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Salí en compañía de mi esposa. Era
miércoles 25 de mayo. No quería perderme la premier de la película
Diálogo con mi abuela, de la
cineasta Gloria Rolando, en
el cine Chaplin. Mi preocupación era encontrar un mínimo espacio para
parquear mi pequeño y añejado automóvil. Transcurrían los minutos, pero en
mi mente emergía la inquietud por la concurrencia de autos en la calle 23,
en las cercanías del cine. A dos cuadras del lugar no veo ni un solo
vehículo en el entorno y dije para mis adentros, suspendieron la función a
última hora, o es demasiado temprano y no ha llegado nadie todavía. Al fin
me parqueé sin ningún problema en 8 y 23, solo había un auto junto al mío.
Después cruzamos la calle y entramos al Chaplin. Los miembros de la
agrupación Vocal Baobab estaban tocando y
cantando en el vestíbulo. Las buenas vibras, la alegría y una energía nos
penetraba el cuerpo por todos sus poros. Se me acercó Lucila, una amiga y
me dijo que me apresurara que apenas había asiento. No le creí ni una sola
palabra y fui a corroborarlo con mis propios ojos. No podíamos creer lo
que estaba presenciando. Lleno total, el Chaplin estaba, de bote en bote,
como solemos decir los cubanos. El noventa y nueve por ciento de los
asistentes eran del color púrpura, como dice Alice Walker. Y yo seguía sin
entender cómo era posible que afuera no hubiera ni un solo vehículo
parqueado, que las calles estuvieran tan despejadas de automóviles. A
Gisela Arandia le pasó algo parecido y llegó a las mismas conclusiones:
œNo te asombres, -me dijo- aquí están los de a pie, los que vienen desde
las diferentes barriadas, los que están acostumbrados a montar los P
repletos de gente, los obreros, los que realizan los oficios más variados,
también están los entendidos, los que han estudiado y tienen una profesión
pero no han podido obtener un vehículo.
Disculpen la digresión y hablemos de la película: todos estábamos metidos
en el monte, sagrado monte, como suele llamarle Gloria Rolando. La música
salía de allí, así como los cantos y las danzas del espiritismo cubano.
También pudimos disfrutar a pantalla grande los danzones y boleros de la
época, que al igual que los cantos y las danzas están llenos de sabor y
cubanía. En la música se notaba la mano y el corazón de Magaly Rolando.
Mientras tanto, Gloria seguía en su diálogo con su abuela, quien hablaba
de las cosas que ya casi nadie habla. De cómo era la vida de los negros en
la República, de los trabajos que pasaban para criar a sus hijos, de lo
difícil que era la subsistencia y de los prejuicios de aquella sociedad
machista, racista y discriminadora; aquellas sociedades de negros, blancos
y mulatos que marcaron una época; aquel parque Leoncio Vidal de Villa
Clara, que tantas huellas de sufrimiento, dolor y humillación dejó en la
población villaclareña; pero no solo salieron esos asuntos a relucir,
también el diálogo habla de la familia, del amor con que se criaban y
educaban a los hijos y también con rectitud, de las costumbres hogareñas,
de los dulces caseros que se hacán como el arroz con leche, de la
importancia y la seriedad de las prácticas religiosas ancestrales, que
tenían la salud de los seres humanos en el centro de sus preocupaciones y
no el dinero para engordar los bolsillos.
Gladys Egüe fue la presentadora de la película e hizo un repaso de la vida
y obra de la autora, así como de su madre y abuela que tanto amaba. La
premier de la película Diálogo con mi abuela, de la realizadora Gloria
Rolando, más allá de los criterios estrictamente cinematográficos, fue una
fiesta de afrodescendientes, que asistieron en masa porque se veían
representados en la pantalla, estaban allí sus amigos, sus parientes, sus
iguales, de a pie también. Esta fue la otra lección que este reportero
sacó del evento. Allí se veía, se palpaba la avidez que tienen estas
personas de verse reflejadas en los medios audiovisuales, que en su
mayoría no muestran la composición étnica de este pueblo. Es muy difícil
ver un protagónico hecho por personas de piel oscura o que aparezca aunque
sea un diez por ciento de los personajes del color púrpura. Esa película
de Gloria, además de hacernos vivir y vibrar, al compás de aquella
historia contada a través de un diálogo, nos hace reflexionar acerca del
país que somos y la nación que queremos para el disfrute y el bien de
todos, sin distinción de colores. Diálogo con mi abuela fue también una
conversación con todos nosotros y nos indica lo que nos falta por hacer y
construir en el sentido del ser humano que queremos para nuestra sociedad.
Quiero hacer un aparte con los rostros que vi en la película. Siempre he
oído hablar de las dificultades que tienen algunos camarógrafos para
obtener buenas imágenes de los rostros de los negros. Muchos nos quieren
hacer ver que es muy difícil obtener una buena fotografía con personas de
color oscuro. Que si la luz o los lentes, que si no son fotogénicos, que
esto o lo otro. Bueno, existe un estereotipo de que todos los negros somos
feos por tanto mejor no retratarlos, llegaría alguien a esa conclusión. Y
yo me pregunto, cómo se las arregla Gloria Rolando en sus películas para
regalarnos esos rostros tan bellos y atractivos, que no solo muestran una
piel impecable, sino una expresividad, un mensaje de amor, dulzura,
bondad, ternura y dignidad. Esos rostros también los vimos y nos
extasiamos con ellos en Voces para un silencio. Niñas y niños preciosos.
Jóvenes y adultos bellos. Ahora me viene a la mente aquella frase de
Stokely Carmichael: Somos bellos. Lejos de ningún chovinismo es verdad que
somos tan bellos como los que más, contraponiéndonos de esta manera al
eurocentrismo.
Fue una fiesta bella, en una atmósfera de dulcificación, paz y unión,
reafirmando de esa manera el orgullo de la descendencia que tenemos. Y
puedo decir, sin temor a equivocarme, que en aquella sala emanaba una
energía, pocas veces sentida en eventos como éste. Tal vez hasta los
ancestros africanos se pusieron de acuerdo para bendecir aquel
acontecimiento trascendental. Festejábamos el Día de África. Allí estaban
invitados afroamericanos, estudiantes de la ELAM, sociedades espiritistas,
el movimiento danzonero, los bailadores de Yazz del barrio de Santa Amalia
y grupos de Taichí. Asistió el presidente del ICAIC, Roberto Smith, quien
hizo la observación de que ninguna de las películas de La Semana del Cine
Francés llenó la sala como Diálogo con mi abuela. Pero allí ocurrieron
otras cosas interesantes: la delicadeza de Gloria de subir al estrado a
cada una de las personas que trabajó y contribuyó con la película; el
recibimiento con música al público en el vestíbulo del recinto; la entrega
de ramos de flores a todos los que trabajaron en el filme. Había allí un
ambiente cautivador y emocionante. Allí había mucho amor y cada uno de los
asistentes lo sintió y lo disfrutó a su manera. Ahora, después de haber
visto la película, viene el diálogo interno en cada uno de nosotros. La
película de Gloria Rolando es también un diálogo con los de a pie.
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