y sentimos que nos ahogamos.
En mi celular de palo me escriben un mensaje. En Barquisimeto le pegaron
candela a un CDI. Una vecina del establecimiento de salud patea la puerta
y grita. Rompen vidrios de las ventanas y se despierta al residencial
entero. Son las tres de la mañana. Los médicos, las enfermeras, los
pacientes ya no duermen.
Se quema parte de la instalación. Desordenadamente, oportunamente logran
evacuar a todo el personal y no hay heridos.
En los últimos tres días han quemado una sede universitaria, decenas de
ómnibus de transporte estudiantil, una gandola de gasolina junto a mi hijo
Rogito que se salva de vaina, porque no le tocaba.
Ayer un sin alma mató a una señora con siete meses de gestación que se
escondía en una acera, junto a otras personas inocentes, que trataban de
evitar la plomamentazón que había surgido entre oficialistas y opositores.
Yo no tengo experiencia que me ayude a soportar el rostro
de la muerte inocente. Toda mi juventud y mi primera madurez
transcurrieron inmersas en un mar de violencia. Íntimamente nos llenaba de
orgullo saber que estábamos fajaos contra los americanos. Nosotros éramos
David, ellos eran Goliat. Ellos eran los asesinos de Conrado Benítez y
Lantigua, nosotros éramos maestros y milicianos.
Cuando Girón hubo muertes de inocentes, pero fueron mis inocentes y los
invasores eran los matarifes que destrozaron la madrugada de la Ciénaga de
Zapata.
En esta guerra --he dicho la palabra prohibida-- los inocentes donan más
sangre que los implicados. Primero no me gustaba que estudiantes
estuvieran luchando contra policías y guardias vestidos de un amarillo
parecido al otro amarillo de mi niñez y primera juventud.
Los estudiantes de mi memoria bajan la Escalinata de la Universidad y son
agredidos salvajemente por los policías azules y gordos de Batista.
En la acera, sosteniendo su pierna herida, Camilo mira al futuro y entra
en la historia de mi Patria.
Ha pasado un mes de lucha. La ceniza de los incendios flota en la
atmósfera de Valencia y otras diez ciudades de Venezuela. Los estudiantes
han sido sustituidos, poco a poco por pistoleros organizados y mal
dirigidos. Esta guerra ha perdido su inocencia. Quemar un CDI repleto de
amor, en la madrugada, ensucia toda inocencia.
Será que me tocaron la sangre buena y martiana de mi gente isleña. Ellos
no saben que un león de melena brillante acecha desde la entrada de la
cueva. Dentro duerme la hembra, descansan los cachorros. Les conviene
cazar en otra sabana, junto a otro río.
Los que visitan la selva deben saber que toda edad sirve para la muerte.
Moya
Valencia
2014
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