Discípula de don Fernando Ortiz y Lidia
Cabrera, la anfitriona, miembro del desaparecido Directorio
Revolucionario «13 de marzo», recibió a los redactores y bastó
mostrarle una de sus obras impresas, Cuba, imágenes y relatos de un
mundo mágico, para que la entrevistada revisara la tapa del libro,
hiciera una advertencia, «aquí falta una importante etapa de mi vida»,
y, sin mayor preámbulo, desatara la Historia.
Con Natalia Bolívar
Hilario Rosete
Desde el Castillo de Averoff, en Mantilla, hasta 26 y 7ma., en
Miramar, en bicicleta, llegó Alma Mater, a casa de Natalia Bolívar,
estudiosa de la cultura afrocubana, autora de un centenar de libros y
folletos, manuscritos y mecanuscritos, artículos y conferencias
publicados en Cuba y en el extranjero. Discípula de don Fernando Ortiz
y Lidia Cabrera, la anfitriona, miembro del desaparecido Directorio
Revolucionario «13 de marzo», recibió a los redactores con agua fría
y cafecito caliente. Bastó mostrarle una de sus obras impresas, Cuba,
imágenes y relatos de un mundo mágico, contentiva de un jugoso
curriculum, para que la entrevistada revisara la tapa del libro, hiciera
una advertencia, «aquí falta una importante etapa de mi vida», y, sin
mayor preámbulo, desatara la Historia.
El arte bello de la Revolución
En 1955 cursé arte cubano en la entonces Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de La Habana. Había estudiado pintura y
escultura en la escuela anexa de San Alejandro, y dibujo al natural,
pintura y composición en el Arts Students League, en Nueva York, con
los profesores Will Barnet, Morris Kantor y Norman Rockwell, estrellas
del dibujo norteamericano. Desde 1956, y hasta mediados del 58, trabajé
en el Palacio de Bellas Artes, primero como guía e intérprete de inglés
y francés, y luego como responsable de la sala de Etnología Cubana.
Eran los días en que Lezama Lima, acompañado de vez en cuando por el
Padre Gaztelu, dedicaba dos horas todas las mañanas a conversar con
nosotras en memorables tertulias. Por todo este historial, al triunfo de
la Revolución me nombraron directora del Museo Nacional de Bellas
Artes. Hasta el año 1966 realizamos allí un serio trabajo de
restauración y rescate de obras halladas en manos privadas. Varias
secciones fueron mudadas para la Academia de Ciencias y a la colección
del conde de Lagunillas -arte antiguo-, apiñada en una sala, le dimos
casi la mitad de un ala del edificio. Simultáneamente, participé en el
«parto» y la dirección del Museo Napoleónico, enclavado en la
antigua residencia -la Dolce Dimora- de Orestes Ferrara, senador
republicano en tiempos de Gerardo Machado. Buena parte de las piezas
museables fueron entregadas al museo en calidad de depósito por el
acaudalado cubano Julio Lobo.
Entretanto, usted fue miembro del Directorio Revolucionario «13 de
marzo».
Sí. Por esas actividades fui arrestada en julio de 1958, me trasladaron
al Buró de Investigaciones, y me ficharon con el número 24837. Ya en
libertad, permanecí en la clandestinidad hasta el primero de enero del
59. Conspiré junto a Raúl Díaz-Argüelles, Gustavo Machín, Alberto
Mora y Julio García Oliveras, entre otros compañeros.
Mujer, combatiente del Directorio Revolucionario «13 de marzo»,
e investigadora, ¿cuál es la Natalia que debemos conocer?
Deberían conocer a la Natalia ser humano, una mujer que siendo de la
alta burguesía y graduada de Bachiller en el colegio del Sagrado Corazón
de Jesús, conoció a los jóvenes del Directorio y se integró a ellos.
Sí, en aquellos tiempos yo viví una doble vida. Mi familia no me
permitía salir sola ni unirme con personas de otra clase social, y yo,
con la fachada de Bellas Artes, estaba conspirando. Eso costaba caro, en
ese entonces aunque tuvieras 20 años tus padres podían zumbarte un
buen regaño. Fui amiga íntima de Wifredo Lam, René Portocarrero,
Mariano Rodríguez... Con esas influencias, mi formación profesional, y
mi amor por las artes plásticas, habría sido pintora, pero como
decimos nosotros, «me quedé en esa», debía dedicarle el cuerpo y el
alma a la pintura o a la Revolución, y la revolucionaria Natalia Bolívar
«quemó sus naves» y se metió en Revolución en contra de su familia.
Mi madre casi se muere cuando caí presa, y cuando pasé a la
clandestinidad dejó de comer y se mantuvo a calditos durante ¡seis
meses! Fue una vida rica, no sabría decir si lo más importante fue mi
condición de revolucionaria clandestina, o mis vivencias de juventud en
el seno de la familia, cada ciclo marcó una pauta. La familia es un
valor esencial, los jóvenes deben saberlo, para mí significó mucho,
pero se desbarató cuando triunfó la Revolución y mis parientes se
fueron de Cuba. La clandestinidad también fue un tiempo especial,
signado por una bella afinidad con mis compañeros que se rompió cuando
después algunos se olvidaron de casi todas las mujeres.
Cuarenta y tantos años más tarde, ¿cuáles son sus mayores
preocupaciones?
Si ustedes les preguntaran a los muchachos de hoy, buena parte no sabría
distinguir al Directorio Revolucionario como uno de los núcleos -el
Movimiento Revolucionario 26 de julio era otro- que a fines de los 50
agruparon en sus filas a la nueva generación enfrentada a Batista.
Varios episodios de su historia se han borrado con el tiempo. Años atrás,
una tarja colocada en la antigua Quince Estación de Policía, en el
actual municipio de Playa, decía que el ataque perpetrado contra ella
en noviembre de 1958 fue ejecutado por comandos del M-26-7 y no por un
grupo de Acción y Sabotaje del «13 de marzo». Si nos despreocupamos,
en cualquier momento los jóvenes de ahora dirán que la toma de Radio
Reloj en marzo del 57 fue ejecutada por Frank País y no por José
Antonio Echeverría. Es preciso profundizar en la Historia. Durante años
impartimos una Historia muy superficial. Cuando nosotros faltemos, ¿quién
contará la verdadera Historia?
De mujer, alma, corazón y vida
Para eso nos encontramos nosotras aquí: ¿dónde estaban, por ejemplo,
las mujeres, el 13 de marzo de 1957?, ¿por qué apenas se habla de
ellas?
Haciendo un análisis objetivo, pudiera pensarse en un prejuicio de género:
para algunos, nosotras no existimos, aunque debo decir que nuestro compañero
Julio García Oliveras publicó recientemente un artículo en Juventud
Rebelde titulado «Las Mujeres del Directorio», donde nos rinde
homenaje. Sin embargo, ahí están Mery Pumpido, alma y fuerza del
Directorio; Lala y Zenaida Becerra, fieles compañeras; Marta Jiménez,
la viuda de Fructuoso Rodríguez, con una trayectoria relevante; Zayda
Trimiño, presidenta de la Escuela de Ciencias, cuyas manos guardaron el
último escrito de Fructuoso Rodríguez en su época de presidente de la
FEU, una carta que no llegó a firmar, lo matan antes en Humbolt-7,
donde le reiteraba al Consejo Universitario el acuerdo del Directorio de
cerrar la Universidad por la muerte de José Antonio Echeverría, y de
desarrollar la guerra revolucionaria contra Batista; Susana Escalona,
quien fuera aspirante a presidenta de la Escuela de Filosofía y Letras;
Gudelia García y Delia Coro, que escondieron a varios de los
muchachos... De estas mujeres nadie habla, se han mantenido casi al
margen de la Historia, sería bueno hacerles justicia. En cuanto a mí,
tal vez parezca una inmodestia revelarlo, estoy entre las cubanas que
por aquellos años participaron directamente en una acción de guerra,
el mencionado ataque a la Quince Estación de Policía de La Habana.
Aunque pensándolo bien, de todas estas compañeras pudiera decirse lo
mismo, ¿acaso no eran acciones de guerra esconder y trasladar armas,
regar manifiestos y proclamas, acompañar a los hombres a poner una
bomba, alquilar y atender, con fachada de matrimonio, las casas que les
servían de refugio, llevándoles comida, lavándoles la ropa, buscando
a los médicos y otras cosas? ¿Quién dice que estas no eran acciones
de guerra? Cualquiera puede imaginar el final del que atraparan en esto,
corría el mismo peligro que quien empuñara un arma. ¡Imagínense
ustedes, trasladar a Julio García Oliveras, un hombre de más de seis
pies! Llegó un momento en que toda la policía de la capital sabía que
el Directorio contaba con un «faro» de ese tamaño. Por un tiempo, el
gran disfraz de Julio fue el de oficial de la marina yanki, con él «anduvo
toda La Habana», como diría Eusebio Leal. Pero después lo «chivatearon»
y ya no sabíamos cómo enmascararlo. Un día me tocó acompañarlo para
asistir a una reunión, era un disparate reunirnos en el mismo lugar
donde nos escondíamos. Debíamos ir a pie hasta casa de Zoila Lapique,
hoy día una de nuestras grandes historiadoras, trabajadora durante años
de la Biblioteca Nacional, una persona de la cual se habla muy poco, en
aquel entonces miembro de Mujeres Oposicionistas Unidas, de grandes vínculos,
ella y su familia, con el M-26-7. ¿Saben cómo encubrimos a Julio? Lo
pintamos como a «Chicharito», por aquellos años la versión popular
del «negrito» del teatro vernáculo, un personaje interpretado por un
actor blanco. Pero estando en verano, caminando unas ocho cuadras hasta
donde vivía Zoila, con una ametralladora y todo, que la llevábamos en
un bolso, Julio empezó a derretirse, y comenzó a teñírsele de negro
la guayabera. No quiero acordarme. Para regresarlo tuvimos que quitarle
la pintura, con el calor era imposible devolverlo así, el engaño era
evidente, y buscarle otra camisa, mas como el tinte no era bueno se nos
quedó medio manchado. Digan ustedes, qué habría sucedido si de pronto
nos para una perseguidora. De seguro yo no estaría aquí haciéndoles
el cuento.
Usted mencionó a Mujeres Oposicionistas Unidas, ¿quiénes la
integraban?
Ese es uno de los capítulos olvidados de la Historia. La formaban amas
de casa y mujeres de todas las fracciones, militantes o simpatizantes
del Directorio, del M-26-7, de Resistencia Cívica, de Organización Auténtica,
del Partido Socialista Popular (PSP), y de distintas organizaciones.
Cada movimiento tenía su representación. Entre sus variadas
actividades se destacó la ayuda al preso político. Reuníamos comida,
ropas y medicinas, y se las entregábamos a una Comisión que funcionaba
entre los detenidos del Castillo del Príncipe, a donde íbamos una vez
al mes. Ellos se encargaban de repartirlas por igual, sin reparar en que
un recluso fuera del Movimiento 26 de Julio o del «13 de marzo». También
nos encargábamos de buscarles abogados defensores y asilo político.
Aunque varias Mujeres Oposicionistas Unidas luego abandonaron Cuba, en
su momento desempeñaron su papel e hicieron su aporte a la lucha
antibatistiana. Funcionábamos como una central coordinadora. Si las del
Directorio necesitábamos tirar una proclama, las del PSP conseguían
imprimirla con el mimeógrafo del Partido, mientras las cartas a los
cuadros del Ejército de Batista, instándolos a abrazar la causa, las
editaban las del 26. Yo tenía buenas relaciones entre los diplomáticos,
y en más de una ocasión conseguí asilar a los perseguidos. Esto me
trajo algunos dolores de cabeza, por ejemplo con Virgilio Chiriboga, el
embajador de Ecuador: sin decirle de quién se trataba, logré de su
embajada asilo para Mario Reguera, que conjuntamente con Guillermo Jiménez
había participado en el atentado contra Luis Manuel Martínez. En
cambio, otros embajadores, como los Leitao Da Cunha, de Brasil, jamás
preguntaron nada sobre los cargos imputados a las personas que
amparaban.
La fuerza alcanzada por la organización radicó en su unidad. Nos
propusimos no hacer diferencias entre si un muchacho en peligro era del
«13 de marzo», del PSP o del 26, nadie preguntaba de dónde venía ni
qué había hecho. Llegamos a hacer gestiones hasta para encontrar un
lugar en el cementerio donde enterrar a jóvenes masacrados. Ese fue el
caso del propio Reguerita, sepultado en el panteón de la familia
Montoro. Como él, varios muchachos fueron inhumados en espacios
provisionales, hasta que al triunfo de la Revolución sus restos fueron
trasladados bien por sus familias hacia otros sitios o bien hacia el
Mausoleo a los Héroes del 13 de Marzo.
Mujeres Martianas fue otra importantísima agrupación. Sería bueno que
Alma Mater se ocupara de su historia. Ellas, también sin preguntar
mucho, ayudaban a cualquier joven revolucionario. Se distinguían por su
formación política y sus tradiciones de lucha. Al triunfo de la
Revolución, tanto las Mujeres Oposicionistas Unidas como las Mujeres
Martianas se integraron a la Federación de Mujeres Cubanas.
Historia limpia tendida
Usted mencionó a Reguerita. Se ha dicho que en el sepelio de este niño-gigante
de solo 21 años se reunieron madres, hermanas, viudas, en fin, una
multitud de mujeres.
Fue una marcha de mujeres. A Reguerita lo asesinaron el 20 de abril de
1958, cuando intentaba, junto a otro compañero, ejecutar una acción
para rendir homenaje a los mártires de Humboldt-7 en el primer
aniversario del crimen. En un encuentro frente a frente con un policía
en la calle, se le encasquilló la pistola, cayó herido, y ahí le
pegaron el tiro de gracia. Pero de eso no nos enteramos inmediatamente.
De pronto Reguerita desapareció, y todos me llamaban preguntándome por
él. En eso Marta Jiménez me avisa: «Lo mataron, su cadáver está en
el necrocomio.»
Cuando llegamos, hacia el final de la mañana, encontramos el cuerpo
desnudo tirado en el piso, muerto como de dos-tres días, envuelto en
periódicos. Le pedimos permiso al director para buscarle ropa y un
sitio donde sepultarlo. Entonces el hombre nos enseñó un escrito: el
criminal Ventura, jefe de la Quinta Estación, había ordenado avisar a
la policía en cuanto alguien viniera a reclamar los despojos. Con todo,
se compadeció de nosotras, éramos jóvenes y aquel espectáculo de
Reguerita sin vida nos puso muy mal, y nos dio de plazo para enterrarlo
hasta la hora en que la necrópolis reabría sus puertas por la tarde.
Entonces nos movilizamos. Gracias a nuestros contactos, el dueño de la
funeraria La Nacional, aún hoy en la calle Infanta, llamó a su gente,
y les pagó a los sepultureros por trabajar en horario de descanso. A
toda velocidad les avisamos a las Mujeres Martianas, a las
Oposicionistas Unidas, y, de la familia de Reguerita, a su abuela, no
había más tiempo, mientras yo me fui como una loca por la calle 23,
tocando a las puertas, pidiendo una ropa adecuada para vestirlo. Sobre
la una y cuarto o la una y media logramos enterrarlo, ya les dije, en el
panteón de la familia Montoro, cuya viuda nos otorgó el permiso. Pero
cuando ya estábamos poniéndole la tapa al sepulcro, nos rodeó la
policía, y cada cual se fue como pudo, corriendo entre las tumbas,
porque empezaron a dar palos a diestra y siniestra. Por cierto, cuando
abrimos la cripta de los Montoro, encontramos varios cadáveres de «casquitos»
en bolsas de polietileno. Al Ejército no le interesaba reconocer sus
bajas en la Sierra Maestra, y al parecer a estos soldados habaneros
muertos en combate los habían sepultado allí en secreto.
En julio de 1958, Natalia Bolívar es detenida y trasladada al Buró
de Investigaciones. En una casa alquilada por ella en El Vedado, la
policía de Batista asesinó a otros dos miembros del Directorio
Revolucionario. ¿Recuerda cómo fueron los hechos?
¡Cómo no! El 10 de julio de ese año, en aquella casa de la calle B,
entre 19 y 21, en El Vedado, inmolaron a Pedro Martínez Brito,
vicepresidente por sustitución de la FEU después del crimen de
Humboldt-7, y a Tato Rodríguez Vedo. Ese día teníamos una cita a las
6:00 a.m., yo debía llevarles los documentos que a su vez ellos
entregarían a la Asociación de Estudiantes Latinoamericanos por
intermedio de Hilda Granados, la compañera de Eduardo García
Lavandero. Los papeles denunciaban el estado de zozobra en que vivían
los jóvenes revolucionarios cubanos, obligados a la clandestinidad.
Pero me quedé dormida, cosa rara, y cerca de las siete de la mañana me
despertó el teléfono: ¡«Natalia!», me dice una vecina del
apartamento de la calle B, también guía de Bellas Artes, «corre para
acá, que están matando a tus amigos». Me vestí y tomé un carro de
alquiler. Cuando llegué ya era tarde. Tratando de escapar, los
muchachos se tiraron desde la azotea del tercer piso. Tato se golpeó
contra un tanque de agua, y cayó al patio, donde lo remataron. A Pedro,
que tenía las llaves de la casa, lo agarraron atontado, lo subieron de
nuevo al tercer piso, y lo mataron en el interior del apartamento. Allí,
dentro de la vivienda, y merodeando por los alrededores, se quedaron los
policías, vestidos de civil, esperando que otros compañeros se
acercaran. Me quedé vigilando para avisar a los demás, después del
mediodía teníamos allí una reunión, pero hacia las tres de la tarde
mi presencia se hacía sospechosa, y me retiré. A los cinco minutos,
llegó Raulito Díaz-Argüelles, tocó a la puerta, y ahí mismo se formó
el tiroteo. Raúl corrió hacia el final del pasillo, logró tirarse por
una ventana, se enganchó de unos cables, cayó arriba de un pollero y
se partió un pie. La policía se asomó y comenzó a dispararle, pero
él, con buena puntería, eliminó a uno de ellos, y en lo que los otros
decidían volver a asomarse, brincó, salió por la casa de al lado, y
se fue en un carro de alquiler encañonando al chofer. Al final, terminó
en la embajada de Brasil, el pie nunca le soldó bien.
Sin tiempo ni espacio para nuevas anécdotas, ¿qué les
recomendaría a los jóvenes?
Al igual que a mis hijas, cualquier joven de hoy podría ser hijo mío,
les recomendaría hurgar en la Historia, investigar, no quedarse con lo
que dicen ciertos textos e indagar en la tradición oral. Sobre todo les
aconsejaría buscar en la Historia más antigua para conocer nuestras raíces
y saber de dónde vienen nuestras ansias libertarias. En ellas hay mucha
herencia negra, los negros preferían «cimarronearse», «apalenquearse»,
suicidarse, todo menos ser esclavos. Es hermoso estudiar a profundidad
la Historia de Cuba: ¡nosotros somos el fruto de esa Historia! - http://www.almamater.cu/
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